sábado, 8 de diciembre de 2018

Anton Txékhov y las noches disolutas en Castelldefels

Me había propuesto no sobrecargar de actividad este puente de la constitución.
Necesitaba sentir que tendría tiempo para pasar unos días relajados, a la vez que productivos en lo laboral, y donde además me vislumbrara con tiempo para escribir, si me apetecía y estaba inspirado, y leer, actividad que en su día practiqué con cierta asiduidad y que, últimamente, había tenido bastante abandonada.
Tengo un buen amigo al que, como a otros tantos y por cosas de la vida, veo menos de lo que quisiera. Un tío interesante, cultivado y con un gran sentido del humor. Hace años, cuando le decía lo que andaba leyendo (libros como "Los pilares de la tierra" y similares), me contestaba cosas como: "¿y que será lo próximo?, ¿50 sombras de Grey?", mientras me miraba con una sonrisa entre irónica y condescendiente y me decía que yo debía leer escritos de más nivel. Siempre me tuvo sobrevalorado.
Me recomendaba libros como "1984" o "Rebelión en la granja" de George Orwell . Me habló mucho también de "La conjura de los necios" de John Kennedy Toole. Fue el único que me leí de los muchos que me dijo. Disfruté mucho haciéndolo. Tengo el resto en mente y espero leerlos todos algún día.
Hace un tiempo que empecé a leer al autor Ruso Anton P. Txékhov. Había oído que era indispensable hacerlo si uno quería entender la esencia e idiosincrasia del pueblo Ruso.
Mi hermano simplifica mis intenciones al respecto, banalizandolas hasta lo más primario e instintivo de la condición humana. En fin, me divierten sus palabras, pero lo cierto es que hace unos años que siento una especie de curiosidad e interés intrínseco sobre el país más grande del mundo, el cual no acabo de entender muy bien de donde surge, y que me ha ido embargando de forma progresiva e imparable.
Espero que todo ello derive en un gran viaje, a ser posible en bici, a través de la "gran madre patria", y acabe sabiendo decir algo más en Ruso que "privet!!" o Krokodil.
Me gusta pensar que la vida es, en cierto sentido, una especie de lotería donde el destino juega su papel, pero solo lo hace si te pones delante del bombo y esperas con la mente abierta el resultado.
Así me siento cuando voy a una biblioteca y escojo un libro al azar. A veces, he tenido la sensación de que no ha sido casualidad que, según que libro, cayera en mis manos.
El primero que leí de Anton Txékhov fue "La dama del perrito", un libro muy fácil y ligero, ideal para empezar con el médico, escritor y dramaturgo Ruso.
Thékhov nació en Taganrog, el puerto principal del mar de Azov. Suena exótico. Más que el mar mediterráneo y Port Ginesta en Castelldefels que, por cierto, junto a Gava mar, gusta bastante a los Rusos.
Después de esta infame y burda forma de relacionar a Thékhov con Castelldefels, creo que ahora ya he hecho el viraje que pretendía y he conseguido redireccionar el post.
Thékhov relata hechos bastante vulgares y cotidianos en sus libros. Más o menos, igual de vulgares que las noches que, de forma bastante cotidiana, en los últimos 2 años y pico he pasado en la playa de Castelldefels. Por circunstancias de la vida, a partir de ahora serán menos las noches que pase allí, pero seguiré yendo y espero que sigan siendo tan maravillosamente vulgares como lo han sido hasta ahora.
Ya no podremos hacer la previa entre risas, bebidas espirituosas y vídeos de Dj Smile en una gran pantalla del comedor de una acogedora casa de una urbanización del Garraf, pero quizás la haremos viéndolos en el reproductor del coche (desde luego, no en el de mi Seat Ibiza del 2000) de camino hacia allí.
Desde agosto, sabemos que Dj Smile edita los vídeos en un antro de Sofía , por mucho que en ellos salga Crimea constantemente (todo el contenido de esta frase es ficción). Eso le ha quitado glamour al asunto.
La purga que suponía afrontar andando el, para nada despreciable, porcentaje de la subida desde Castelldefels playa hasta aquella casa, siempre tuvo su encanto. Tanto como no tener que hacerlo.
Presenciar el protocolo para prevenir problemas de estomago, el cual yo nunca he necesitado, siempre me generó una divertida curiosidad y expectación.
Por los whatsap's que quedaron escritos a medias, por los que nunca debieron ser enviados, por los que hubiera enviado 100 veces más, y por los despertares con el móvil aún en la mano y el orgullo en el subsuelo.

En fin, me gusta utilizar el blog de vez en cuando a modo de diario, y quería dedicar unas palabras por aquí a una época y a unos hechos que, por muchos motivos, quedarán en mi recuerdo para siempre y que en su día me enseñaron algo sobre el peligro de empeñarse en no abrazar lo bueno que la vida te suele poner constantemente delante de las narices.

Foto de la última noche en Castelldefels: Un adulto acosando a un gato que merodeaba por los jardines del CBC y que, al igual que la chica que disparó la foto, parecía pensar: "¿en serio has venido aquí a acariciar gatos?"

Finalizo este post relacionando de nuevo Castelldefels y Rusia a traves del gato de la foto, y así cerrando el círculo. Me contó una chica que creció y pasó su infancia muy cerca de Rusia, que a las Rusas les encantan los gatos y que muchas tienen uno. Me dijo que es el resultado de una especie de idea o creencia popular que dice que, cuando ellas son jóvenes, el contacto con el gato les da calor en las frías noches de invierno, y que, cuando envejecen y sus maridos se dan al alcohol y la apatía, el gato les da cariño y compañía.

Dobryy vecher!

domingo, 2 de diciembre de 2018

Desde los cielos, entre azafatas de vuelo y "Irish memories"

Son las 22h del último día de este mes de noviembre. Inicio este post dentro de un avión de Ryanair que ahora mismo surca los cielos de camino a Dublin.
Estoy demasiado cansado para redactar el cuestionario, sobre intoxicaciones por drogas de ocio, que me había propuesto hacer en este vuelo, y con el que evaluaré de una forma “amable” y distendida a los alumnos de segundo del ciclo de técnico en emergencias, en agradecimiento al gran trabajo que hicieron en sus exposiciones orales, ilustrándome a mí y al resto de sus compañeros sobre la droga que les había sido asignada previamente. Son un grupo realmente agradable y que facilitan enormemente mi trabajo.

Pasaré este fin de semana en un pequeño pueblo, cerca de Dublin, llamado Kilcoole. Allí vive una excompañera de mi actual trabajo, que se mudó el año pasado con su familia. Me invitó a visitarles, y la verdad es que me encanta viajar, me gusta salir de la rutina y me gusta Irlanda.
Espero volver a disfrutar de una Chowder soup, con su oportuno pan untado en mantequilla, en un típico pub Irlandés. Irlanda…muy buenos recuerdos y imborrables experiencias las vividas allí.
Jamás olvidaré mi primer viaje a la llamada isla verde. Fue a Galway concretamente, y lo hice, junto a mis compañeras del colegio, gracias a una beca que nos dieron para estudiar inglés. Aún, a día de hoy y tras haber visitado muchos más lugares de Irlanda, aquella ciudad del oeste de la isla, a la que los vientos atlánticos azotan con fiereza y donde la lluvia puede ser horizontal, sigue siendo mi favorita.
Cumpliendo la tradición de saltar desde el trampolín de Salt hill el día de año nuevo del año 2017

Después vinieron Cork, ciudad que también llegué a conocer bastante bien, Limerick y bonitos pueblos como Killarney, Sligo u otros que ya no recuerdo.
De un cursillo de iniciación donde aprendí algo sobre pubs y Busquers, pasé a hacer uno de especialización donde aprendí cosas sobre Leprecorns, Nakers, que hay que utilizar con cuidado la palabra "traveller" si hay alguno cerca, y conceptos algo más avanzados sobre este país de los que suele llegar a conocer el turista medio.
Mi inglés mejoró sustancialmente con todas aquellas vivencias, y mi mochila vital se ha quedado llena de bonitos recuerdos y de sentimientos de gratitud por lo recibido.

Foto tomada durante este finde en las playa de Kilcoole

Las azafatas de Ryanair pasan por mi lado con sus carritos. Hace un rato, han hecho su protocolaria demostración de que hacer si el avión cayera al mar y esas cosas. Siempre que las veo me recuerdan a mi primer trabajo como docente. Fue en una academia de azafatas de vuelo y impartía el módulo de primeros auxilios dentro de sus estudios de TCP (tripulante de cabina de pasajeros).

Recuerdo mi primera clase en noviembre del 2014. Llegué una hora antes al Carrer Muntaner de Barcelona. Desayuné en una cafetería que me gustaba especialmente y, mientras lo hacía, me volví a revisar el temario de aquella primera sesión. Mi sistema nervioso simpático estaba disparado y a parte de una taquicardia considerable, tenía constante necesidad de orinar debido a los nervios. Sentí la tentación de salir corriendo y olvidarme de aquel berenjenal en que me había metido yo solito y sin necesidad ninguna, más que la de dar salida a una vocación que me venía apretando desde hacía unos meses.
Está feo decirlo, pero en lo económico me iba de fábula, tras haberme juntado, sin comerlo ni beberlo ni buscarlo, con otros 2 trabajos a jornada completa, los cuales podía compaginar bien. Quiero decir con esto, que el dinero no era un aliciente ni algo que me motivara, ya que además de no muy bien pagado, aquel tercer trabajo solo me suponía una actividad laboral de 3 horas semanales.
Tras volver a orinar una última vez, entré al aula, me puse delante de aquellas 15 o 20 chicas (y algún chico) e intenté que no me temblara la voz en un inicio. Luego ya me relajé y todo acabó resultando mucho más fácil de lo esperado. En cierta ocasión, las acabé acompañando a Mallorca, a las instalaciones que Aena tiene allí y donde debían examinarse al día siguiente. Me pasé 4 horas con los 2 grupos de mañana y tarde, intentado resolver las numerosas dudas de última hora, practicando RCP, movilizaciones básicas de emergencia y divirtiéndome bastante ante el “teenagerismo” la jovialidad y la simpatía de la mayoría de aquellas chicas.
Tengo muy buen recuerdo de aquellas alumnas y de aquel tiempo en general.

Tengo tendencia a pensar en el pasado y, a veces, eso se plasma en lo que escribo. Me gustaría cambiarlo, aunque no es algo que me preocupe, ni que vaya a intentar forzar. Cada vez tengo más la sensación de que las cosas, las situaciones, y también las personas, tienen unos ritmos y unos tiempos que hay que dejar fluir sin más, y que todo llega cuando tiene que llegar.
En todo caso, no es algo que me impida disfrutar del presente. Hoy ha sido un bonito día. Junto a una compañera de trabajo, que vale oro y que irradia buen rollo y positividad allá donde va, hemos ido a Barcelona, con todos los alumnos del ciclo de auxiliar de curas de enfermería, a visitar el recinto modernista del antiguo hospital de Sant Pau y la exposición de anatomía “Human bodies”.