domingo, 14 de febrero de 2021

La educación de un futuro "empotrador educado"

Echo de menos trabajar de profesor. Mucho, pero mucho menos de lo que lo echaría si fuese capaz de sentir lo que era estar metido en la loca y extremadamente satisfactoria vorágine que suponía aquel trabajo.
Afortunadamente, ciertos mecanismos cerebrales, sumados a la voluntad real de utilizar la inteligencia emocional de la que dispongas, pueden hacer que te abstraigas con bastante efectividad de aquello que te gusta pero que, por lo que sea, no es aconsejable que siga en tu vida.
Volveré. Me jugaría un dedo. No sé cuando, eso sí. Los caminos del señor son inescrutables y esas mierdas. Y yo, además, soy de desorientarme ante bifurcaciones...incluso en las ya conocidas. Y de perderme y no saber cómo ha ocurrido. Pero suelo acabar orientado y pensando que fue divertido.

Intentaré trabajar en la enseñanza pública. Lo haré así porque creo que hacerlo en la privada es un deporte de riesgo que ya experimenté y en el que hubiese acabado haciéndome daño. Fue divertido, me puso los pelos de punta y no cambiaría por nada aquella experiencia a la que, por otra parte, hice bien en verle la fecha de caducidad.
Por otra lado, intentar aportar en lo público va más conmigo y con mis valores. Y está mejor pagado, que uno es comunista pero no tonto. Aunque bueno, es evidente que alguien que trabaja de profesor, no tiene el dinero situado muy alto en su escala de prioridades.

Recuerdo a algunos alumnos. Personas. Vidas que evolucionaban en edades que no son nada fáciles. Dudas, inseguridades, incertezas y zonas oscuras sin visos de iluminarse. 
Pensándolo bien no veía la vida de muchos de ellos demasiado diferente a lo que es la mía. Pero, eso sí, la edad y los recursos son diferentes. 
Se puede pensar que vaya tela entonces. Bueno, cuando empecé a trabajar de profesor, mi hermano me dijo que me daba tres meses. Luego reconoció que se había equivocado, pero que daba igual, que siempre sería un profesor de broma. Y no se refería a la falta de aptitudes o conocimientos.
En fin, sospecho que el día que me autoperciba muy diferente a un chaval de 20 años, mi vida será una puta mierda y habrá empezado el declive.

Quiero hablar de dos alumnos. De los cuatro años que trabajé en aquel colegio, los tuve tres. Tardaron un año más de lo "establecido" (mierda de concepto) en sacarse el ciclo de técnico en emergencias sanitarias. No fue culpa de ellos, y sí de una mierda de sector y una mierda de sistema capitalista que quiere mano de obra barata para poderla explotar y que te mete en un aula a un chaval de 16 años que no suele estar preparado para un complejo ciclo medio que, sin lugar a dudas, acabará siendo superior.
En el segundo año, les impartía una asignatura nuclear y decisiva. Una asignatura que, en aquel momento, no podían aprobar. No había más. Como me jodía, pero yo tampoco estaba preparado para sacar más de ellos. Y, ¿Qué hace un alumno normal a los 17 años cuando no puede aprobar?. Se frustra, se sienta con el que siente como semejante y se ríen por no follar. Aishhh, lo siento. Era por no llorar, pero es que aquellos dos cabrones eran unos "fuckers" de miedo, así que entre reírse de yo que sé que (de mí, también. Obvio) y mirar el móvil gestionando la "chorvagenda", que diría Will Smith, pasaban la clase como buenamente podían. Y yo los entendía. Joder, tenía que reprenderles de vez en cuando, pero es que no me lo creía.
¿Qué cómo acabó aquello? Se sacaron el ciclo en tres años y, tragándome mi ideología y atendiendo a la realidad, estoy convencido de que, a aquellos dos chavales, el sistema público los hubiera escupido en los primeros meses, mientras que en aquel centro privado se les cuidó gracias a varios profesores que amaban su trabajo y que, sobre todo, veían personas...no alumnos. Y que no entendían de horarios.
Así que aprobaron sin que se les regalase nada y yo fui muy feliz viéndoles disfrutar la fiesta de graduación y la celebración nocturna posterior, que solía ser bastante surrealista a la vez que divertida. 

Quiero hablar de un alumno más y con este acabo. Supongo que no me odia, o sí, yo que sé. El tema es que yo sí me odié en su momento por haberle dicho, delante de todos sus compañeros, algo que, de haber sido yo el alumno y con 16 años, me hubiera hundido en la miseria. Porque hablamos de un chaval que me recordaba bastante a mí a aquella edad: Sumamente tímido, vergonzoso y reservado
Durante una práctica de movilizaciones e inmovilizaciones de pacientes traumáticos, el alumno debía poner un collarín cervical a una de sus compañeras. Para ello era aconsejable desabrocharle algún botón de la blusa que llevaba puesta. Así que él, con absoluto decoro, buen gusto y elegancia, le preguntó si podía hacerlo, mientras procedía y le desabrochaba los botones con delicadeza. En este punto no huelga decir que la chica era atractiva y que él, sudando sangre, temblaba con la cara roja como el mismísimo infierno.

No pude evitarlo. Me salió del alma: "que grande eres...un verdadero empotrador educado". Joder, me olvidé del collarín y del procedimiento que aquel chaval me estaba intentado demostrar que dominaba, y pensé en que me alegraba realmente por él. Me daba igual si ponía bien el collarín o no, y pensé en él como persona. Y vi a un chaval de 16 años lleno de inseguridades, tratando de templar los nervios ante mí y sus quince compañeros, y siendo sumamente respetuoso y "mono" con aquella chica, tratando de hacerla sentir cuidada, cosa mucho más importante que cualquier técnica.

Y aquello, que debería haber pensado, lo dije en voz alta. Y sus compañeros irrumpieron en una sonora carcajada que duró demasiado. No para mí, sino para él, que rojo y no sabiendo donde meterse, también reía intentando que no se le notara demasiado el "tierra, tragame".
Joder, juro que no quise hacerme el gracioso a su costa, pero me enterneció un montón ver como lidiaba con sus inseguridades y lo bien que lo hizo todo. Y saber que, aunque él no lo supiera en aquel momento, dentro de unos años no tendrá ningún problema para estar con chicas, un miedo que a su edad, a mí me preocupaba mucho más que el de sacarme un título. 
Un tío con planta que se irá encontrando y que no sé si será un empotrador o no -creo que ese termino empieza a estar demasiado sobado y que algunas se deben descojonar viendo como, según que "pelapipas" se lo autoatribuye como adjetivo- , pero sí que acabará teniendo acceso a más mujeres de las que pueda necesitar.
Que las que, quizás en aquel momento, le rodeaban y buscaban "malotes" de aspecto más seguro que él, en unos años  estarán hartas de ese perfil y les encantará que él les pregunte con esa suavidad si puede desabrochar un botón. 
Espero que lo haga sin temblar y que no se ponga rojo, pero sobre todo espero que lo siga haciendo con esa delicadeza y educación. 

lunes, 8 de febrero de 2021

Metamorfosis

Cuando el concepto que titula este post es tratado en un libro de autoayuda, suele venir engalanado por una mezcla de positivismo impostado y falso naifismo, que dudo que ni el mismo autor se crea. Por eso no consumo ese tipo de literatura. Y, ¿Qué cojones?, porque, en los últimos años, he leído tan poco que me avergüenza el solo hecho de pensarlo.

Al igual que en la novela de Kafka, no siempre el sentido del cambio es positivo y engrandece el alma. Ojala siempre fuera de pusilánime (alma pequeña) a magnánimo (alma grande), pero no todo el mundo, ni en cada momento de su vida, está preparado para utilizar el dolor y el sufrimiento como detonantes de una evolución positiva.

Recuerdo la última vez en que creo haberlo hecho bien.
Me dolía la espalda. Me dolía mucho. Más de lo que nunca antes me había dolido.
No me acordaba de aquel dolor. Se había ido de mi vida unos años antes. A la vez que aquella chica. 
Ojala no tuviera un recuerdo tan oscuro de aquellos tiempos y una percepción tan cruda de cómo mejoró mi vida tras su marcha.

"Redundar en lo obsoleto, quedarse quieto
Renunciar a los servicios del esqueleto.
Crear un ghetto en el sofá
Despedirse del sol y del viento, morir despierto"

Basureta (tiempos raros) Kase-o.

Si algo bueno tuvo todo aquello, fue adquirir el aprendizaje de que una cosa es lo que te sucede, y otra cómo tú lo interpretes y cómo lo vivas. Y la metamorfosis que sufras dependerá de lo segundo, básicamente.
Esto es algo de lo que tomé conciencia, tras haber intentado no hacerlo (era más cómodo), durante las diferentes fases que se suelen experimentar en este tipo de procesos.


Otro conocimiento al que llegué, en este caso en la primera fase de aquel proceso, y gracias a la ayuda de un médico, fue que yo no necesitaba una mierda de pastilla para salir de aquello. No me dijo que no pudieran ser útiles o que alguien no pudiera necesitarlas en un momento dado. Tan solo que él me conocía y que yo no las necesitaba en aquel momento. Que él no iba a recetármelas.
"Su puta madre...", pensé. "¿tú sabes lo que me ha costado pedir ayuda y la vergüenza que me da esto?...no es un capricho, joder. Creerás conocerme, pero llevas toda la vida felizmente casado y no tienes ni puta idea de lo que estoy pasando". En realidad no estaba enfadado con él. Solo desesperado. Aún tengo relación con él y con su maravillosa mujer. De hecho, siento que son de esas personas que, por algún motivo, estaban predestinadas a llegar a mi vida.

Quizás, en vez de reproducir unos versos de Kase-o, algún día me apetezca escribir aquí mis propias líneas sobre aquellos días. Quizás no. Me llena más escribir sobre los innumerables bonitos recuerdos que han dejado en mí otras experiencias que la vida ha tenido a bien regalarme. Quizás es gracias a aquella experiencia, de la que prefiero no escribir más, que he logrado obtener bonitas y valiosas improntas de todo lo que vino después, pese a que no siempre tuviera un final perfecto.

Me he ido por las ramas. Hablaba de mi espalda. Me dolía mucho. El dolor se había extendido hacia mis abdominales y aquella noche de sábado no había llegado a conciliar el sueño aún. Eran las 2 de la madrugada y, sentado al filo de la cama, adoptaba posición fetal e imagino que me preguntaba porque no estaba en Castelldefels en aquel momento, dopado con risas, alcohol y "putivueltas" junto a mi amigo habitual en ese tipo de "quehaceres" nocturnos.
La compañera de trabajo (y amiga) que me había estado pinchando los días anteriores en el colegio, tenía miedo de que aquello pudiera ser una neoplasia abdominal fulminante, como la que había afectado recientemente a un conocido suyo, así que me había repetido varias veces que había hablado con la supervisora de urgencias del hospital de Manresa, y que, por favor, lo hiciera por ella y fuera ya a visitarme.
¿Os digo la verdad?. Puede que suene inconsciente y hasta algo idiota, pero me cuesta visualizarme muriendo y mucho menos me produce miedo la idea de que pueda suceder. Pero, ¿sabéis lo que sí me aterraba?. Que se presentara una chica en mi cama y mis prestaciones sexuales estuvieran a la altura de las de un viejo reumático. Y eso es lo que no había sucedido un par de noches antes. Lo cierto es que gracias al vino, a la analgesia -estupenda combinación- y a los esfuerzos invertidos, debido a mi enfermiza necesidad (parcialmente tratada por una pastilla llamada "paso de los años" ) por hacerme con un hueco en la memoria de chicas que puede que no vuelva a ver nunca, aquel miedo se había esfumado y ya no suponía una carga añadida, al dolor físico que padecía en aquellos días.

Como decía, acuciado por aquel dolor, y por respeto a las palabras y miedos de Esther, crucé Manresa caminando en aquella fría noche otoñal y me puse en manos de una maravillosa médico y una enfermera. Me hicieron pruebas, calmaron mi dolor y me hicieron sentir cuidado durante unas horas en las que, incluso, pude dormir. Eso sí, volví a casa con lo mismo con que había ido hacia allí: Sin un diagnóstico claro y con el convencimiento de que mis dolencias de espalda no tenían un origen orgánico y sí emocional. Bueno, miento. Volví con algo más: el triste convencimiento de que aquel curso debía ser el último que pasara en aquel centro educativo.
Y con una misión: Conseguir sintonizar lo que me decían mi cabeza y mi corazón. Y esa sí que es una de las metamorfosis más difíciles que el ser humano debe afrontar durante su vida.