jueves, 3 de enero de 2019

Navidad en el país del sol naciente

Llegó la navidad, una época que no me gusta tanto como cuando mis abuelos estaban vivitos y coleando. Lo que se dice colear, coleaba mi abuelo, porqué mi abuela, a decir verdad, fue una mujer a la que le costó disfrutar de la vida, por decirlo de una forma suave.
Me la quería mucho y ella a mi. Ella solía decir de mi algo así como “és que aquest xiquet val molt!” en su Valenciano natal, dialecto del idioma Catalán, que ella siempre quiso que hablase y del que me ha quedado cierto acento cuando hablo Catalán, pese a que apenas lo hablé.
Decía que me la quería mucho, pero, dejando de lado la subjetividad que ello confiere al asunto, reconozco que me quedó como paradigma y modelo de mujer que si decides pasar la vida a su lado, muy probablemente y hagas lo que hagas, te estarás poniendo una importante traba en la, no siempre fácil, tarea de ser feliz y vivir la vida con plenitud.

Puede que razonar así y pretender responsabilizar a una mujer de la sensación de infelicidad de un hombre pueda sonar un poco machista o patriarcal.
Bueno, yo no soy mujer ni gay, así que nunca he experimentado ni me he planteado si un hombre podría interferir negativamente en mi vida, en el contexto de una relación sentimental.
En todo caso, no son pocas las veces en que tampoco entiendo que hace según que mujer “perfil novia”, que llamo yo, con según que tipejo, y en que pienso que ella está medio enterrándose en vida.

Mi abuelo fue un gran hombre: Divertido, culto y más rojo que la bandera de la unión soviética, cosa que considero un doble mérito habiéndote criado por aquellas tierras del "caloret" de Rita Barbera, y demás esperpentos como Camps o Zaplana. Él era un vitalista al que recuerdo, con 80 y tantos años a sus espaldas y una salud de hierro, bailando en su cocina de Torrente (Valencia) al son de alegre música latina, mientras preparaba el desayuno e iba pensando en los sitios a los que iría aquel día.
En navidades y conmigo allí en su casa, aquella ruta incluía visita segura a una casa particular donde se vendían excelentes mandarinas recién cogidas del árbol y de las cuales siempre me llevaba 4 o 5 kg a Catalunya.
A mi abuelo se le paró el corazón, mientras dormía, al poco tiempo de ser ingresado en una residencia, con algún tipo de deterioro cognitivo de esos que a esa edad nadie se esfuerza demasiado en diagnosticar y a lo que suelen llamar Alzheimer. Sabiendo que tenía un corazón de hierro, siempre he pensado que murió de pena con una depresión de caballo.
El hecho de que nadie de su entorno lo evitáramos y que todo se fuera sucediendo sin más, hasta acabar como acabó, me llevó a asumir y a medio entender, junto a alguna otra experiencia, parte de la sinrazón, de la miseria y de la "insoportable levedad del ser", como reza el titulo de la novela, inherente a la condición humana.

Escribo estas lineas sobrevolando uno de los 85 "sujetos federales" de Rusia, tras haber cruzado el océano pacífico, viniendo desde Japón, donde he pasado la navidad y el fin de año junto a 3 buenos amigos.
Entre las cosas que me quedan pendientes por hacer en la vida y que me llaman la atención (ya llegarán más en el futuro...espero), tengo una lista algo variopinta que va desde ver a Marea en concierto interpretando la canción "corazón de mimbre", a recorrer en bici el país que ahora sobrevuelo en un largo viaje que mezcle lo deportivo con lo turístico. 
En la lista no estaba ir a Japón, pero la cancelación de otro viaje anterior de un amigo, y el hallazgo casual de un vuelo al país del sol naciente a un precio interesante, mientras buscábamos vuelo a Tailandia, hizo el resto.
No me entusiasma convertir este blog en una especie de guía de viajes de andar por casa, así que no lo haré. Simplemente, decir que hemos pululado por la enorme y sorprendente Tokyo y sus alrededores, intentado ver, a parte de la capital, algún lugar de templos como ha sido Kamakura y algún pueblo tranquilo con vistas al pacífico como Yokosuka. Yo me imaginé aquello plagado de medusas asesinas y tiburones blancos y ale, de vuelta a la enorme capital del país nipón.
Tras aterrizar allí el día de navidad, con el “jet lag” y tras haber dormido gran parte del vuelo, me desperté a la 1 am, con los ojos como platos y muerto de hambre. Salí a comprar algo de comer y vi que el barrio de Shibuya “nunca duerme”, como dice la canción del grupo Zaragozano de Hip hop Violadores del verso. Mis amigos se fueron despertando y, vislumbrando el panorama de probable noche en vela colectiva, decidimos ir a comer algo.
Buscando algún antro donde nos sirvieran un Ramen, nos dimos cuenta de que aquel barrio era uno de los epicentros del jolgorio y la algarabía nocturna de aquella ciudad, en la que no parecen diferenciar entre finde o “regular day” en lo que a la farra se refiere. Acabamos disfrutando de la noche en un divertido tugurio, en un claro ejercicio de puro cancaneo, término que define Quequé de “la vidamoderna” como aquella salida nocturna tonta que surge entre semana y que se te acaba yendo de las manos.
Me quedo con el buen ambiente, las irreproducibles disertaciones sobre la vida, las constantes risas, la paciencia, siempre necesaria en este tipo de intensas convivencias, y la excelente sinergia entre los 4.
Ahora aún dispongo de unos cuantos días más de vacaciones. Espero hacer unos cuantos miles de metros de natación en estos días, e intentar así mitigar la dieta un tanto libertina que he llevado. Podría haber sido peor. La verdad es que los "japos" comen bastante sano y sabroso a la vez.
También espero acabar de pulir algún temario y diseñar actividades y exámenes que están al caer después de reyes. Al menos, este año lo siento como una obligación relativa y no como en años anteriores, donde no daba a basto y esperaba el parón escolar de navidad como agua de mayo.
Hasta ahora, enero ha sido para mi uno de los momentos más duros de los años como profesor. En navidad, para de girar de golpe la frenética y loca rueda que supone el curso escolar, y tras haberte bajado de ella y no acordarte de lo que supone estar rodando en su interior, empieza a rodar de nuevo de golpe y sin periodo de adaptación sin alumnos.

En fin, será un milagro que alguien haya llegado a leer hasta aquí, dado el tostón que he redactado aprovechando el largo vuelo, pero, si es así, desear a quien lo esté leyendo muchos momentos felices, paz y amor, en el sentido más amplio de la palabra, en este nuevo año.

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