jueves, 30 de abril de 2020

Amor y misterio en Užupis (parte I)

Siempre me gustó aquel barrio.
Quizás sea porque debe ser de los pocos en el mundo que tienen constitución propia, y el único en todo el mundo que, de sus cuarenta y un artículos, tiene dos referidos a las relaciones humano-gato.
El articulo diez se dirige a la especie humana y reza así: “Todos tienen derecho a amar y proteger un gato”, mientras que el trece se dirige al felino y le dice: “Un gato no está obligado a amar a su dueño, pero le debe ayudar en los momentos difíciles.”
En otro orden de cosas, también me gusta mucho el articulo veintiuno: "Todos tenemos derecho a darnos cuenta de nuestra irrelevancia y de nuestra grandeza". A decir verdad, este condiciona enormemente el amor entre seres humanos.

Cada tarde, tras haber pasado unas horas en el centro de la ciudad, cruzaba el río Vilnia, un pequeño afluente del río Neris, a través del puente Užupis, y llegaba a mi pequeña república: La república independiente de Užupis.
Guardo en mi memoria bonitos momentos de aquella etapa, y en eso tiene mucho que ver un animal. Lenin es un gato siamés que, religiosamente, me esperaba cada tarde al otro lado de la puerta y, apenas yo la abría unos centímetros, se escurría por la rendija y trepaba sobre mi cuerpo para encaramarse en mi hombro y hacerme “topetes” frotando su cara contra la mía y ronroneando como si hiciese años que no nos veíamos.
No era raro que, tras bajarse de mi hombro, saliese disparado al rincón de la sala de estar donde le gustaba reposar, justo al lado de una antigua estufa de leña, y cogiese entre los dientes al incauto e inerte ratoncillo de turno que aquel día hubiese cometido la insensatez de colarse en aquella vieja casa.
Me lo enseñaba ufano, y me lo ofrecía en un gesto que yo siempre entendí como una muestra de amistad felina.
Si no hubiese conocido ya a los gatos, podría haber pensado que era un gesto de pleitesía o de agradecimiento por el pienso que, o Audra o yo, le poníamos en su plato. Pero él nos consideraba sus inquilinos, e interpretaba nuestras muestras de amor por él como gestos de gratitud ante su magnánima amabilidad por dejarnos vivir en su casa a cambio de llenar su cuenco de pienso un par de veces al día.
Le echo de menos y aún me río solo cuando lo recuerdo maullando alocado, al son de una clásica canción Lituana llamada “Margarita”, que a Audra le gustaba escuchar.

El primer día que sucedió aquello, ella tarareaba la canción de forma casi histriónica para hacerme reír y provocar que yo le chinchara preguntándole como podía gustarle una canción que yo interpretaba como algo comparable a lo que podría ser en España “Mi gran noche” de Rafael.
De hecho, aquello tan solo era uno de esos códigos encriptados, únicos e irrepetibles, que cada pareja acaba creando con el paso del tiempo y la complicidad que ello genera, y que es imposible extrapolar.
Al fin y al cabo, ella me había visto tararear aquella canción, tan casposa como entrañable para mí también, en las fiestas populares de Druskininkai, el pueblo donde sus padres tenían su “Dacha” (típica casa de campo que se popularizó entre la clase media Rusa a finales del siglo XIX ), y donde nos gustaba ir a pasar el fin de semana y pasear por la ribera del río Niemen y por los bucólicos lagos del centro de una ciudad catalogada como ciudad-balneario.

Conocí a Audra en una fría tarde de primeros de diciembre en el centro de Vilnius en mi cuarto mes en Lituania. ¿Y como había acabado yo en aquellas tierras?
En aquella época, vivía en San Javier, un pueblo en la manga del mar menor, perteneciente a la provincia de Murcia.
El contexto mundial en aquella década de los 80 era de guerra fría, pero de lazos de unión entre España y la antigua unión Soviética, mediante instituciones como la Asociación de amistad España-URSS.
La misma estuvo canalizando las negociaciones de un posible convenio de hermanamiento entre la capital de Lituania y la ciudad de Murcia.
Aquello quedó en nada. Los visionarios Murcianos que desestimaron aquella posibilidad vieron en Vilnius una ciudad provinciana sin interés y sin posibilidades turísticas. El hecho de que Kaunas, la segunda ciudad del país, hubiese sido la capital de Lituania desde 1920 hasta el fin de la segunda guerra mundial y de que muchos la siguieran considerando la capital espiritual, no ayudó.

Yo no me había podido librar de un servicio militar que, en aquellos tiempos, aún era obligatorio, y fui asignado a un cuartel de Murcia.
Tras cumplir con mis responsabilidades con mi patria, ese concepto que nunca acabé de entender, aproveché la tesitura y me quedé allí como profesional para cursar la carrera universitaria de enfermería y ejercer unos años para mi país.
Pese a que lo intenté, aquel nunca fue mi lugar. Mucho menos cuando España entró en la OTAN unos años después.
Fue, precisamente, en aquel nuevo contexto, en el que entre “injerentes” fogones y oscuros propósitos se cocinaba la caída de la URSS, donde, aún sin hermanamiento oficial entre las dos ciudades, se acabaron concretando algunos acuerdos de colaboración. Entre ellos, un intercambio de profesionales militares sanitarios entre las bases de Murcia y Vilnius.

Aquello duró tres meses y acabó en noviembre. Aprovechando mis vacaciones anuales, planeé pasar allí el mes de diciembre y conocer el país.
Llevé conmigo mi tambor de percusión, un instrumento que había tocado en mi adolescencia, y que había tenido abandonado desde que me había embarcado en aquella etapa de mi vida en la que, entre “mili”, estudios y trabajo, la inercia me había llevado a sentirme en un vehículo que andaba demasiado rápido como para plantearse saltar de él.
Aquel instrumento un tanto “perroflautico” no casaba demasiado con el ambiente militar pero, a través de un médico con el que hice buenas migas en aquella base de Vilnius, la concejala de cultura del ayuntamiento me expidió una licencia para poder tocarlo en la calle durante el mes de diciembre.

La calle Aušros Vartų, en el centro histórico de la ciudad, no rebosaba de gente aquella tarde, y ni el cielo gris ni las horas que eran, hacían presagiar que aquella calle peatonal se fuera a llenar de almas en lo que quedaba de aquel martes laboral cualquiera.
Audra tocaba el violín cada tarde a cincuenta metros del puesto que yo tenía asignado.
Ella casi siempre tenía más éxito que yo, cosa que entendía a la perfección y que envidiaba.
Siempre me había fascinado aquel instrumento de cuerda. Tanto el instrumento en sí, como su sonoridad (dependiente de detalles tan curiosos como la madera utilizada), la elegancia emanada por aquel binomio mujer-instrumento, como el hecho de saber que se necesitaba una década para hacerlo sonar con cierta maestría.

Helado y sin poder regular mi temperatura corporal, aun tocando las piezas más enérgicas de mi repertorio, decidí plegar velas y volver a mi pensión.
Tras pasar por delante de ella y escucharla tocar un par de minutos, como solía hacer cada día, aproveché la intimidad que nos ofrecía aquella calle vacía de transeúntes y, señalándole a la vez que hacía el gesto de tocar el tambor, le propuse tocar algo juntos.
Asintió con la cabeza y, sin espectadores y sin la presión que hubiera supuesto para mí el tener la responsabilidad de no arruinarle el show, me dejé llevar por las notas musicales que emanaban de las cuerdas de su violín. Aquello no sonó del todo mal.

 – Good job – me dijo, con una expresiva sonrisa y sin aparente falsa diplomacia.
– Thanks!  – le contesté.
– ¿Ya vuelves a casa? – Sí, tengo frío y creo que esta tarde no vamos a tener multitudes escuchándonos. Vente y tomamos un Kava (café) si te apetece.
– Me parece bien, pero invito yo – me contestó. No se lo discutí.
Cada día, tras escucharla tocar de camino a la pensión, le había estado dejando una moneda y supuse que aquella era su forma de compensarme.

Me llevó a una bonita cafetería de su barrio y, entre paredes de tonos suaves y decoradas con obras de de artistas locales, música clásica y una atmósfera algo bohemia, pasamos el resto de la tarde tomando Kava y contándonos la vida.

No sin ciertas reticencias, le expliqué qué me había llevado a visitar su país y a qué me dedicaba en el mío.
Mis prejuicios y esquemas mentales estaban condicionados por mi realidad, en la cual una chica “así” no podía ver con buenos ojos a un militar. Pero me sorprendí al comprobar que Audra tenía un alto concepto de mi profesión y que estaba muy orgullosa del hecho de que su padre, un Bieloruso de Minsk, hubiese combatido a los nazis en la segunda guerra mundial.
Yo también hubiese estado orgulloso de él, de haber sido su hijo, pero no estaba orgulloso de mí.
El ejercito que se supone que defendía, aunque fuese como sanitario, era el mismo ejercito Franquista que había ayudado a los nazis en aquella guerra. Además, lo había hecho sin mojarse y de una forma tan neutra como cobarde y rastrera.
Ya con noche cerrada, salimos a la calle y, amablemente, me ofreció cena y un sofá en su casa para que no tuviese que deshacer todo lo andado para llegar hasta allí.
Nunca más volví a dormir en aquella cochambrosa pensión en las afueras de la ciudad. Tampoco volví jamás a mi antiguo trabajo en el ejercito.
Sin forzar nada y de una forma tan natural como sucede la salida o puesta del sol, ella, Lenin y yo nos hicimos inseparables.

Lituania (Lietuva en Lituano) proviene de la palabra Lietus, que significa tierra de lluvia.
Otro significado, si atendemos a otro origen del nombre del país, desde la palabra Lietava, sería pequeño río.
Audra era como la naturaleza de su país. Como un suave flujo de energía que fluye, rocía y refresca aquello que toca. Sin inundarlo.

Recuerdo que en las pocas tardes en que ella no salía a tocar el violín y salía yo solo, me esperaba en casa con algún pastel casero y con mi pijama encima de la estufa para que estuviese calentito cuando me lo pusiese.
No son detalles que por si solos valore especialmente. Mucho menos aún si intuyo machismo en ellos. Pero Audra era todo lo opuesto a dependencia, servilismo o a cualquier necesidad de supeditar su rol de mujer a lo que un hombre pudiera esperar de ella.

Salía de la cama cada mañana, sigilosa como una gata, y se iba a la academia de música y teatro.
Allí combinaba sus propios estudios, con las clases que impartía a estudiantes de primer año de violín.
Además siempre andaba metida en movimientos asamblearios y cooperativos de aquella pequeña República de Uzupis donde viven numerosos artistas y la actividad cultural es frenética.
Nunca le vi dar limosnas a mendigos, y es que en aquella época, sencillamente, no habían mendigos.
Si sigue viviendo en Vilnius, estoy convencido de que, de alguna forma, vela por los “homeless” que, sin duda alguna, se encuentra en el trayecto desde el centro a Uzupis o “al otro lado del río”, traducido al Español.

Me gustaban los días a su lado, tanto cuando podía disfrutar de su presencia como cuando no podía hacerlo. Pero nunca llevé bien las noches.
Rememorando aquella primera noche en su casa, donde descansé en el sofá de la sala de estar, aún me recorren el cuerpo los escalofríos.
Sin poder dormir y con los ojos como platos toda la noche, aún puedo sentir aquella sensación de inquietud e inexplicable incomodidad que me acompañó.
Lenin se mantuvo muy activo también, pero la actividad nocturna en un gato no es algo que extrañe demasiado a quien conoce a los felinos.

Empecé a dormir en la cama de Audra el tercer día de nuestra relación y, pese a conciliar el sueño con facilidad tras hacer el amor y quedarnos dormidos abrazados, yo me seguía despertando en mitad de la noche, costándome enormemente volver a caer en los brazos de Morfeo, con una incomoda sensación de silencioso caos y sorda angustia.
En aquella casa, al igual que en la gran mayoría de casas del este y del norte de Europa, no habían persianas. Cada amanecer vivía como un regalo la entrada de aquellas primeras luces de las grises mañanas invernales de Vilnius. La noche había acabado.
Salir a acompañar el violín de Audra con mi tambor, me hacía sentir vivo y afortunado por estar con ella viviendo en aquella ciudad que, aún a día de hoy, me tiene enamorado y a la que, pese a todo, volvería mil veces sin pensarlo.

Tras el paso de los dichosos días y las desapacibles noches, sin que nunca pudiese llegar a dormir plácidamente y del tirón, llegó el día donde tuve la certeza de que lo que estaba viviendo no era algo que pudiera normalizar.
Desperté de golpe ante los intensos espasmos y sacudidas de Audra.
Ella solía tener sueños con alta carga sexual,  y le encantaba despertar en el medio de los mismos, acercárseme y besarme, buscando mi lengua, mientras me cogía una mano y la guiaba entre sus piernas para que fuese consciente de su nivel de excitación.
Cuando surgía en esas circunstancias y de esa manera, el sexo con ella era apoteósico, salvaje y totalmente irracional.
No adoptábamos ningún tipo de protección y a ella le volvía loca que, una vez ella había llegado, llegara yo en su interior y nos quedáramos abrazados y dormidos.
La primera vez que me lo pidió, ante mi mirada de sorpresa y desconcierto, me dijo que "no me preocupara, que todo estaba bien”.
Nunca supe lo que había querido decir. Pero la verdad es que, más allá de la excitación del momento y de las tonterías que se pueden llegar a hacer en ese estado, creo que mi yo más visceral deseaba dejarla embarazada, así que tampoco quise preguntar y me dejé llevar.

Pero en la ocasión que relato, Audra no me besaba ni parecía interesada en mostrarme lo mojada que estaba.
Entre adormilado y asustado, las campanas del antiguo reloj de pared que colgaba en frente de nuestra cama, sonaron tres veces.
Lenin, estampado junto a la puerta de la habitación y totalmente “bufado”, maullaba de una forma aterradora en lo que parecían más los lamentos de un ser espectral que maullidos de un adorable gato domestico.
Abrí la luz de la habitación y Audra estaba totalmente rígida, como convulsionando, y con los ojos en blanco.
Mientras intentaba ponerla de costado, despertó.

– ¿Qué pasa? – me preguntó.
– ¿Estás bien?, joder, estabas temblando, totalmente rígida y con los ojos abiertos en blanco. – le dije, incorporándola y tratando de examinar su mirada y sus movimientos.
– No te preocupes. No es nada...todo está bien. – me contestó.

Aunque no la veía mal y estaba yo más tembloroso y en shock que ella, le di ropa y le dije que nos íbamos al hospital.
Me sentó en la cama, me acarició la cara y, con esa mirada dulce y ese tono suave que me deshacía, me dijo: “Estoy bien. No te preocupes záychik (pequeña liebre en Ruso). Me conozco y sé lo que ha pasado. No estoy enferma. Vamos a dormir y mañana hablamos”.

Se levantó de la cama, cogió a Lenin en brazos y estuvo acariciándolo mientras le besaba la cabeza. Le abrió la puerta de la habitación y él salió corriendo como si huyera del mismísimo diablo.
Ella se quedó dormida de nuevo mientras me abrazaba por detrás y me acariciaba la cabeza para calmarme.
Yo no pude dormir en toda la noche. Estaba helado y no podía quitarme de la cabeza aquella terrorífica imagen de Audra con la banda sonora de los aterradores maullidos de Lenin.
Tras pasar el resto de la noche comprobando una y otra vez que Audra estaba bien, me acabé durmiendo al tiempo que las primeras luces del amanecer se colaban por la ventana y anunciaban el fin de la oscuridad.
Desperté sobre las diez de la mañana. Audra no estaba en la cama.
Salí a la sala de estar y allí estaba, sentada al lado de la estufa, con Lenin en su regazo con los ojos semicerrados y ronroneando.
– En el horno hay Carrot Cake y acabo de hacer café. Pero ven y dame un beso antes, que lo necesito y no quiero levantarme y molestar a Lenin.
La besé, me serví el café y el carrot cake, que tanto me gustaba, y me senté en la mesa.

Continuará...

N. del A.: La república de Užupis es real (aunque sin soberanía ni aparentes pretensiones de independencia), pero aún no existía en los años en que discurre mi relato, no habiéndose constituido hasta el año 1998.
Los hechos que relato, los personajes, las experiencias y cualquier de los componente que integran la historia, no son ni autobiográficos ni reales o, al menos, no lo son en su totalidad.
Puede que hayan algunos extractos de situaciones reales vividas por mí o por personas que conozca o haya conocido algún día. Puede que casi todo sea ficción aderezada con algún toque de realidad.

* Foto extraida del muro de Instagram de "Komaruzack"

miércoles, 29 de abril de 2020

Bellvitge, un Prípiat capitalista en occidente

Si en este post me refiero a un barrio obrero del cinturón rojo de Barcelona, no es porque sea el ejemplo más representativo del tema sobre el que quiero escribir hoy.
Lo ideal sería hacerlo sobre algún barrio similar pero de la periferia de Madrid. Lo sería por el hecho de que allí se detectaron los focos primigenios del SARS-CoV-2 en España, no se confinaron, ni ellos ni la comunidad de Madrid en sí, y el resto ya se conoce.
Ya se sabe que España debe ser una, no diecisiete, e indivisible, por supuesto. Diría que en la salud y en la enfermedad, pero desde el golpe de estado del 36 hablamos de un país, esencialmente, enfermo.
Conozco poco Madrid y nada sus alrededores, mientras que el barrio de Bellvitge lo conozco bastante mejor. Tanto que estudié tres años en el campus que la Universidad de Barcelona tiene allí, me moví por el barrio cuando tenía que pasarme el día allá por prácticas y acabé trabajando en el hospital de Bellvitge, uno de los grandes del Institut Català de la salut.

Corría el año 1957, y Franco y sus amigos no andaban muy contentos con el éxodo que campesinos, en su gran mayoría Andaluces y Extremeños, iniciaban en aquellos años hacia la prometedora capital del reino.
Se llegó a prohibir su acceso a la que, según la propaganda oficial, siempre fue ciudad de acogida y abierta a todo el mundo, mediante un decreto en el B.O.E que lo justificaba así: "La afluencia constante a Madrid de familias procedentes de otras capitales y pueblos de la nación carentes, por lo general, de medios económicos, sin profesión determinada ni domicilio en que recogerse, lleva consigo una sistemática construcción de chabolas, cuevas y edificaciones similares en el extrarradio de la población, ocupando terrenos lindantes con importantes vías de comunicación e incluidos en planes urbanísticos aprobados o en proyecto".
Las élites Madrileñas, amiguetes de los terratenientes del sur, que tenían abocados a la mas profunda miseria a una población que, básicamente, se dedicaba a la agricultura, andaban temerosos pensando que se les iba a llenar la capital de picaros de malvivir sin oficio ni beneficio.

Que Catalunya fuera cuna de Andaluces y Extremeños, no es ninguna casualidad. Es una causalidad.
La misma causalidad que permite que si te mueves por mi pequeño país, puedas ver carteles con el eslogan "Volem acollir" ("queremos acoger", referido esta vez a la inmigración Siria).
No, no pienses que es palabrería vacía o una moda pasajera de "Cupaires" y desarrapados buenistas.

El barrio de Bellvitge es fruto del más abyecto capitalismo Español. Ese que juega con la falsa y malentendida unidad nacional cuando le conviene, pero hace constantes distinciones entre sus ciudadanos, dependiendo de su origen y clase social, y que dio cuatro duros a Catalunya para que se hiciese cargo de lo que en la capital consideraban "inmigrantes", con toda la carga peyorativa que la palabra tiene.
Con esos cuatro duros y para alojarlos allí, se construyeron unos horrendos edificios que ríete tú de los edificios "Jrushchovka" (Jrushchov los empezó a construir en su gobierno), los apartamentos prefabricados e idénticos donde la antigua Unión Soviética alojaba gratuitamente a sus ciudadanos, y que tanto le gusta mencionar al facherío nacional como símbolo de miseria y decadencia comunista.
A unos 300 metros de esos edificios se ubica el hospital de Bellvitge.

 Los edificios de Bellvitge al lado del hospital. 
Viendo una panorámica aérea del barrio, no difiere demasiado de una de Prípiat, la ciudad Ucraniana cercana a Kiev que, en los años de la URSS, se construyó para alojar a los trabajadores de la central nuclear de Chernobyl y a sus familias.
Eso sí, allí fueron con vivienda gratuita y con buenos sueldos estatales.
La ciudad de Prípiat con la central nuclear al fondo
A la iletrada derecha de este país, "cuñaos" de diverso pelaje incluidos (voten al PP, a ciudadanos o al PSOE en muchos casos), le encanta repetir, como si de papagayos se tratasen, las estupideces que graznan cada mañana sus referentes Federico Jiménez Losantos o Carlos Herrera. Y por esas, se llenan la boca de vulgar anticomunismo en forma de historias sobre Chernobyl, los liquidadores de aquella tragedia y demás hechos similares, con la única base cultural e interpretación de sus ídolos postfranquistas.

Ahora están ignorando los años de recortes del PP, las privatizaciones de la sanidad Madrileña, el rescate de 60.000 millones a la banca, la Púnica, la Gürtel, los 60 millones que el emérito le regalo a su amante (eso de "poner un piso", o dar una "ayudita", a la amante es muy de fachita...y de looser) y todo lo demás, que sería lo suficiente para aburriros y que la entrada perdiese interés.
Ignorando todo eso, y llamando comunista a un gobierno formado, mayoritariamente, por la derecha de rancio abolengo de siempre, se creen que lo tienen todo hecho. Y bueno, a efectos electorales es posible que así sea. Los votantes del PSOE ya sabemos como son. Tan coherentes y de izquierdas que igual te votan al PSOE hoy, como que en 4 años se te enamoran de Albert Rivera y dicen ser de centro. Bien pensado y a decir verdad, no muy diferentes de muchos de los votantes de Podemos.

Bellvitge también tiene su propia Chernobyl. Se llama hospital de Bellvitge y también está lleno de liquidadores. Sanitarios en este caso que, al igual que sucedió en aquella central nuclear, intentan minimizar las consecuencias del desastre, en este caso biológico, asumiendo el alto riesgo sin protecciones suficientes y con el único arma de su profesionalidad, vocación y valentía.
La misma de la que hicieron gala los liquidadores de Chernobyl por amor a su país y por el paradigma comunista de priorizar el "nosotros" al yo.

Liquidadores difíciles de diferenciar
Cuantas veces he oído hablar mal sobre el comunismo y poner de ejemplo aquel desastre nuclear y cómo se gestionó, para ahora ver que los sanitarios Españoles son los mas afectados del mundo con 40.000 contagiados, que en el hospital de Bellvitge se ha estado indicando guardar la misma mascarilla en un sobre entre 3 y 5 días, que se han esterilizado batas diseñadas para un solo uso, se han utilizado bolsas de basura para hacer la función de las mismas y todo ello en función del Stock de material del que se disponía y que dependía del gobierno, de eterna tradición centralista, en Madrid, of course.
Desde allí llegaron timos "del Chino" en forma de mascarillas sin homologación. Desde que se dio la voz de alarma por parte de sanitarios, se tardaron cinco días en retirarlas de circulación.

También se nos ha dado mucho la turra con el hecho de que el oscurantismo de los malvados comunistas Soviéticos (ahora la dan con los oscuros comunistas Chinos), propició que la radiación de Chernobyl se propagase por toda Europa y solo reconocieran la gravedad de la situación cuando llegó y se detectó en una central de medición de Estocolmo.
No como España que, a parte de dejar que la mierda se propogase de Madrid al resto del territorio nacional, no solo no confinó el país, sino que además presionó para que sus potenciales infecciosos vuelos pudieran aterrizar aquí y allá.
Ecuador ya sabía de la prepotencia y tradición genocida Española y se intentó proteger de ella, pero no pudo evitar que su paciente cero llegase en un vuelo desde Madrid.
En Portugal, Francia y Marruecos también nos conocen, por eso nos cerraron sus fronteras.

A todo esto, antes de que empezase el dramita, Madrid con su gobierno PP-VOX-CD`S, encabezado por Díaz Ayuso y votado por enfermos, se pirraba por tener la noria más grande de Europa.
Aquella en la que el actual gobierno "rojo" de Valencia (miro con esperanza a esa Comunidad Valenciana de la que espero algún día poder hablar con orgullo, mas allá de su Paella, sus buenas mandarinas y mi abuelo) no se interesó, al considerarla una chorrada superflua.
Dicen que Ayuso aún anda mirando los cielos a ver si llegan de China los dos aviones perdidos con 46 millones de Euros en material sanitario. Lo mira también soñando con su noria, y es que Prípiat también tenía una.
La noria abandonada de Prípiat.

domingo, 19 de abril de 2020

Un mal viaje

Apurando el último trago de aquel café Irlandés, me quedé mirando el edificio que, ante mí, lanzaba luminosos destellos en una especie de gesto de gratitud hacia el sol, por estar honrándole con aquellos rayos vespertinos sin los cuales no podría estar mostrando todo su encanto, tal como hacía en aquella fría tarde de un mes de septiembre en Reykjavik.
Me podía sentir afortunado por ver el sol en aquella ciudad que, en la vieja lengua Norse de los primeros colonizadores Vikingos, significa algo así como “bahía neblinosa”.
El edificio Harpa se encuentra situado en en el distrito de Miðborg de la capital de Islandia, en una zona peatonal junto al fiordo Kollafjörður, que le acerca a sus costas el mar de Groenlandia.
Su aguas se reflejan en varias de sus caras, conformadas, como toda la construcción, por una entramado de cristales hexagonales.
El interior es en gran parte diáfano, y alberga las sedes de la Orquesta Sinfónica y la de la Ópera Islandesa.

Tras comer en el primer restaurante que encontré al salir de aquel edificio, me quedé matando el tiempo a la espera de que llegara Ósk, la persona que se me había indicado en el e-mail que vendría a recogerme.
A decir verdad, tras haberme bebido aquellos tres cafés que de Irlandeses tenían poco y, básicamente, eran whiskys aderezados con algo de café y poca azúcar y crema, no me acordaba del nombre de quien me recogería, y casi que ni del motivo que me había llevado hasta allá.
No sé si aquel exceso de whisky pretendía justificar los cerca de trece Euros, al cambio, que iba a pagar por cada uno de aquellos cafés, o tan solo era el nivel de alcohol requerido por la clientela habitual de un país cuya población, de poco mas de 300.000 habitantes, sufre una alta incidencia de alcoholismo.

El camarero se acercó con la cuenta y yo tomé aire. Respiré aliviado al ver que el montante total no alcanzaba los tres dígitos al hacer un rápido ejercicio de conversión de Coronas Islandesas a Euros. No me hubiera extrañado dado lo que había escuchado sobre los precios de aquel país.

Vibró el móvil en mi bolsillo. Ósk estaba delante de la puerta principal del Harpa. Me levanté y fui a su encuentro.
La verdad es que en aquel momento no sabía apenas nada sobre la persona que debía hacerme de guía en la especie de amable acompañamiento institucional que la empresa de cruceros para la que iba a trabajar en el país, había tenido a bien ofrecerme.
La única persona que vi era una mujer de unos 30 años, bien vestida, rubia como la inmensa mayoría de mujeres en aquel país, con pelo corto y semblante serio.

-Hi, I’m Leonidas. Nice to meet you -Se lo dije queriendo que me tragara la tierra, como prácticamente cada vez que le digo mi nombre a alguien. Ojala ella no hubiese visto la película “300”. ¿En que diablos estarían pensando mis padres para haberme puesto semejante nombre?. En fin, habiéndose conocido en una especie de mesa redonda sobre la influencia de Esparta en la idiosincrasia de la Grecia contemporánea, era previsible que pudieran hacer algo así, y no podía culparlos ya que, al fin y al cabo, cuando yo nací, el más heroico de los Espartanos aún no se había popularizado entre las grandes masas como sucedió a raíz de la película.
Yo soy un tipo bastante normal y cada vez que le digo cómo me llamo a alguien, puedo intuir su jolgorio interior pensando cosas como: “¿Quién coño se cree que es este tío que tiene los cojones de ir con este nombre por el mundo?

En aquel primer encuentro con Ósk hubo otro motivo para querer que la tierra me tragara. Sin tener en cuenta que no estaba en casa, me acerqué a ella para darle los dos besos de rigor. Ojala me hubiera ofrecido la mano fríamente y manteniendo las distancias, como hacen un alto porcentaje de las mujeres nórdicas, pero no lo hizo. De hecho, fui yo quien recordó que aquel saludo no era lo correcto en Islandia y estuve a punto de retirarme en el último momento. No lo hice. Consideré que era preferible quedar de borracho que no de una especie de bicho raro con una mezcla de trastorno de personalidad antisocial u obsesivo compulsivo.
En otras circunstancias, hubiera pensado lo que suelo pensar en este tipo de situaciones: “¿Lo vería yo tan grave si fuese ella la que oliera a alcohol?”. En absoluto. Me reiría internamente y pensaría que, a parte de ser una buena pieza para oler a whisky a las cinco de la tarde, puede que hubiese tenido un mal día.
La verdad es que yo no había tenido un buen día, pero eso ya se había convertido en rutina en los últimos meses. En todo caso, era un tema intrascendente y que ella no iba a sospechar. Lo que sí podía sospechar es que quizás no fuese la persona indicada para conducir un autobús de sesenta plazas por las carreteras de aquel país.

-I’m ósk. Nice to meet you -me contestó.
Bueno, al proferir aquellas primeras palabras, dejó de parecerme tan seria como en la primera impresión que tuve al verla.
Tras preguntarme por mi viaje desde Barcelona y entablar algo de conversación, nos dirigimos hasta su coche.
Los cincuenta kilómetros que hay entre la ciudad de Reykjavik y el aeropuerto internacional de Keflavic, los pasé en silencio admirando el salpicadero de aquel BMW, una marca de coche que nunca tendré pero que me encanta, y escuchando la música de los años setenta u ochenta que sonaba en su radiocassete.
Ya aparcando en el aeropuerto, sonó la canción “Voyage Voyage” de Desireless, una Parisina que escuchaba mi madre y cuya voz me trasladaba de vuelta a mi infancia. “Sueño con mi madre abronchándome el abrigo”, como dice una de mis canciones favoritas.
La canción de Claudie Fritsch-Mentrop era premonitoria, y no lo digo por el vuelo que estaba a punto de tomar.

La compañía de cruceros para la que iba a trabajar había fletado, como gesto de cortesía hacía sus nuevas incorporaciones, un vuelo privado en un pequeña aeronave bimotor que nos llevaría hasta la ciudad de Akureiyi, un importante asentamiento Vikingo en tiempos pasados, que actualmente constituye uno de los principales focos turísticos del país.
Allí es donde iba a vivir los próximos seis meses como mínimo, y la verdad es que apenas sabía nada de la ciudad, a parte de que disfrutaba de un clima algo más benévolo que el resto del país, y que en el fiordo que entraba desde el mar hasta la ciudad se podían avistar ballenas jorobadas, rocurales, ballenas azules, orcas, y varios tipos de delfines.
El vuelo duró algo menos de dos horas en las que Ósk apenas me habló.
Dos filas por detrás de la nuestra, escuché la sonora voz de otro Hispanoparlante con acento Español. -Españoles por el mundo...-pensé. La acompañante que le habían asignado a él hablaba un Español bastante bueno y parecía bastante más sociable que Ósk.
Pensé que me había tocado la china, pero en el fondo lo prefería así. Aquel día creo que no hubiera sido capaz de entablar una conversación fluida e interesante con nadie.
En realidad, no sabía que estaba haciendo allí y cada vez lo entendía menos.
Un autobús nos recogió en el aeropuerto y nos llevó al centro de la ciudad. Con la temperatura bajo cero, noche cerrada y cuatro gatos en la calle, aquella primera impresión de la ciudad no fue demasiado prometedora.
Ósk me acompañó al hostal donde me alojaría hasta que se me asignara una residencia definitiva.
-Mañana vendré a recogerte a las 10h y te llevaré a un sitio -me dijo. Y se despidió con un simpático “Bona nit” en Catalán y una tímida sonrisa.
Me sentí reconfortado al escuchar el idioma de mi hogar adoptivo. Y pensé que quizás estaba juzgando a aquella chica demasiado pronto.

Me dormí pensando en que me había metido en una isla ubicada en medio de las dos placas tectónicas de los continentes americano y euroasiático, donde hace unos pocos años habían habido una serie de erupciones volcánicas que habían dejado el país aislado del mundo, y donde sus habitantes estuvieron sin ver la luz del sol durante varios meses, debido al crudo invierno y, en aquel caso, también a la abundante ceniza, y con la sensación de que se acababa el mundo.
Tras una noche donde dormí a pierna suelta y un típico desayuno Hafragrautur, consistente en unas gachas de avena con azúcar moreno espolvoreado y un café bastante deplorable, salí a la puerta del hostal que se ubicaba en la calle Kaupvangsstræti, la misma desde donde salían las famosas escaleras que llevan a uno de los principales atractivos de la ciudad, una iglesia Luterana ubicada en lo alto de una colina.

El destino o Ra o Thor, un dios Vikingo al que la ciudad sigue rindiendo pleitesía con una estatua, me regalaba un esplendido día soleado que hacía más soportable la baja temperatura ambiental.
Ósk apareció en otro flamante BMW. -Joder, que nivel, Maribel -pensé.
Abrí la puerta del coche y no sé si fue más fuerte la bofetada del fuerte olor a marihuana que me sacudió con fuerza, o la música Jamaicana que reventaba los altavoces del coche y creí que me dejaría sordo de por vida.
Me subí y, con una expresiva sonrisa y los ojos notablemente enrojecidos, me preguntó: -¿Te molesta la música?, Ufff, perdona, he fumado en el coche y no he pensado en que te ibas a subir.
Nunca he sido un “fumeta” y, puntualmente, si la situación lo ha aconsejado, no me ha importado compartir unas caladas con alguien pero, a aquellas horas, de sopetón y con el coche convertido en un “Smoking Club” rodante, me dieron ganas de saltar por la ventanilla en marcha.
-No, todo está bien -le dije, mientras pensaba irónicamente en que no veas con los éxitos que el Luteranismo había cosechado en los últimos años. Más o menos, los mismos que el catolicismo.

Recuerdo haber leído, unos años atrás, un texto donde se hablaba de la religión de Martín Lutero y de donde me quedé con este extracto que transcribo a continuación: “Pienso que en los países de cultura luterana se persiguen los vicios sencillos como fumar, beber o bailar en la calle. Y se fomentan, cuando no se convierten en virtud, los vicios sociales más abyectos como la usura, la especulación, el nepotismo , el turismo sexual en Thailandia y la corrupción de quienes ocupan cargos públicos. No quiero decir con ello que en los países de influencia católica no se haga lo mismo. Pero al menos, en general, creo que el catolicismo es actualmente más tolerante en cuanto a los vicios privados de la gente. Y si lo pensamos bien, toda la campaña contra el tabaco, el alcohol y la diversión ha sido promovida desde países dominados por el luteranismo, el calvinismo y otras doctrinas religiosas que responden mejor a las exigencias del libre mercado” *

En fin, los banqueros y políticos Islandeses que habían hundido al país en la crisis económica que azotó al mundo entero a principios de siglo, habían acabado en el talego, y Ósk andaba conduciendo más doblada que un Chino agradecido.
Eso sí, mantenía la misma conducción pausada y cívica del día anterior.
-Te voy a llevar a un sitio único en el mundo y vas a sentirte feliz por conocerlo y poder visitarlo cuando quieras -me dijo con una gran sonrisa dibujada en el rostro.
-El día promete -pensé irónicamente. Y asentí con una sonrisa forzada.

Tras salir del centro de la urbe, cruzando las aguas del fiordo Eyjafjörður por el puente Þjóðvegur, Ósk siguió la carretera que se alejaba de la ciudad con las magníficas vistas de Akureiyi que ahora quedaba en la linea de costa del lado opuesto.
Me estuvo hablando de las ganas que tenía de venir a Barcelona y pasar un tiempo allí.
Aunque yo me hallara sentado en su coche escuchándola, debido a que había necesitado alejarme de Barcelona y sus alrededores, la entendía perfectamente y no pude hacer otra cosa que alentarla a venir a una de las que, tras haber visto algo de mundo ya, considero una de las mejores ciudades del mundo.
Sin saber aún donde nos dirigíamos, llegamos a una rotonda y tomamos la segunda salida, abandonando así la carretera principal. Después de recorrer otros 600 metros más por aquella pequeña carretera secundaria, Ósk tomó un pequeño camino a la izquierda y paró el coche a un lado.
- ¿Donde estamos?, ¿que hay aquí? -le pregunté entre sorprendido y algo descolocado.
Más allá de los apartamentos Halllandsnes que, según indicaba un letrero, estaban al final de aquel camino, allí no parecía haber nada demasiado interesante que ver, o al menos no más interesante que en cualquier otro lugar de las inmediaciones de aquella fantástica ciudad.

-¿Has traído bañador? -me preguntó. -No. No me dijiste que lo fuera a necesitar! -le contesté.
- Ya... -contestó sin mirarme, apoyada sobre el volante en una pose meditativa. Parecía estar cansada de vivir. Pensé que le aburría mi presencia, y no la culpaba.
-Yo tampoco. Pero da igual -me dijo. Y riéndose nerviosamente, se empezó a quitar la ropa, mientras yo la miraba atónito.

¿Era este el recibimiento con el que la empresa me agradecía el hecho de que hubiera dejado mi país para desplazarme a aquel frío país nórdico en el culo del mundo?, ¿sabrían mis jefes la clase de perturbada que me habían asignado para acelerar mi proceso de adaptación a aquel lugar?, ¿donde pretendía aquella loca fumada que fuéramos en ropa interior con aquella temperatura que apenas superaba los cero grados en el termómetro?

Mi cerebro me aporreaba con todas aquellas preguntas, mientras que por un momento dudé sobre si salir del coche y volverme andando de vuelta a la ciudad, o si hacerle caso y dejarme llevar a vete a saber tú que puta locura que aquella Islandesa pudiera tener en su cabeza.
-Pensándolo bien, puede que esté pasando por la fase maníaca de su trastorno bipolar. Vete a saber si tanto fumar le ha desencadenado algo que sus jefes no conocían y me está convirtiendo en su compañero de juegos de enajenada -me dije para mi mismo.
- Come on, let’s go! -me dijo mientras, ya en ropa interior, cogía un termo del asiento trasero del coche y cerraba la puerta.
-Vete a saber lo que lleva en ese termo -pensé.
-Eres un puto muermo -mascullé en voz baja para mí, mientras me sentía fatal por estar teniendo todos aquellos pensamientos de aquella entusiasta chica que quizás solo trataba de que disfrutáramos de la vida, y que lo hiciéramos bebiendo un té caliente que quizás hubiera preparado temprano con todo su cariño.

En un impulso de insensatez y locura forzada, me quité la ropa, quedándome en calzoncillos.
Estaba tan descolocado que ni siquiera reparé en la porquería de calzoncillos, imitación de alguna marca de renombre, que me había puesto al salir de la ducha la noche anterior.
Caminamos unos cien metros y tomamos una pequeña senda en la que no sé si hubiera reparado de no haber sido por sus conocimiento de aquel lugar.
Al lado de la senda corría una especie de riachuelo, el cual no tenía demasiado claro de donde manaba. Mirando el entorno, no adivinaba ningún curso fluvial que trajera allá aquellas aguas.
Llegamos a un remanso de agua estancada a pocos metros del acantilado sobre las aguas del mar.
Ósk metió un pie en el agua y, tras sonreír, se metió entera lentamente.
Había leído sobre las bondades de las aguas volcánicas de aquella isla, y de como estas manan del interior de la tierra para formar improvisados jacuzzis naturales en los lugares más insospechados.
También había leído sobre lo poco aconsejable de meterse en aquellas aguas, si no es en lugares habilitados y con ciertos controles periódicos de la actividad volcánica por parte de especialistas en geotermia.
No eran aislados los casos en los que alguien que reposaba en uno de aquellos lugares, creyéndose el rey del mundo, se había escaldado tras haber sido víctima de un súbito aumento de temperatura del agua.
-Come on! -exclamó ella.
-Is dangerous -le dije.
- ¿Cómo es posible que tus padres te llamaran Leonidas?, eres un looser! -me dijo, mientras reía airadamente y sin poder parar.

La verdad es que tenía toda la razón. Estaba haciendo el ridículo delante de aquella chica que, bien pensando y más allá del momento que vivía en el cual no era capaz de recordar la última vez que había tenido una erección, no estaba nada mal.
En el supuesto de que quizás un día, en un futuro que esperaba que no quedara muy lejano, quisiera intentar algo con ella, al darme cuenta de que en aquella pequeña y fría ciudad no abundaban las opciones, ella me recordaría con aquellos calzoncillos de mercadillo y atemorizado por unas aguas que, a decir verdad, no parecían demasiado peligrosas, más allá de los miedos que me habían provocado aquellas lecturas diseñadas para el vulgo que suponían todos aquellos turistas que, en los últimos años, acudían a aquel país como moscas a la mierda.
Tras mirarla algo descolocado e intentando que tuviera la sensación de que estaba pensando que era una insolente deslenguada, no pude aguantar la risa y contestarle: “That’s true...”, mientras me reía al unisono que ella.
Me metí en aquella bañera natural que nos regalaba la infinita riqueza natural de aquel país del que tanto me quedaba por descubrir.
Pese a creer, en un principio, que no podría aguantar demasiado tiempo metido allí, en seguida me sentí reconfortado y aliviado al haber cambiado la baja temperatura del exterior por aquellas aguas termales.
Tras cinco minutos, me olvidé también de la remota posibilidad de que aquellas aguas hirvieran de repente y acabara en alguna unidad de quemados de algún hospital del país.
-¿Estás bien?-me pregunto. Aunque, por su mirada, intuí que se estaba interesando por mis emociones de una forma algo más global de lo que hubiera supuesto estar preguntándome si la temperatura del agua me parecía agradable, le contesté con un entusiasta: “yes, is great to be in this place, thanks!”
Ósk abrió el termo que había cogido del coche y, sobre una roca que emergía del agua, sirvió parte de su contenido en 2 vasos algo más grande que el que los locales de ocio nocturno utilizan para servir “chupitos”.
Un té era exactamente lo que necesitaba para empezar a sentirme en el cielo en aquel lugar.
El sabor me resultó bastante amargo pero soportable. No le pregunté de que sabor era y entendía que no hubiera traído algo de azúcar hasta allí.
Tras pasar unos cinco minutos hablándole de las circunstancias que me habían llevado a emigrar a aquel país, nos habíamos acabado el té y Ósk me pidió que la acompañara al filo del acantilado.
Las mismas aguas que llenaban aquellas bañeras naturales donde nos habíamos estado bañando, se abrían paso entre la vegetación, al igual que habíamos hecho nosotros, y se precipitaban por la pared de aquella caída que calculé debía tener unos doce metros de altura.
-¿Sabes que estás en la “waterfall” con aguas más calientes de toda Islandia? -me preguntó, mientras una lancha rápida, de color naranja y repleta de turistas, surcaba las aguas del fiordo a toda velocidad en busca de ballenas.
-¿Sabes?, quiero bañarme ahí abajo. Acompáñame -me pidió sonriente, al tiempo que me cogía la mano y echaba a andar con cuidado hacia el camino donde habíamos dejado aparcado el coche.
Con la sensación de estar destrozándome los pies, pero manteniendo la compostura con fingida estoicidad, con el propósito de no volverle a parecer un “looser”, caminamos unos doscientos metros, primero por el camino y luego entre la frondosa vegetación, para ir descendiendo hacia lo que parecía una minúscula playa desde donde poder meterse en el mar.
-Nadaremos desde aquí hasta el mar, justo debajo de la Waterfall de agua caliente -me dijo con una pacificadora sonrisa que irradiaba seguridad.
Entonces se lanzó a nadar con decisión, siguiendo la pared rocosa en dirección a la catarata.
Yo la seguí sin ver muy claro lo que estábamos haciendo pero, aunque parezca mentira, aliviado por dejar de estar expuesto al gélido viento que me había dejado helado, tras haber abandonado el bienestar de aquella bañera natural y haber caminado hasta aquel acceso al nivel del mar.
Tras nadar durante lo que calculo que fueron tres o cuatro minutos, el agua había dejado de estar jodidamente helada, para pasar a estar muy fría tan solo. De ahí, pasó a estar fría, sin más. Y de repente, empecé a notar efluvios de cierta calidez para acabar cerciorándome de que, de nuevo, volvía a estar bañándome en aguas sumamente templadas, pero esta vez con sabor a sal y embriagado por una indescriptible sensación, mezcla de libertad, euforia y ligereza en mi ser.
No sé cómo explicar esto último, pero sentía que, cuando yo quisiese, me elevaría por encima del agua y surcaría los cielos de aquel fiordo. Y de repente, como si la realidad me asestase un golpe y me instara a regirme por la inevitable ley de gravedad y por la certeza de que el hombre no puede volar, Ósk se me abrazó gritando eufórica y me susurró al oído: “¿Sabes que significa mi nombre en Español?”. -Dime -le contesté.
-Deseo. Y me besó en la boca. Tras un corto, pero intenso, beso que no llegó a los diez segundos, paré. La abracé de nuevo y la besé en la frente. Tras volver a abrazarla y disfrutar de la sensación de flotar juntos en aquel lugar privilegiado del planeta, me quedé mirando el mar.
Lo que viene a continuación me resulta difícil de describir y trataré de hacerlo con la mayor fidelidad posible a la realidad, o mejor dicho a la realidad que mi cerebro interpretó.
Una enorme ballena jorobada saltó sobre el agua a pocos metros de nosotros. Al caer al agua, salí despedido elevándome a una altura indeterminable para mí, pero que me permitió verme allá abajo abrazado a Ósk.
Sin atisbo de sorpresa o miedo alguno, me sentí totalmente seguro y en paz.
Sobrevolé todo lo que mis ojos alcanzaban a ver y también lo que no.
Es decir, varias ballenas me miraban desde el fondo del mar, y alargando mi mano llegaba a acariciarlas sin tener la sensación de que estuviera metiendo la mano dentro del agua. No estoy diciendo que mi brazo se alargara. Pero mi mano llegaba a cualquier sitio que yo quisiese tocar. No había sensación de distancia y el universo dejaba de ser heterogéneo, para convertir los cinco elementos -tierra, agua, aire, fuego y espíritu- en un todo homogéneo y a mi alcance.
Una especie de enorme cuervo negro apareció y voló a mi lado. Me quise encaramar a su lomo, pero no me permitía reducir las distancia que me separaba de él.
A todo esto, volví a buscarme con la mirada y allá abajo seguía abrazado a Ósk.
El cuervo quiso que le siguiese. No sé como lo supe, pero lo supe. No sé explicarme mejor, aunque me gustaría poder hacerlo.
Pese a que recuerdo querer montarlo y volar sobre él, como si yo fuese David el Gnomo y él el ganso que lo transportaba por aire cuando Swift, su zorro, no podía hacerlo, siempre tuve claro que no me iba a dejar.
He acabado interpretando aquello como una especie de alegoría donde aquel cuervo eran los traumas y los miedos que me gustaría tener controlados, y él era el encargado de hacerme ver que tendría que aprender a vivir con ellos, sin culpabilidad por no poder montarlos, esperando que un día decidiesen dejar de volar en paralelo conmigo.
Ósk se unió a la fiesta y la vi, por debajo de mí, cabalgando a un delfín negro y perdiéndose en las profundidades del mar y de mi mente.
Aunque todo aquello discurrió en minutos, lo viví como si hubiera durado horas.
Entonces, sin entender nada y con una sensación total de falta de control y caos, noté como me precipitaba sobre lo que ahora sí podía ver como agua, totalmente diferenciada del aire por el que avanzaba.
Mientras caía en vertical sobre mi cuerpo y el de Ósk, pude sentir como todo volvía a la normalidad. El cuervo ya no volaba a mi lado y ya no podía ver ballenas a través de un agua que había dejado de ser traslucida.

Por un momento sentí que iba a morir. Me precipitaba a mucha velocidad, pero no la suficiente como para no poder pensar. Y no vi mi vida pasar, pero sí pude transportarme al recuerdo de aquel yo que un día se había visto precipitándose al río Cardener, a su paso por el pont Vell de Manresa,  y había tenido la sensación de cierta perdida de control y de que su tórax explotaba al golpear contra el agua. Rememoré, incluso, aquella sensación metálica de sangre en mi garganta, confirmada con esputos sanguinolentos debido a la contusión pulmonar.
No pasó nada de eso. Tan solo todo volvió a ser normal. Bueno, relativamente normal. No calificaría de normalidad absoluta el verme llenando el agua de vómitos, mientras a mi lado podía sentir gritos de histeria en una lancha naranja llena de aterrados turistas.

¿Donde estaba Osk? Miré a mi alrededor buscándola nervioso.
Me encaramé a la lancha y pude ver como un tipo hundía sus manos sobre su tórax inmóvil. Tan inmóvil como toda ella.

Escribo esto desde el ala de presos psiquiátricos de la prisión de Kvíabryggja.
El juez dictaminó mi ingreso en una especie de correccional de baja seguridad, como la gran mayoría de los que existen en este país.
Tras la muerte de Ósk, hice un debut de cuadro psicótico.
Los análisis mostraron presencia de dimetiltriptamina (DMT), entre otras sustancias relacionadas, en mi sangre. Ello, junto a mi testimonio de las horas previas, determinó que había ingerido una droga Amazónica llamada Ayahuasca que, traducido al Español del Quechua, significa “soga de los espíritus”.
El DMT, conocida también como la "molécula de dios", es un potente alucinógeno que producen algunas plantas Amazónicas y que también es capaz de sintetizar el cerebro humano de forma natural.
Mi abogado anda buscando a algún chamán que le explique al juez que los bien intencionados tripulantes de aquella lancha, sin contemplar que estuviéramos metidos en aquellas aguas voluntariamente y habiéndonos encontrado en un estado de conciencia alterado, habían interrumpido  muy bruscamente una especie de viaje transdimensional, del que, a veces, no se vuelve debido a la ruptura del hilo que te mantiene unido al cuerpo. En el caso de Ósk, falló la "soga de los espíritus".

Quiero pensar que Ósk sigue surcando los mares a lomos de aquel delfín en que la vi subida.
Quizás ella fuera Skuld, una de las tres Nornas principales de la mitología nórdica, junto a Urd y Verdandi.
Skuld representa el aspecto del destino relacionado con acontecimientos futuros, es decir, "lo que nos hará falta, lo que debería ser, o lo que es necesario que ocurra”.

La foto está tomada en el sitio que describo en la última parte del relato, aunque en absoluto refleja la belleza del lugar, ni mucho menos las sensaciones que puede llegar a provocar una energía natural tan potente como la de Islandia.

N. del A.: Como ya dije en el post previo, los escenarios que describo en este relato son de los pocos ingredientes del mismo que pertenecen a la estricta realidad.
Los hechos que relato, los personajes, las experiencias y cualquier de los componente que integran las historias, no son ni autobiográficos ni reales, o al menos no lo son en su totalidad.
Puede que hayan algunos extractos de situaciones reales vividas por mí o por personas que conozca o haya conocido algún día. Puede que casi todo sea ficción aderezada con algún toque de realidad.

* Puertas, M (22 de abril de 2009). Islandia: géiseres, bacalao, auroras boreales, cerveza sin alcohol y cristales rotos (II). Recuperado de http://cartasdesdeleste.blogspot.com/2009/04/islandia-geiseres-bacalao-auroras.html

sábado, 18 de abril de 2020

Crónicas de una cuarentena en Colombia (IV): "Siempre quise ser palmera..."

"...estar y no pensar en respirar si quiera...".
Como dice Kase-o, había pasado los últimos años de mi vida deseando ser una palmera, sentir vértigo ante algún acantilado llamado aburrimiento, tedio o hastío, y conseguir mirarlo desde lo alto, para acabar sintiendo que me adaptaba a ello y que alcanzaba algo parecido a los conceptos, algo abstractos y subjetivos, de equilibrio y paz.

 Emulando a Pablo Escobar en sus confinamientos de escapatoria de la DEA
Desde la terraza de la primera planta de la casa donde vegeto, sin remordimiento de conciencia alguno, me balanceo en la hamaca mientras miro otra palmera que hay en el terreno de la finca.
Cada día me siento con más capacidad de abstraerme del teléfono móvil y leer un libro, cosa que me había venido costando hacer en los últimos años.
A decir verdad, salvo en el caso de alguna biografía de algún ciclista, no recordaba la sensación de haber devorado un libro denso, en poco tiempo y habiendo disfrutado plenamente de él.

El pasado verano, en el transcurso de mi viaje en bici por países del norte de Europa, me planteé escribir algo así como un libro de relatos del viaje. Pero la cruda realidad me golpeaba cada atardecer y, tras 100 km's de bici con la intensidad física, y también emocional cuando cada km es novedoso, que eso conlleva, lo cierto es que apenas me quedaban energías para montar la tienda, hacerme la cena, enviar 4 whatsaps y publicar en redes sociales. Después se me empezaban a caer los parpados y "game over".
Ya en Ecuador, me planteé quedarme 15 días en alguno de los lugares que se me recomendaron allí, y escribir sobre lo vivido en los países bálticos y nórdicos.
De hecho, ante la imposibilidad de moverse por Ecuador, debido a las protestas y movilizaciones acaecidas durante el mes de octubre pasado, tuve una buena oportunidad para hacerlo en un precioso pueblo, llamado Baños de Agua santa, donde pasé aquel primer "confinamiento" de los dos que llevo en este viaje por Sudamérica.
Entonces, me di cuenta de que, pese a estar en la situación perfecta para ello, me estaba forzando, de que no me apetecía especialmente hacerlo, y sobretodo de que no me motivaba escribir sobre mis viajes, en absoluto.

El domingo hará un mes que haranganeo en esta casa y, tras una especie de proceso con sus diferentes fases, acepté que las circunstancias, el destino o el SARS-CoV-2, me estaban dando la oportunidad de obligarme a frenar del todo y tratar de sacar provecho a una situación a la que, debido a mi naturaleza algo inquieta, difícilmente me hubiera prestado por voluntad propia.

Así que la estoy aprovechando y el domingo espero publicar, en esta bitácora, el primero de una serie de relatos que creo que se englobarían en un estilo de narrativa corta.
Es algo que llevaba tiempo esperando la inspiración para desear hacer, en una especie de ejercicio literario "ensayistico" de lo que espero que algún día sea algo más serio.

Siempre me han gustado aquellos autores que narran sus historias en lugares que parecen conocer bien, y que consiguen transportarme, de alguna manera, al lugar donde se desarrollan los hechos.
He estado en algunos lugares que creo que vale la pena compartir con quiera leerme y, en base a eso, los relatos se sucederán en lugares que conozco bien y que creo poder describir, despertando así las ganas del lector por visitarlos algún día.

Dichos escenarios serán de los pocos ingredientes del relato que pertenezcan a la estricta realidad.
Los hechos que relato, los personajes, las experiencias y cualquier de los componente que integren las historias, nunca serán ni autobiográficos ni reales, o al menos no lo serán en su totalidad.
Puede que hayan algunos extractos de situaciones reales vividas por mí o por personas que conozca o haya conocido algún día. Puede que casi todo sea ficción aderezada con algún toque de realidad.

Correr en los ocasos de este maravilloso rincón de Colombia me inspira. También lo hacen las noches regadas de vino, en compañía de Niña o Aura y del silencio de Antioquia, solo roto por los miles de insectos que, como si de una filarmónica natural se tratara, ponen la banda sonora a estos momentos de escritura.
Aura, la perra con la mirada más expresiva, casi humana se podría decir, que he visto en mi vida. 

lunes, 13 de abril de 2020

Crónicas de una cuarentena en Colombia (III): "Una mañana cualquiera"

"Tú no tienes la culpa, mi amor, que el mundo sea tan feo. Tú no tienes la culpa, mi amor, de tanto tiroteo. va por la calle llorando, lagrimas de oro..."
Manu Chao pone la banda sonora, con ritmos latinos y mensaje revolucionario, a una mañana cualquiera de otro día más de confinamiento en esta cuarentena que paso en Antioquia.

Nada limita el tiempo del desayuno. Nadie está pendiente de las agujas del reloj
El café nos acompaña en esta soleada mañana, y también las historias de Thor.
Él es un Alemán con medio siglo de vida a sus espaldas, pese a no aparentarlo en absoluto.
Nacido en una pequeña ciudad, llamada Elfurt, en la Alemania socialista, empezó a viajar con 20 años tras la caída del telón de acero.
Según me explicó, supo cómo moverse en los tiempos del cambio de régimen político y, tras comprar un pequeño edificio, lo remodeló transformándolo en un hostal y regentándolo durante bastantes años, para acabar vendiéndolo.
Tan solo la vuelta al mundo que hizo a "dedo" en 4 años y medio, darían para escribir un libro.
Más que sus historias de viajes, a mí me interesan su conocimiento e impresiones sobre algunos países de Europa de los que, pese a haberlos visitado, no tengo una opinión muy formada.

Lo cierto es que siempre tiene cosas interesantes de las que hablar. Lo hace en un Español increíblemente bueno, aprendido de forma autodidacta, en sus viajes previos por Sudamérica y en un último año donde ha estado viviendo en Medellín.
Siempre con él, Aura, una pacífica perra, mezcla de Doberman con no sé que más, que lo mira como si fuera dios y lo sigue feliz a cada paso que da. Las fotos que me enseña Thor, en diversos lugares del mundo, así lo atestiguan. Ella siempre sale con su Frisby, su juguete preferido.


Manuel es el parcero que nos tiene aquí acogidos en su casa, en este momento tan inverosímil, como puede que único en nuestras vidas.
Él tiene mi edad y, pese a no poder contar tantas historias como Thor, también tiene unos cuantos tiros pegaos en la vida. 
Tras haber completado sus estudios en ingeniería y haber estado trabajando unos años en algo así como un ministerio de salud de Medellín, se acabó separando de su mujer al tiempo que era relevado de su puesto de trabajo, así que decidió dejar su vida en la ciudad y venirse a vivir a una casa de campo que, junto a su madre, se había comprado unos años antes, en una época donde esta zona era sumamente conflictiva, fruto de trifulcas entre guerrillas y abusos de movimientos paramilitares. Debido a ello, todo el mundo aquí quería vender, habiendo nula demanda y abundante e interesante oferta.
Aún a día de hoy, me resulta irrisorio escuchar los precios de algunas propiedades en venta por aquí.

Manuel trata de ser lo más autosuficiente posible, y en su empeño anda intentando que la tierra le dé la mayor cantidad de alimentos posibles. También tiene una minipiscifactoría e intenta hacer crecer una de sus primeras remesas de peces con la intención de autoabastecerse y poder vender el excedente a una cooperativa local.
Suelo flipar en colores con la polivalencia de Manuel. Sabe de un montón de temas y de cosas necesarias para llevar sus planes adelante sin tener que recurrir a profesionales especializados. La mayoría de esos conocimientos los ha adquirido de forma autodidacta mediante la la visualización de tutoriales en Youtube y la técnica del ensayo-error.
Es evidente que la escasez de plata y la necesidad de llenar el plato, agudiza el ingenio y desarrolla habilidades.
Junto a él, viven un perro y una gata.


Polo vive una segunda vida de perro domestico acomodado y feliz, habiendo dejado atrás su anterior vida de buscavidas callejero. Manuel dice que, cuando lo acogió, estaba sumamente delgado y repleto de heridas, de las que aún guarda el recuerdo en forma de cicatrices.
Niña es una elegante gata domestica que, pese a haber disfrutado siempre de una vida acomodada, se comporta como si fuera una pantera en semicautividad. Es la gata más salvaje que he visto en mi vida. Creo que no tendría problemas si tuviera que vivir en la jungla que abunda en la zona.
Cuando cae la noche, se pierde donde no llega la luz del porche de entrada y se la puede ver en actitud de caza, pegando saltos y jugueteando con los abundantes insectos que aparecen con la caída del sol.

En uno de los primeros días que estuve en esta casa, pude ver como, ante la irrupción de un perro desconocido en la finca y tras la actitud titubeante de Polo y Aura, fue ella la que, tras una persecución de película, lo echó de la propiedad.
Hace pocos días, se asoció con Polo y acorralaron a una Zarigüeya que, muerta de cansancio y miedo, tras haber intentado escapar de ellos, había claudicado quedando a merced del simpático binomio de la muerte que la acechaba. Manuel la salvó.

Siempre que se encarama a esa repisa y la veo entre rejas, pienso los perros deben pensar que es el sitio que merece

El café se acaba y, tras 2 horas de desayuno, se hace el silencio.
Llega la hora de limpiar un poco la casa y leer un rato. Una basura de libro -por la orientación ideológica claramente imperialista del autor, que no por el contenido en sí- sobre la apasionante historia de la revolución Cubana y la supuesta inminente caída del comunismo en aquella isla de las Antillas, me tiene absorto en su lectura.

domingo, 5 de abril de 2020

Las Florence Nightingale 2.0. Mártires de la lucha de clases

No puedo empezar este post sin contextualizar una situación actual que, pese a su extraordinario carácter, imprevisibilidad e inverosimilidad, cabía esperar.

No, hoy no voy a hablar de las políticas de recorte del gasto social del PP. No hablaré del lastre moral (de ahí, el económico también) que supone España y de la absoluta necesidad de independizarnos de un estado cancerígeno que mató, mata a sus ciudadanos y volverá a matar en un futuro.
No hablaré tampoco de aquel famoso "les hemos destrozado el sistema sanitario", de Daniel de Alfonso, director de la oficina antifraude de Catalunya, al ministro del Interior Español, Jorge Fernández Díaz, refiriéndose a la sanidad Catalana.
No lo haré, no porque todo eso me parezca intrascendente, sino porque los males que trae España a cualquiera que no comulgue con sus dogmas - en este caso, también a los que comulgan-, sus instituciones y su idiosincrasia como país, creo que son más que conocidos y comentados por aquí.

¿Alguien se acuerda del asedio al Parlament de Catalunya en junio del año 2011?

Artur Más llegó al Parlament en helicóptero, evitando así a los manifestantes que le esperaban en el parque de la Ciutadella de Barcelona, tanto a él como a los demás parlamentarios, en protesta ante los inminentes recortes que aquel día se iban a aprobar.



Tras una violenta jornada donde los Mossos d'Esquadra se emplearon a fondo, espoleados -cuidado con este punto, y cuidado con el síndrome de Estocolmo que en algunos generó el hecho de que no los espolearan el día de referéndum del 2017- por las directrices del Departament d'interior de la extinta "Convergencia Democràtica de Catalunya" (la derecha Catalana de toda la vida), aquellos acontecimientos se saldaron con muchos heridos, detenidos y, finalmente, con 8 acusados a 3 años de cárcel por el tribunal supremo, tras corregir este la sentencia de la audiencia nacional que, previamente, había absuelto a 19 de los 20 imputados.

Debo reconocer que me equivoqué ignorando a mi madre, cuando me hablaba de uno de aquellos detenidos, enfermero y compañero suyo en el hospital de Bellvitge, de su lucha contra los recortes en sanidad, de su implicación y de la injusticia que suponía que pocos se movilizaran para reclamar justicia.
Un par de años más tarde, entré a trabajar los fines de semana en el hospital de "Can Ruti" de Badalona, uno de los grandes hospitales públicos del Institut Catala de Salut (ICS).
Debo decir que allí trabajaba contento, considero que bien pagado y con medios e instalaciones adecuadas.
También es cierto que mi percepción de todo aquello estaba parcialmente sesgada por el hecho de que aquel no era mi trabajo habitual, y lo tenía como un extra y un paracaídas por si me cansaba de mi trabajo como técnico de emergencias sanitarias en una ambulancia, y necesitaba meter el cuerpo entero en aquella puerta donde me iba bien tener metido un pie.

En aquel tiempo, fui viendo como el hospital dejaba marchar a alguna que otra enfermera muy muy top. Gente de esa que querrías que asistiera a tu madre si tuviera que ingresar en un hospital, que querías tener de compañera trabajando y que dejaba en el servicio una huella indeleble al irse.
De esas que Florence Nightingale hubiese seleccionado para el equipo de 37 enfermeras que llevó con ella al hospital militar en Scutari, en Turquía, para asistir al ejercito Británico en la guerra de Crimea de 1854.
Aunque Florence Nightingale, la enfermera más reconocida en la historia de la enfermería, murió, su espíritu se manifiesta en estos días en tantas y tantas enfermeras anónimas

El motivo de su marcha solía ser que habían encontrado más estabilidad en algún otro hospital que, a veces, no era su primera opción o la que mejor pagaba, pero que les ofrecía algo más de estabilidad y la sensación de que podrían tener un contrato decente en un plazo de tiempo razonable, cosa que en el ICS era imposible.
A mí nunca me importó tener contratos de un mes e ir renovando. No necesitaba más y era un recién llegado. Pero no me podía creer que, según que compañera que tenía por allí, tuviera ese tipo de contratos y llevara años así.
De la crisis ya se había salido y enfermos habían...vaya si habían. Pero debe ser muy cómodo tener a un regimiento de enfermeras con la incertidumbre, la sumisión y la versatilidad obligada (palabra que, aplicada al ámbito laboral, suele tener cierta connotación explotadora) que genera el hecho de precarizar las condiciones de una profesión.
La suerte de los que gestionan la sanidad pública Catalana y la desgracia de los que la necesitan, es que miles de enfermeras megacompetentes y preparadas salen cada año de las universidades del país, y en realidad no se las valora lo suficiente porque se tiene la sensación de que son totalmente reemplazables. Y aunque desde un punto de vista frío y pragmático, lo son en tiempos normales, desde el punto de vista humano y en situaciones extraordinarias no lo son, cosa que se está poniendo de manifiesto en estos días.
Al igual que Alessia Bonari y Elena Pagliarini, 2 enfermeras italianas que se han convertido en iconos, así acaban las guardias tantas enfermeras anónimas.

Se está hablando mucho de los aplausos y de la heroicidad de los profesionales sanitarios.
Hace unos días, le envié un mensaje a una excompañera enfermera y le decía que era mi heroína.  "Que va, estoy muerta de miedo", fue su respuesta.

Otra, infectada por el Covid-19, de baja médica en su casa, me expresaba que estaba algo decepcionada -no ha sido la única- por la actuación en esta situación de algunos compañeros y la forma de coger la baja médica con excusas x y con el objetivo real de no exponerse a una porquería que te puede matar, a ti y a tus familiares por extensión.
Pese a que entendí su sentimiento y pese a saber que hay de todo en todas partes, lo cierto es que muchas enfermeras han estudiado, se han formado y han tragado suficiente mierda -metafórica y real-, durante muchos años, como para que ahora se las exija más implicación que la meramente profesional.
Sobretodo porque lo que se les está exigiendo es ser mártires. Peones intercambiables, infectables y sustituibles por las políticas de los mismos privilegiados de siempre. Aquellos que pisotean a las clases bajas, que menosprecian sus esfuerzos, sus años de estudio -en muchos casos en universidades privadas- y que ahora pretenden que se expongan al peligro, sin, ni si quiera, proporcionarles equipos de protección individual suficientes.

Por otra parte y de forma paralela, la sanidad Catalana pública subcontrata, desde hace muchos años, la gestión de las ambulancias de soporte vital básico (la más habitual, amarilla, y encargada de asistir cualquier emergencia en primera instancia) a empresas privadas, las cuales, acogiéndose a la legislación estatal, hacen contratos en prácticas y pagan mierdas de salarios indignos a chavales de 18 años recién salidos del horno, aprovechándose así de la ilusión y el entusiasmo que aún sienten por poder trabajar en una ambulancia.
¿Se les está proporcionando a los técnicos en emergencias equipos de protección individual?
Si la situación es precaria en un gran hospital público, imagínate en un sector subcontratado a empresas privadas. Se están teniendo que buscar la vida y mendigar solidaridad. Como si estuviéramos en Somalia.
¿Y que pasa si, tras llevar un mes martilleado por contactos de riesgo con pacientes a los que, debido al Covid-19, han visto morir en casa o en la ambulancia, acaban mostrando síntomas un día? Baja médica preventiva, ni un misero test para confirmar la sospecha de infección, pero quédate en casa un mes, enfermo, solo y lejos de tus padres a los cuales es mejor que no te acerques, porque sabes que, en algunos casos, tienen sus achaques y que podrías acabar matándolos indirectamente.
Todo eso por 600 putos euros al mes.
Lo dicho, mártires de un sistema miserable, indigno, y donde la lucha de clases se manifiesta en todo su esplendor.
Cuando todo esto pase, a parte de la buena voluntad de la gente y sus aplausos desde los balcones, ¿va a haber algún gobierno que modifique este tipo de porquerías indignas y usureras?
Los sanitarios nunca se han caracterizado por aprovechar estas situaciones para pedir aumentos de sueldos o plaquitas de reconocimiento. Y pensándolo bien, si lo hacen la policía nacional o la guardia civil por aporrear con efectividad y saña a ciudadanos indefensos, y se les concede, vería bastante coherente un reconocimiento similar por estar mirando de frente a la muerte. Pero ni se espera, ni se pedirá.

Voté a Carles Puigdemont para contribuir a que obtuviera su escaño de europarlamentario, y dificultar así el que cayera en manos de jueces que no difieren mucho de los de la santa inquisición. Y no me arrepiento, pero para gestionar los recursos públicos de Catalunya, y sobretodo para evitar que sean privatizados, no creo que la derecha Catalana sea una opción conveniente.
Se llama conciencia de clase, y todo esto habrá valido para algo -aplausos en los balcones incluidos- si los votantes Catalanes entienden que la independencia debería implicar un país 100% diferente a España, tanto en el fondo como en las formas.

A todo esto, iluso de mí, sigo esperando a que vuelvan a la primera plana de la política los "Cupaires" David Fernandez, Antonio Baños y, cuando el estado Español cure su rabia de perro moribundo y la deje volver de Suiza, a Anna Gabriel también.

N. del A.: Cuando me he referido a enfermeras, incluía también a las auxiliares de enfermería, empezando por mi madre, y a todo aquel que, de alguna forma, está implicado en la asistencia sanitaria de pacientes.