viernes, 11 de diciembre de 2020

Los fuegos del hambre

6:40 am. Suena el despertador. Hoy no voy en bici al trabajo. La dejé en el mecánico y espero recogerla mañana. 
Me espera el metro y el tren. De la línea cuatro a la uno, y transbordo a la R4 de Renfe. 
Una hora de viaje plagado de desventajas respecto a lo que supone el mismo trayecto en bici. Puedo relativizar el innecesario dispendio de 1,35e o los veinte minutos que pierdo, pero observar los caretos de funeral que llenan los vagones o mirar compulsivamente mis redes sociales para evadirme de ellos, son factores que me restan ya de buena mañana. Y no está la cosa para andar desgastándose a lo tonto, porque, ya en el trabajo y con algo de suerte, hoy solo me veré obligado a hablar de la puta vacuna unas setenta u ochenta veces.
La sección de noticias  de FCB me ha contado que el agua inicia su cotización bursátil de forma masiva, y que los países del primer mundo están comprando vacunas de sobra y, en consecuencia, en los del tercer mundo nueve de cada diez personas no tendrán acceso a la misma.
También me informa de un incendio en Badalona. Parece ser que esta noche ha ardido una nave industrial plagada de unos 130 inmigrantes y okupas. Menos hablar de seres humanos o de personas, utilizan cualquier palabra que acabe criminalizando a las víctimas. 
Los medios de propaganda lo hacen "disimuladamente". ¿Para que quitarse la mascara y exhibir la psicopatía? Queda feo y sería poco inteligente. Saben que en unas horas aparecerá el miserable y fascista alcalde de Badalona, Josep Albiol, y soltará alguna de sus perlas, poniéndoles en bandeja los titulares entrecomillados.
Me viene a la cabeza Mahamadou. Quizás se hallara en aquella nave que ayer ardió. 
Le conocí hace dos semanas durante la realización de un censo de la gente que duerme en la calle en la ciudad de Barcelona. 
Para quitarle hierro al asunto, quizás te conté que me apunté a aquella historia para ver si, así de rebote, conocía a alguna chica que mereciera gestar un hijo mío. Bueno, más allá de la broma idiota, la verdad es que no es así, y lo cierto es que vi en aquella iniciativa una posibilidad fácil de hacerme más consciente en algunos sentidos, y de no andar por el mundo con la conciencia tranquila por dar una moneda de vez en cuando a alguien a quien ni miro a la cara porque me incomoda hacerlo, o por pagar esa cuota anual de alguna iniciativa solidaria que ni recuerdo ya en que consiste.
Tras haber recorrido, durante dos horas, la zona que se nos asignó en el barrio de la Barceloneta, solo habíamos encontrado un "homeless" que censar. El tipo era Marroquí y solo pudimos asignarle ubicación en el mapa de la APP, ya que prefirió no participar en el cuestionario. "Iros a tomar por culo con vuestra falsa solidaridad burguesa", imagino que debió pensar. No le culpo. Cuando nos íbamos de allí, nos llamó gritando. Pensamos que se lo había pensado mejor y quería participar. Pues no, ni quiso los 5e que se les ofrecía por hacerlo, ni el fular que a uno de los tipos que iban conmigo se le había caído del cuello, y que educadamente le devolvió.
Ya llegando al punto de encuentro, en el paseo frente al restaurante Salamanca, apareció Mahamadou. 
De raza negra, ataviado con una chaqueta vieja y sucia, bailando borracho y con una mirada mas inquietante que encontrarte a tus padres en un club de intercambio de parejas.
Paró de bailar y le propusimos participar en la movida. Entornó sus ojos idos. Ahora eran ojos idos y tristes. No podía evitar mirar sus dientes rotos y desmejorados. "¿droga?", pensé.
El tipo había salido de Gambia hace un par de años. Junto a su hermano y un par de amigos, había cruzado varios países Africanos y había entrado a Libia, un país de esos que occidente destruyó en 2011 mediante una guerra infundada e innecesaria, mientras ahora, con la paciencia propia del que le sobra, espera el momento de lucrarse cuando las aguas se calmen por allí y tome el poder algún tipo tan o tan poco detestable como pudiera serlo Muamar el Gadafi, pero que, eso sí, colabore y sea dócil ante el imperialismo occidental.
Desde aquella guerra, Libia anda atestado de grupos terroristas, grupos rebeldes y mafias que trafican con esclavos. Y siendo que el país es una de las puertas de acceso "fácil" al sueño Europeo, Africanos de diversas partes del continente, acaban allí. Unos muertos, otros esclavizados y otros traumatizados de por vida.
Mahamadou era de estos últimos. Difícil no quedarte algo tocado y darte al consumo de lo que pilles, si has visto como le pegaban un tiro en la cabeza a tu hermano, han secuestrado a tus amigos, y tú andas solo por el mundo con la boca reventada y la cicatriz de un machetazo en el abdomen que no te mató de milagro. En esas condiciones, el tipo había cruzado a Italia, Francia y había llegado a Barcelona.
Aquella noche nos dijo que llevaba un par de años durmiendo en una nave que se había quemado unos días atrás y que ahora andaba junto a la comunidad Senegalesa que anda por el barrio.
A mí no se me ocurrió más que darle la gratificación de 5e con los que la ONG "Arrels" gratificaba a los "sintecho" que participaran en el "tinglao". 
La inútil tristeza que sentí y la sensación de amargura con la que me volví a casa, no me dieron ni para acordarme de que debajo de mi cama tenía un saco de dormir que le podía haber llevado. En fin, quizás él ya tenía uno y cuando volví con la bici a la noche siguiente para ver si le encontraba y lo podía necesitar, ya no le encontré.
La Barceloneta, ejemplo claro de los efectos de la globalización, en el buen, pero sobretodo en el mal sentido.

Supongo que la nave que ardió ayer en Badalona, estaría repleta de tipos hambrientos con historias parecidas a las de Mahamadou, pero basura como Albiol y sus votantes se llenaran la boca de palabras como inmigrate u Okupa, mientras la mierda de medios, supuestamente progresistas, que te informan, te alertaran sobre la supuesta peligrosidad de una sociedad polarizada y te dirán que el mismo peligro supone la izquierda "radical" (la que, básicamente, abastece a iniciativas solidarias como la que he relatado) que la extrema derecha.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Un café sobre un refugio antiaéreo

Echo de menos el último rincón donde me sentí a gusto al cien por cien tomando café. 
Situado en Manresa, unos dos cientos metros antes del convento de Santa Clara en la calle homónima, fue un lugar de esos donde, a parte de haber llegado a desarrollar cierto sentimiento de pertenencia, me sentía totalmente cómodo y en paz. 
 El local se llama "El mirador" y es que, desde su minúscula y soleada terraza donde apenas caben tres mesitas, las vistas son privilegiadas. La panorámica incluye la montaña de Montserrat perfectamente perfilada de fondo, la Basílica de Santa Maria de la Seu, el Pont Vell sobre el río Cardener, y un montón de huertecillos que, escalonadamente, van bajando desde aquella zona  de la capital del Bages, hacia la carretera C-1411Z.
Como si de una maqueta se tratara, los trenes "dels Catalans" (como se les llama coloquialmente por aquí, para diferenciarlos de los de Renfe) surcan los huertos y se pierden (o emergen de él, según el sentido) en un pequeño túnel que atraviesa la montaña, para salir de nuevo de ella y discurrir paralelos al curso fluvial del Llobregat en su trayecto por las comarcas del Bages y del Baix Llobregat, hacia Barcelona. 
Ni los trenes consiguen elevar demasiado los decibelios del lugar.

Mientras arreglaba mi mundo, unos cuantos cafés cayeron aquí

Empiezo a escribir este post desde uno de los numerosos cafés ubicados dentro de la estructura metálica del edificio del "Mercat" de la Barceloneta, en la Plaça del Poeta Boscà.
Se trata de un local bien iluminado por un sol que entra libre y que se mete, literalmente, casi hasta la cocina. 
No tengo claro que acabe convirtiéndolo en mi refugio ocasional para escribir o leer un rato a media mañana. Demasiado ruido y unos precios sobredimensionados, propios del típico local donde queda cool dejarse ver tecleando un ordenador blanco. 
Bajo mis pies tengo uno de los 1300 refugios antiaéreos que se construyeron para que la población Barcelonesa se resguardara de los 194 bombardeos que durante la guerra civil Española perpetraron aviones de los ejércitos aéreos alemanes e italianos, principalmente. 
Franco obtenía ayuda para masacrar a sus compatriotas, y dos de los países que unos años después constituirían el bloque del eje en la segunda guerra mundial, afinaban sus juguetes en un campo de pruebas real.
Panfletos de propaganda alentando a la población a construir los refugios

Entrada de uno de aquellos refugios antiaéreos 
 
Si ladeo mi cabeza hacia la derecha, casi puedo ver la salida posterior de la iglesia de Sant Miquel del Port, cuyo portón da a un pequeño callejón que desemboca en la Plaça del Poeta Boscà.
Aquella iglesia fue ultrajada por el bando nacional y la campana de la misma fue lanzada al mar por los militares que la usurpaban. Cuando acabó la guerra, fue rescatada por un buzo y volvió a su lugar de procedencia.
Aquellos vomitivos fascistas, no muy diferentes a Santiago Abascal y a toda la basura nazi que hoy ha llenado de estulticia moral la Plaça Sant Jaume, son muy de respetar los símbolos religiosos, pero imagino que de vez en cuando hacían excepciones, e imagino que el clero Catalán no debía ser muy de su agrado, ya que tengo entendido que, en aquella época, era uno de los pocos refugios que tenía el pueblo Catalán para hablar su idioma con libertad.

Mientras todo aquello pasaba, la unión Soviética enviaba asistencia humanitaria en forma de víveres y ropa por valor de veinte millones de rublos, en un gran barco que Iósif Stalin ordeno fletar para apoyar a la población de la ciudad Condal. 

La multitud en Puerto de Barcelona, recibiendo al barco soviético Ziryanin el 14 de octubre de 1936

Varios barcos parecidos al Ziryanin, se llevaron a la URSS a 7000 Españoles. Entre ellos, a los famosos "Niños de Rusia", unos 3000 niños que fueron salvados de la guerra y a los que en la unión Soviética se les dio cobijo, educación y ocio.

Cola en Barcelona para alistarse en las milicias del POUM (partido obrero de unificación Marxista)

No es de extrañar que el movimiento antifascista y el Comunismo acabaran arraigando de alguna forma en la ciudad de Barcelona, y que, a día de hoy, Catalunya sea uno de esos bastiones del país donde uno puede decir orgulloso que al fascismo se le mantiene a raya.

Algunas de las fotos de este post son parte de una interesante colección de fotografías que hizo Antoni Campañà durante la guerra civil, y que se encontraron casualmente unos años después en el desalojo de una casa de Sant Cugat del Valles que iba a ser derruida.