domingo, 19 de abril de 2020

Un mal viaje

Apurando el último trago de aquel café Irlandés, me quedé mirando el edificio que, ante mí, lanzaba luminosos destellos en una especie de gesto de gratitud hacia el sol, por estar honrándole con aquellos rayos vespertinos sin los cuales no podría estar mostrando todo su encanto, tal como hacía en aquella fría tarde de un mes de septiembre en Reykjavik.
Me podía sentir afortunado por ver el sol en aquella ciudad que, en la vieja lengua Norse de los primeros colonizadores Vikingos, significa algo así como “bahía neblinosa”.
El edificio Harpa se encuentra situado en en el distrito de Miðborg de la capital de Islandia, en una zona peatonal junto al fiordo Kollafjörður, que le acerca a sus costas el mar de Groenlandia.
Su aguas se reflejan en varias de sus caras, conformadas, como toda la construcción, por una entramado de cristales hexagonales.
El interior es en gran parte diáfano, y alberga las sedes de la Orquesta Sinfónica y la de la Ópera Islandesa.

Tras comer en el primer restaurante que encontré al salir de aquel edificio, me quedé matando el tiempo a la espera de que llegara Ósk, la persona que se me había indicado en el e-mail que vendría a recogerme.
A decir verdad, tras haberme bebido aquellos tres cafés que de Irlandeses tenían poco y, básicamente, eran whiskys aderezados con algo de café y poca azúcar y crema, no me acordaba del nombre de quien me recogería, y casi que ni del motivo que me había llevado hasta allá.
No sé si aquel exceso de whisky pretendía justificar los cerca de trece Euros, al cambio, que iba a pagar por cada uno de aquellos cafés, o tan solo era el nivel de alcohol requerido por la clientela habitual de un país cuya población, de poco mas de 300.000 habitantes, sufre una alta incidencia de alcoholismo.

El camarero se acercó con la cuenta y yo tomé aire. Respiré aliviado al ver que el montante total no alcanzaba los tres dígitos al hacer un rápido ejercicio de conversión de Coronas Islandesas a Euros. No me hubiera extrañado dado lo que había escuchado sobre los precios de aquel país.

Vibró el móvil en mi bolsillo. Ósk estaba delante de la puerta principal del Harpa. Me levanté y fui a su encuentro.
La verdad es que en aquel momento no sabía apenas nada sobre la persona que debía hacerme de guía en la especie de amable acompañamiento institucional que la empresa de cruceros para la que iba a trabajar en el país, había tenido a bien ofrecerme.
La única persona que vi era una mujer de unos 30 años, bien vestida, rubia como la inmensa mayoría de mujeres en aquel país, con pelo corto y semblante serio.

-Hi, I’m Leonidas. Nice to meet you -Se lo dije queriendo que me tragara la tierra, como prácticamente cada vez que le digo mi nombre a alguien. Ojala ella no hubiese visto la película “300”. ¿En que diablos estarían pensando mis padres para haberme puesto semejante nombre?. En fin, habiéndose conocido en una especie de mesa redonda sobre la influencia de Esparta en la idiosincrasia de la Grecia contemporánea, era previsible que pudieran hacer algo así, y no podía culparlos ya que, al fin y al cabo, cuando yo nací, el más heroico de los Espartanos aún no se había popularizado entre las grandes masas como sucedió a raíz de la película.
Yo soy un tipo bastante normal y cada vez que le digo cómo me llamo a alguien, puedo intuir su jolgorio interior pensando cosas como: “¿Quién coño se cree que es este tío que tiene los cojones de ir con este nombre por el mundo?

En aquel primer encuentro con Ósk hubo otro motivo para querer que la tierra me tragara. Sin tener en cuenta que no estaba en casa, me acerqué a ella para darle los dos besos de rigor. Ojala me hubiera ofrecido la mano fríamente y manteniendo las distancias, como hacen un alto porcentaje de las mujeres nórdicas, pero no lo hizo. De hecho, fui yo quien recordó que aquel saludo no era lo correcto en Islandia y estuve a punto de retirarme en el último momento. No lo hice. Consideré que era preferible quedar de borracho que no de una especie de bicho raro con una mezcla de trastorno de personalidad antisocial u obsesivo compulsivo.
En otras circunstancias, hubiera pensado lo que suelo pensar en este tipo de situaciones: “¿Lo vería yo tan grave si fuese ella la que oliera a alcohol?”. En absoluto. Me reiría internamente y pensaría que, a parte de ser una buena pieza para oler a whisky a las cinco de la tarde, puede que hubiese tenido un mal día.
La verdad es que yo no había tenido un buen día, pero eso ya se había convertido en rutina en los últimos meses. En todo caso, era un tema intrascendente y que ella no iba a sospechar. Lo que sí podía sospechar es que quizás no fuese la persona indicada para conducir un autobús de sesenta plazas por las carreteras de aquel país.

-I’m ósk. Nice to meet you -me contestó.
Bueno, al proferir aquellas primeras palabras, dejó de parecerme tan seria como en la primera impresión que tuve al verla.
Tras preguntarme por mi viaje desde Barcelona y entablar algo de conversación, nos dirigimos hasta su coche.
Los cincuenta kilómetros que hay entre la ciudad de Reykjavik y el aeropuerto internacional de Keflavic, los pasé en silencio admirando el salpicadero de aquel BMW, una marca de coche que nunca tendré pero que me encanta, y escuchando la música de los años setenta u ochenta que sonaba en su radiocassete.
Ya aparcando en el aeropuerto, sonó la canción “Voyage Voyage” de Desireless, una Parisina que escuchaba mi madre y cuya voz me trasladaba de vuelta a mi infancia. “Sueño con mi madre abronchándome el abrigo”, como dice una de mis canciones favoritas.
La canción de Claudie Fritsch-Mentrop era premonitoria, y no lo digo por el vuelo que estaba a punto de tomar.

La compañía de cruceros para la que iba a trabajar había fletado, como gesto de cortesía hacía sus nuevas incorporaciones, un vuelo privado en un pequeña aeronave bimotor que nos llevaría hasta la ciudad de Akureiyi, un importante asentamiento Vikingo en tiempos pasados, que actualmente constituye uno de los principales focos turísticos del país.
Allí es donde iba a vivir los próximos seis meses como mínimo, y la verdad es que apenas sabía nada de la ciudad, a parte de que disfrutaba de un clima algo más benévolo que el resto del país, y que en el fiordo que entraba desde el mar hasta la ciudad se podían avistar ballenas jorobadas, rocurales, ballenas azules, orcas, y varios tipos de delfines.
El vuelo duró algo menos de dos horas en las que Ósk apenas me habló.
Dos filas por detrás de la nuestra, escuché la sonora voz de otro Hispanoparlante con acento Español. -Españoles por el mundo...-pensé. La acompañante que le habían asignado a él hablaba un Español bastante bueno y parecía bastante más sociable que Ósk.
Pensé que me había tocado la china, pero en el fondo lo prefería así. Aquel día creo que no hubiera sido capaz de entablar una conversación fluida e interesante con nadie.
En realidad, no sabía que estaba haciendo allí y cada vez lo entendía menos.
Un autobús nos recogió en el aeropuerto y nos llevó al centro de la ciudad. Con la temperatura bajo cero, noche cerrada y cuatro gatos en la calle, aquella primera impresión de la ciudad no fue demasiado prometedora.
Ósk me acompañó al hostal donde me alojaría hasta que se me asignara una residencia definitiva.
-Mañana vendré a recogerte a las 10h y te llevaré a un sitio -me dijo. Y se despidió con un simpático “Bona nit” en Catalán y una tímida sonrisa.
Me sentí reconfortado al escuchar el idioma de mi hogar adoptivo. Y pensé que quizás estaba juzgando a aquella chica demasiado pronto.

Me dormí pensando en que me había metido en una isla ubicada en medio de las dos placas tectónicas de los continentes americano y euroasiático, donde hace unos pocos años habían habido una serie de erupciones volcánicas que habían dejado el país aislado del mundo, y donde sus habitantes estuvieron sin ver la luz del sol durante varios meses, debido al crudo invierno y, en aquel caso, también a la abundante ceniza, y con la sensación de que se acababa el mundo.
Tras una noche donde dormí a pierna suelta y un típico desayuno Hafragrautur, consistente en unas gachas de avena con azúcar moreno espolvoreado y un café bastante deplorable, salí a la puerta del hostal que se ubicaba en la calle Kaupvangsstræti, la misma desde donde salían las famosas escaleras que llevan a uno de los principales atractivos de la ciudad, una iglesia Luterana ubicada en lo alto de una colina.

El destino o Ra o Thor, un dios Vikingo al que la ciudad sigue rindiendo pleitesía con una estatua, me regalaba un esplendido día soleado que hacía más soportable la baja temperatura ambiental.
Ósk apareció en otro flamante BMW. -Joder, que nivel, Maribel -pensé.
Abrí la puerta del coche y no sé si fue más fuerte la bofetada del fuerte olor a marihuana que me sacudió con fuerza, o la música Jamaicana que reventaba los altavoces del coche y creí que me dejaría sordo de por vida.
Me subí y, con una expresiva sonrisa y los ojos notablemente enrojecidos, me preguntó: -¿Te molesta la música?, Ufff, perdona, he fumado en el coche y no he pensado en que te ibas a subir.
Nunca he sido un “fumeta” y, puntualmente, si la situación lo ha aconsejado, no me ha importado compartir unas caladas con alguien pero, a aquellas horas, de sopetón y con el coche convertido en un “Smoking Club” rodante, me dieron ganas de saltar por la ventanilla en marcha.
-No, todo está bien -le dije, mientras pensaba irónicamente en que no veas con los éxitos que el Luteranismo había cosechado en los últimos años. Más o menos, los mismos que el catolicismo.

Recuerdo haber leído, unos años atrás, un texto donde se hablaba de la religión de Martín Lutero y de donde me quedé con este extracto que transcribo a continuación: “Pienso que en los países de cultura luterana se persiguen los vicios sencillos como fumar, beber o bailar en la calle. Y se fomentan, cuando no se convierten en virtud, los vicios sociales más abyectos como la usura, la especulación, el nepotismo , el turismo sexual en Thailandia y la corrupción de quienes ocupan cargos públicos. No quiero decir con ello que en los países de influencia católica no se haga lo mismo. Pero al menos, en general, creo que el catolicismo es actualmente más tolerante en cuanto a los vicios privados de la gente. Y si lo pensamos bien, toda la campaña contra el tabaco, el alcohol y la diversión ha sido promovida desde países dominados por el luteranismo, el calvinismo y otras doctrinas religiosas que responden mejor a las exigencias del libre mercado” *

En fin, los banqueros y políticos Islandeses que habían hundido al país en la crisis económica que azotó al mundo entero a principios de siglo, habían acabado en el talego, y Ósk andaba conduciendo más doblada que un Chino agradecido.
Eso sí, mantenía la misma conducción pausada y cívica del día anterior.
-Te voy a llevar a un sitio único en el mundo y vas a sentirte feliz por conocerlo y poder visitarlo cuando quieras -me dijo con una gran sonrisa dibujada en el rostro.
-El día promete -pensé irónicamente. Y asentí con una sonrisa forzada.

Tras salir del centro de la urbe, cruzando las aguas del fiordo Eyjafjörður por el puente Þjóðvegur, Ósk siguió la carretera que se alejaba de la ciudad con las magníficas vistas de Akureiyi que ahora quedaba en la linea de costa del lado opuesto.
Me estuvo hablando de las ganas que tenía de venir a Barcelona y pasar un tiempo allí.
Aunque yo me hallara sentado en su coche escuchándola, debido a que había necesitado alejarme de Barcelona y sus alrededores, la entendía perfectamente y no pude hacer otra cosa que alentarla a venir a una de las que, tras haber visto algo de mundo ya, considero una de las mejores ciudades del mundo.
Sin saber aún donde nos dirigíamos, llegamos a una rotonda y tomamos la segunda salida, abandonando así la carretera principal. Después de recorrer otros 600 metros más por aquella pequeña carretera secundaria, Ósk tomó un pequeño camino a la izquierda y paró el coche a un lado.
- ¿Donde estamos?, ¿que hay aquí? -le pregunté entre sorprendido y algo descolocado.
Más allá de los apartamentos Halllandsnes que, según indicaba un letrero, estaban al final de aquel camino, allí no parecía haber nada demasiado interesante que ver, o al menos no más interesante que en cualquier otro lugar de las inmediaciones de aquella fantástica ciudad.

-¿Has traído bañador? -me preguntó. -No. No me dijiste que lo fuera a necesitar! -le contesté.
- Ya... -contestó sin mirarme, apoyada sobre el volante en una pose meditativa. Parecía estar cansada de vivir. Pensé que le aburría mi presencia, y no la culpaba.
-Yo tampoco. Pero da igual -me dijo. Y riéndose nerviosamente, se empezó a quitar la ropa, mientras yo la miraba atónito.

¿Era este el recibimiento con el que la empresa me agradecía el hecho de que hubiera dejado mi país para desplazarme a aquel frío país nórdico en el culo del mundo?, ¿sabrían mis jefes la clase de perturbada que me habían asignado para acelerar mi proceso de adaptación a aquel lugar?, ¿donde pretendía aquella loca fumada que fuéramos en ropa interior con aquella temperatura que apenas superaba los cero grados en el termómetro?

Mi cerebro me aporreaba con todas aquellas preguntas, mientras que por un momento dudé sobre si salir del coche y volverme andando de vuelta a la ciudad, o si hacerle caso y dejarme llevar a vete a saber tú que puta locura que aquella Islandesa pudiera tener en su cabeza.
-Pensándolo bien, puede que esté pasando por la fase maníaca de su trastorno bipolar. Vete a saber si tanto fumar le ha desencadenado algo que sus jefes no conocían y me está convirtiendo en su compañero de juegos de enajenada -me dije para mi mismo.
- Come on, let’s go! -me dijo mientras, ya en ropa interior, cogía un termo del asiento trasero del coche y cerraba la puerta.
-Vete a saber lo que lleva en ese termo -pensé.
-Eres un puto muermo -mascullé en voz baja para mí, mientras me sentía fatal por estar teniendo todos aquellos pensamientos de aquella entusiasta chica que quizás solo trataba de que disfrutáramos de la vida, y que lo hiciéramos bebiendo un té caliente que quizás hubiera preparado temprano con todo su cariño.

En un impulso de insensatez y locura forzada, me quité la ropa, quedándome en calzoncillos.
Estaba tan descolocado que ni siquiera reparé en la porquería de calzoncillos, imitación de alguna marca de renombre, que me había puesto al salir de la ducha la noche anterior.
Caminamos unos cien metros y tomamos una pequeña senda en la que no sé si hubiera reparado de no haber sido por sus conocimiento de aquel lugar.
Al lado de la senda corría una especie de riachuelo, el cual no tenía demasiado claro de donde manaba. Mirando el entorno, no adivinaba ningún curso fluvial que trajera allá aquellas aguas.
Llegamos a un remanso de agua estancada a pocos metros del acantilado sobre las aguas del mar.
Ósk metió un pie en el agua y, tras sonreír, se metió entera lentamente.
Había leído sobre las bondades de las aguas volcánicas de aquella isla, y de como estas manan del interior de la tierra para formar improvisados jacuzzis naturales en los lugares más insospechados.
También había leído sobre lo poco aconsejable de meterse en aquellas aguas, si no es en lugares habilitados y con ciertos controles periódicos de la actividad volcánica por parte de especialistas en geotermia.
No eran aislados los casos en los que alguien que reposaba en uno de aquellos lugares, creyéndose el rey del mundo, se había escaldado tras haber sido víctima de un súbito aumento de temperatura del agua.
-Come on! -exclamó ella.
-Is dangerous -le dije.
- ¿Cómo es posible que tus padres te llamaran Leonidas?, eres un looser! -me dijo, mientras reía airadamente y sin poder parar.

La verdad es que tenía toda la razón. Estaba haciendo el ridículo delante de aquella chica que, bien pensando y más allá del momento que vivía en el cual no era capaz de recordar la última vez que había tenido una erección, no estaba nada mal.
En el supuesto de que quizás un día, en un futuro que esperaba que no quedara muy lejano, quisiera intentar algo con ella, al darme cuenta de que en aquella pequeña y fría ciudad no abundaban las opciones, ella me recordaría con aquellos calzoncillos de mercadillo y atemorizado por unas aguas que, a decir verdad, no parecían demasiado peligrosas, más allá de los miedos que me habían provocado aquellas lecturas diseñadas para el vulgo que suponían todos aquellos turistas que, en los últimos años, acudían a aquel país como moscas a la mierda.
Tras mirarla algo descolocado e intentando que tuviera la sensación de que estaba pensando que era una insolente deslenguada, no pude aguantar la risa y contestarle: “That’s true...”, mientras me reía al unisono que ella.
Me metí en aquella bañera natural que nos regalaba la infinita riqueza natural de aquel país del que tanto me quedaba por descubrir.
Pese a creer, en un principio, que no podría aguantar demasiado tiempo metido allí, en seguida me sentí reconfortado y aliviado al haber cambiado la baja temperatura del exterior por aquellas aguas termales.
Tras cinco minutos, me olvidé también de la remota posibilidad de que aquellas aguas hirvieran de repente y acabara en alguna unidad de quemados de algún hospital del país.
-¿Estás bien?-me pregunto. Aunque, por su mirada, intuí que se estaba interesando por mis emociones de una forma algo más global de lo que hubiera supuesto estar preguntándome si la temperatura del agua me parecía agradable, le contesté con un entusiasta: “yes, is great to be in this place, thanks!”
Ósk abrió el termo que había cogido del coche y, sobre una roca que emergía del agua, sirvió parte de su contenido en 2 vasos algo más grande que el que los locales de ocio nocturno utilizan para servir “chupitos”.
Un té era exactamente lo que necesitaba para empezar a sentirme en el cielo en aquel lugar.
El sabor me resultó bastante amargo pero soportable. No le pregunté de que sabor era y entendía que no hubiera traído algo de azúcar hasta allí.
Tras pasar unos cinco minutos hablándole de las circunstancias que me habían llevado a emigrar a aquel país, nos habíamos acabado el té y Ósk me pidió que la acompañara al filo del acantilado.
Las mismas aguas que llenaban aquellas bañeras naturales donde nos habíamos estado bañando, se abrían paso entre la vegetación, al igual que habíamos hecho nosotros, y se precipitaban por la pared de aquella caída que calculé debía tener unos doce metros de altura.
-¿Sabes que estás en la “waterfall” con aguas más calientes de toda Islandia? -me preguntó, mientras una lancha rápida, de color naranja y repleta de turistas, surcaba las aguas del fiordo a toda velocidad en busca de ballenas.
-¿Sabes?, quiero bañarme ahí abajo. Acompáñame -me pidió sonriente, al tiempo que me cogía la mano y echaba a andar con cuidado hacia el camino donde habíamos dejado aparcado el coche.
Con la sensación de estar destrozándome los pies, pero manteniendo la compostura con fingida estoicidad, con el propósito de no volverle a parecer un “looser”, caminamos unos doscientos metros, primero por el camino y luego entre la frondosa vegetación, para ir descendiendo hacia lo que parecía una minúscula playa desde donde poder meterse en el mar.
-Nadaremos desde aquí hasta el mar, justo debajo de la Waterfall de agua caliente -me dijo con una pacificadora sonrisa que irradiaba seguridad.
Entonces se lanzó a nadar con decisión, siguiendo la pared rocosa en dirección a la catarata.
Yo la seguí sin ver muy claro lo que estábamos haciendo pero, aunque parezca mentira, aliviado por dejar de estar expuesto al gélido viento que me había dejado helado, tras haber abandonado el bienestar de aquella bañera natural y haber caminado hasta aquel acceso al nivel del mar.
Tras nadar durante lo que calculo que fueron tres o cuatro minutos, el agua había dejado de estar jodidamente helada, para pasar a estar muy fría tan solo. De ahí, pasó a estar fría, sin más. Y de repente, empecé a notar efluvios de cierta calidez para acabar cerciorándome de que, de nuevo, volvía a estar bañándome en aguas sumamente templadas, pero esta vez con sabor a sal y embriagado por una indescriptible sensación, mezcla de libertad, euforia y ligereza en mi ser.
No sé cómo explicar esto último, pero sentía que, cuando yo quisiese, me elevaría por encima del agua y surcaría los cielos de aquel fiordo. Y de repente, como si la realidad me asestase un golpe y me instara a regirme por la inevitable ley de gravedad y por la certeza de que el hombre no puede volar, Ósk se me abrazó gritando eufórica y me susurró al oído: “¿Sabes que significa mi nombre en Español?”. -Dime -le contesté.
-Deseo. Y me besó en la boca. Tras un corto, pero intenso, beso que no llegó a los diez segundos, paré. La abracé de nuevo y la besé en la frente. Tras volver a abrazarla y disfrutar de la sensación de flotar juntos en aquel lugar privilegiado del planeta, me quedé mirando el mar.
Lo que viene a continuación me resulta difícil de describir y trataré de hacerlo con la mayor fidelidad posible a la realidad, o mejor dicho a la realidad que mi cerebro interpretó.
Una enorme ballena jorobada saltó sobre el agua a pocos metros de nosotros. Al caer al agua, salí despedido elevándome a una altura indeterminable para mí, pero que me permitió verme allá abajo abrazado a Ósk.
Sin atisbo de sorpresa o miedo alguno, me sentí totalmente seguro y en paz.
Sobrevolé todo lo que mis ojos alcanzaban a ver y también lo que no.
Es decir, varias ballenas me miraban desde el fondo del mar, y alargando mi mano llegaba a acariciarlas sin tener la sensación de que estuviera metiendo la mano dentro del agua. No estoy diciendo que mi brazo se alargara. Pero mi mano llegaba a cualquier sitio que yo quisiese tocar. No había sensación de distancia y el universo dejaba de ser heterogéneo, para convertir los cinco elementos -tierra, agua, aire, fuego y espíritu- en un todo homogéneo y a mi alcance.
Una especie de enorme cuervo negro apareció y voló a mi lado. Me quise encaramar a su lomo, pero no me permitía reducir las distancia que me separaba de él.
A todo esto, volví a buscarme con la mirada y allá abajo seguía abrazado a Ósk.
El cuervo quiso que le siguiese. No sé como lo supe, pero lo supe. No sé explicarme mejor, aunque me gustaría poder hacerlo.
Pese a que recuerdo querer montarlo y volar sobre él, como si yo fuese David el Gnomo y él el ganso que lo transportaba por aire cuando Swift, su zorro, no podía hacerlo, siempre tuve claro que no me iba a dejar.
He acabado interpretando aquello como una especie de alegoría donde aquel cuervo eran los traumas y los miedos que me gustaría tener controlados, y él era el encargado de hacerme ver que tendría que aprender a vivir con ellos, sin culpabilidad por no poder montarlos, esperando que un día decidiesen dejar de volar en paralelo conmigo.
Ósk se unió a la fiesta y la vi, por debajo de mí, cabalgando a un delfín negro y perdiéndose en las profundidades del mar y de mi mente.
Aunque todo aquello discurrió en minutos, lo viví como si hubiera durado horas.
Entonces, sin entender nada y con una sensación total de falta de control y caos, noté como me precipitaba sobre lo que ahora sí podía ver como agua, totalmente diferenciada del aire por el que avanzaba.
Mientras caía en vertical sobre mi cuerpo y el de Ósk, pude sentir como todo volvía a la normalidad. El cuervo ya no volaba a mi lado y ya no podía ver ballenas a través de un agua que había dejado de ser traslucida.

Por un momento sentí que iba a morir. Me precipitaba a mucha velocidad, pero no la suficiente como para no poder pensar. Y no vi mi vida pasar, pero sí pude transportarme al recuerdo de aquel yo que un día se había visto precipitándose al río Cardener, a su paso por el pont Vell de Manresa,  y había tenido la sensación de cierta perdida de control y de que su tórax explotaba al golpear contra el agua. Rememoré, incluso, aquella sensación metálica de sangre en mi garganta, confirmada con esputos sanguinolentos debido a la contusión pulmonar.
No pasó nada de eso. Tan solo todo volvió a ser normal. Bueno, relativamente normal. No calificaría de normalidad absoluta el verme llenando el agua de vómitos, mientras a mi lado podía sentir gritos de histeria en una lancha naranja llena de aterrados turistas.

¿Donde estaba Osk? Miré a mi alrededor buscándola nervioso.
Me encaramé a la lancha y pude ver como un tipo hundía sus manos sobre su tórax inmóvil. Tan inmóvil como toda ella.

Escribo esto desde el ala de presos psiquiátricos de la prisión de Kvíabryggja.
El juez dictaminó mi ingreso en una especie de correccional de baja seguridad, como la gran mayoría de los que existen en este país.
Tras la muerte de Ósk, hice un debut de cuadro psicótico.
Los análisis mostraron presencia de dimetiltriptamina (DMT), entre otras sustancias relacionadas, en mi sangre. Ello, junto a mi testimonio de las horas previas, determinó que había ingerido una droga Amazónica llamada Ayahuasca que, traducido al Español del Quechua, significa “soga de los espíritus”.
El DMT, conocida también como la "molécula de dios", es un potente alucinógeno que producen algunas plantas Amazónicas y que también es capaz de sintetizar el cerebro humano de forma natural.
Mi abogado anda buscando a algún chamán que le explique al juez que los bien intencionados tripulantes de aquella lancha, sin contemplar que estuviéramos metidos en aquellas aguas voluntariamente y habiéndonos encontrado en un estado de conciencia alterado, habían interrumpido  muy bruscamente una especie de viaje transdimensional, del que, a veces, no se vuelve debido a la ruptura del hilo que te mantiene unido al cuerpo. En el caso de Ósk, falló la "soga de los espíritus".

Quiero pensar que Ósk sigue surcando los mares a lomos de aquel delfín en que la vi subida.
Quizás ella fuera Skuld, una de las tres Nornas principales de la mitología nórdica, junto a Urd y Verdandi.
Skuld representa el aspecto del destino relacionado con acontecimientos futuros, es decir, "lo que nos hará falta, lo que debería ser, o lo que es necesario que ocurra”.

La foto está tomada en el sitio que describo en la última parte del relato, aunque en absoluto refleja la belleza del lugar, ni mucho menos las sensaciones que puede llegar a provocar una energía natural tan potente como la de Islandia.

N. del A.: Como ya dije en el post previo, los escenarios que describo en este relato son de los pocos ingredientes del mismo que pertenecen a la estricta realidad.
Los hechos que relato, los personajes, las experiencias y cualquier de los componente que integran las historias, no son ni autobiográficos ni reales, o al menos no lo son en su totalidad.
Puede que hayan algunos extractos de situaciones reales vividas por mí o por personas que conozca o haya conocido algún día. Puede que casi todo sea ficción aderezada con algún toque de realidad.

* Puertas, M (22 de abril de 2009). Islandia: géiseres, bacalao, auroras boreales, cerveza sin alcohol y cristales rotos (II). Recuperado de http://cartasdesdeleste.blogspot.com/2009/04/islandia-geiseres-bacalao-auroras.html

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