lunes, 8 de febrero de 2021

Metamorfosis

Cuando el concepto que titula este post es tratado en un libro de autoayuda, suele venir engalanado por una mezcla de positivismo impostado y falso naifismo, que dudo que ni el mismo autor se crea. Por eso no consumo ese tipo de literatura. Y, ¿Qué cojones?, porque, en los últimos años, he leído tan poco que me avergüenza el solo hecho de pensarlo.

Al igual que en la novela de Kafka, no siempre el sentido del cambio es positivo y engrandece el alma. Ojala siempre fuera de pusilánime (alma pequeña) a magnánimo (alma grande), pero no todo el mundo, ni en cada momento de su vida, está preparado para utilizar el dolor y el sufrimiento como detonantes de una evolución positiva.

Recuerdo la última vez en que creo haberlo hecho bien.
Me dolía la espalda. Me dolía mucho. Más de lo que nunca antes me había dolido.
No me acordaba de aquel dolor. Se había ido de mi vida unos años antes. A la vez que aquella chica. 
Ojala no tuviera un recuerdo tan oscuro de aquellos tiempos y una percepción tan cruda de cómo mejoró mi vida tras su marcha.

"Redundar en lo obsoleto, quedarse quieto
Renunciar a los servicios del esqueleto.
Crear un ghetto en el sofá
Despedirse del sol y del viento, morir despierto"

Basureta (tiempos raros) Kase-o.

Si algo bueno tuvo todo aquello, fue adquirir el aprendizaje de que una cosa es lo que te sucede, y otra cómo tú lo interpretes y cómo lo vivas. Y la metamorfosis que sufras dependerá de lo segundo, básicamente.
Esto es algo de lo que tomé conciencia, tras haber intentado no hacerlo (era más cómodo), durante las diferentes fases que se suelen experimentar en este tipo de procesos.


Otro conocimiento al que llegué, en este caso en la primera fase de aquel proceso, y gracias a la ayuda de un médico, fue que yo no necesitaba una mierda de pastilla para salir de aquello. No me dijo que no pudieran ser útiles o que alguien no pudiera necesitarlas en un momento dado. Tan solo que él me conocía y que yo no las necesitaba en aquel momento. Que él no iba a recetármelas.
"Su puta madre...", pensé. "¿tú sabes lo que me ha costado pedir ayuda y la vergüenza que me da esto?...no es un capricho, joder. Creerás conocerme, pero llevas toda la vida felizmente casado y no tienes ni puta idea de lo que estoy pasando". En realidad no estaba enfadado con él. Solo desesperado. Aún tengo relación con él y con su maravillosa mujer. De hecho, siento que son de esas personas que, por algún motivo, estaban predestinadas a llegar a mi vida.

Quizás, en vez de reproducir unos versos de Kase-o, algún día me apetezca escribir aquí mis propias líneas sobre aquellos días. Quizás no. Me llena más escribir sobre los innumerables bonitos recuerdos que han dejado en mí otras experiencias que la vida ha tenido a bien regalarme. Quizás es gracias a aquella experiencia, de la que prefiero no escribir más, que he logrado obtener bonitas y valiosas improntas de todo lo que vino después, pese a que no siempre tuviera un final perfecto.

Me he ido por las ramas. Hablaba de mi espalda. Me dolía mucho. El dolor se había extendido hacia mis abdominales y aquella noche de sábado no había llegado a conciliar el sueño aún. Eran las 2 de la madrugada y, sentado al filo de la cama, adoptaba posición fetal e imagino que me preguntaba porque no estaba en Castelldefels en aquel momento, dopado con risas, alcohol y "putivueltas" junto a mi amigo habitual en ese tipo de "quehaceres" nocturnos.
La compañera de trabajo (y amiga) que me había estado pinchando los días anteriores en el colegio, tenía miedo de que aquello pudiera ser una neoplasia abdominal fulminante, como la que había afectado recientemente a un conocido suyo, así que me había repetido varias veces que había hablado con la supervisora de urgencias del hospital de Manresa, y que, por favor, lo hiciera por ella y fuera ya a visitarme.
¿Os digo la verdad?. Puede que suene inconsciente y hasta algo idiota, pero me cuesta visualizarme muriendo y mucho menos me produce miedo la idea de que pueda suceder. Pero, ¿sabéis lo que sí me aterraba?. Que se presentara una chica en mi cama y mis prestaciones sexuales estuvieran a la altura de las de un viejo reumático. Y eso es lo que no había sucedido un par de noches antes. Lo cierto es que gracias al vino, a la analgesia -estupenda combinación- y a los esfuerzos invertidos, debido a mi enfermiza necesidad (parcialmente tratada por una pastilla llamada "paso de los años" ) por hacerme con un hueco en la memoria de chicas que puede que no vuelva a ver nunca, aquel miedo se había esfumado y ya no suponía una carga añadida, al dolor físico que padecía en aquellos días.

Como decía, acuciado por aquel dolor, y por respeto a las palabras y miedos de Esther, crucé Manresa caminando en aquella fría noche otoñal y me puse en manos de una maravillosa médico y una enfermera. Me hicieron pruebas, calmaron mi dolor y me hicieron sentir cuidado durante unas horas en las que, incluso, pude dormir. Eso sí, volví a casa con lo mismo con que había ido hacia allí: Sin un diagnóstico claro y con el convencimiento de que mis dolencias de espalda no tenían un origen orgánico y sí emocional. Bueno, miento. Volví con algo más: el triste convencimiento de que aquel curso debía ser el último que pasara en aquel centro educativo.
Y con una misión: Conseguir sintonizar lo que me decían mi cabeza y mi corazón. Y esa sí que es una de las metamorfosis más difíciles que el ser humano debe afrontar durante su vida.

2 comentarios:

  1. La vida nunca permite vivirla como tu mente quiere. La vida acontece y el único secreto es alinear tu cuerpo con disciplina a lo que la vida realmente trae y evitar sufrimientos, la mente está aquí sólo para observar y comunicar, pero no para imponer su voluntad condicionada.

    Lo siento, soy fan de esos libros de auto ayuda ;)

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    1. Hola Anónimo/a,
      No, no lo sientas. En el hecho de que yo los ignore, seguro que hay algo de resistencia al cambio. Si tú los consumes, por algo será.
      Gracias por tu comentario:-)

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