martes, 25 de septiembre de 2018

Las Matrioshkas en el aula y un viaje virtual a Klaipeda

De nuevo por aquí. Más tarde de lo que hubiera querido, pero bueno, lo cierto es que no ha habido mucho que contar.
El curso empezó,  y llegó el dia de recibir a los alumnos. Siempre es un momento emocionante, repleto de incertidumbre, diferente cada año, y que huele a motivación y a ilusión.
Este año soy tutor del ciclo de curas auxiliares de enfermería. Me hace ilusión poder guiar, en cierta manera, a unos alumnos que inician unos estudios que les darán acceso a una titulación para poder ejercer una bonita profesión ya el próximo julio, y que, para algunos, supone el inicio de un itinerario formativo similar al que yo hice en su día.
Como actividad de acogida y presentación de los alumnos, entre ellos y respecto a mi, decidí aplicar una dinámica que una buena compañera me había explicado que había utilizado en ocasiones con buen resultado.
Básicamente se trataba de que, a parte de decir el nombre, trajeran un objeto o una foto que les representara, que significase algo especial para ellos o que les inspirara de alguna forma, y que nos lo explicaran al resto.
A aquella edad, y siendo alumno, yo me hubiera pasado la hora haciéndome el loco para retrasar mi turno, deseando que la hora pasase a ver si no daba tiempo a hacer mi presentación, taquicárdico y haciéndome "pipi".
Luego hubiera salido rojo perdido y con la voz temblorosa. Así que empatizo con ese rollo y ya dije previamente que participara solo quien le apeteciese.
Fue una buena experiencia. Algunos se abrieron bastante más de lo que esperaba contandonos bonitas historias de fotos y objetos y creo que sirvió para romper un poco el hielo, despertar el interés de ellos y el mío, y generar emociones en el aula.
Yo también participé y les lleve a mis Matrioshkas (típicas muñecas de madera rusas). Las dejé en un pupitre delante de todos ellos, y proyecté una imagen de la parte Lituana del istmo de Curlandia, una lengua de tierra en medio del báltico que une el extraño (por su situación) enclave Ruso de Kaliningrado con Lituania.
Les expliqué que, para mi, las Matrioshkas son Babushkas (otra forma de llamarlas, y que además significa abuela en ruso), y es que las relaciono con mi abuela, con su casa y con una parte significativa de mi infancia. Pasé años viéndolas en un mueble del comedor y siempre me llamaron la atención. A veces tan solo las miraba y otras las sacaba y las volvía a meter unas dentro de otras.
Muchos años después descubrí el este de Europa y, a traves de un blog que me aportó muchos momentos de buena lectura, conocí Klaipeda, una importante ciudad portuaria Lituana donde el autor del blog inició además su andadura como profesor por ese país báltico.
Además de entretenimiento y risas, aquel blog me ayudo de alguna forma a dejar de ver montañas donde solo habían pequeñas piedras y a hacer lo posible por dar salida a una vocación que me llevaba tiempo emergiendo, pero que me parecía una utopía.
Mis Matrioshkas se las compré a una abuela Lituana en el centro de Klaipeda. En realidad me las regalo una persona muy importante en mi vida. No siempre la impronta que dejan las personas en la vida de uno, es proporcional al tiempo objetivo que han ocupado.
Aquella mañana algunas " Lietuvas Babushkas" vendían champiñones frescos en las bonitas calles del "old town" de la ciudad. No puedo asegurar que así sea, pero imagino que cogen muy temprano el pequeño barco que une la ciudad con el istmo de Curlandia, donde abundan bosques plagados de setas, las recogen y vuelven para venderlas por las calles y completar así la pensión.
El Istmo de Curlandia , entre sus frondosos bosques de nogales y abedules encajonados entre idílicas playas, esconde, además de muchas setas, alces del tamaño de caballos pequeños, muchos otros animales, innumerables senderos, y bucólicos pueblos como Juodkrantė o Nida, ya muy cerca de la frontera con Rusia, donde hay un parque natural con las dunas más altas de Europa.
Recordar aquel sitio y evocar aquellos 2 días pedaleando sobre un tándem siempre me hace feliz. Volveré por allí, pero lo haré desde Kaliningrado para así conocer aquella ciudad y la otra mitad del istmo que me queda por ver.

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