Llegó la navidad, una época que no me gusta tanto como cuando mis
abuelos estaban vivitos y coleando. Lo que se dice colear, coleaba mi
abuelo, porqué mi abuela, a decir verdad, fue una mujer a la que le
costó disfrutar de la vida, por decirlo de una forma suave.
Me la quería mucho
y ella a mi. Ella solía decir de mi algo así como “és que aquest
xiquet val molt!” en su Valenciano natal, dialecto del idioma
Catalán, que ella siempre quiso que hablase y del que me ha
quedado cierto acento cuando hablo Catalán, pese a que apenas lo hablé.
Decía que me la
quería mucho, pero, dejando de lado la subjetividad que ello
confiere al asunto, reconozco que me quedó como paradigma y modelo de mujer que si decides pasar la vida
a su lado, muy probablemente y hagas lo que hagas, te estarás poniendo una importante traba en la, no siempre
fácil, tarea de ser feliz y vivir la vida con plenitud.
Puede que razonar
así y pretender responsabilizar a una mujer de la sensación de
infelicidad de un hombre pueda sonar un poco machista o patriarcal.
Bueno, yo no soy mujer ni gay, así que nunca he experimentado ni me
he planteado si un hombre podría interferir negativamente en mi
vida, en el contexto de una relación sentimental.
En todo caso, no son pocas las veces en que tampoco entiendo que hace según que mujer
“perfil novia”, que llamo yo, con según que tipejo, y en que
pienso que ella está medio enterrándose en vida.
Mi abuelo fue un gran hombre: Divertido, culto y más rojo que la bandera de la unión soviética, cosa que considero un doble mérito habiéndote criado por aquellas tierras del "caloret" de Rita Barbera, y demás esperpentos como Camps o Zaplana. Él era un vitalista al que recuerdo, con 80 y tantos años a
sus espaldas y una salud de hierro, bailando en su cocina de Torrente
(Valencia) al son de alegre música latina, mientras preparaba el
desayuno e iba pensando en los sitios a los que iría aquel día.
En
navidades y conmigo allí en su casa, aquella ruta incluía visita
segura a una casa particular donde se vendían excelentes mandarinas
recién cogidas del árbol y de las cuales siempre me llevaba 4 o 5
kg a Catalunya.
A mi abuelo se le
paró el corazón, mientras dormía, al poco tiempo de ser ingresado
en una residencia, con algún tipo de deterioro cognitivo de esos que
a esa edad nadie se esfuerza demasiado en diagnosticar y a lo que
suelen llamar Alzheimer. Sabiendo que tenía un corazón de hierro,
siempre he pensado que murió de pena con una depresión de caballo.
El hecho de que
nadie de su entorno lo evitáramos y que todo se fuera sucediendo sin
más, hasta acabar como acabó, me llevó a asumir y a medio
entender, junto a alguna otra experiencia, parte de la sinrazón, de la miseria y de la "insoportable levedad del ser", como reza el titulo de la novela, inherente a la condición humana.
Escribo estas lineas
sobrevolando uno de los 85 "sujetos federales" de Rusia, tras haber
cruzado el océano pacífico, viniendo desde Japón, donde he pasado
la navidad y el fin de año junto a 3 buenos amigos.
Entre las cosas que me quedan pendientes por hacer en la vida y que me
llaman la atención (ya llegarán más en el futuro...espero), tengo una lista algo variopinta que va desde ver
a Marea en concierto interpretando la canción "corazón de mimbre", a recorrer en bici el país que ahora sobrevuelo en un
largo viaje que mezcle lo deportivo con lo turístico.
En la lista no
estaba ir a Japón, pero la cancelación de otro viaje anterior de un
amigo, y el hallazgo casual de un vuelo al
país del sol naciente a un precio interesante, mientras buscábamos vuelo a Tailandia, hizo
el resto.
No me entusiasma
convertir este blog en una especie de guía de viajes de andar por
casa, así que no lo haré. Simplemente, decir que hemos pululado por la enorme y sorprendente Tokyo y sus alrededores, intentado ver, a parte de la capital, algún
lugar de templos como ha sido Kamakura y algún pueblo tranquilo con
vistas al pacífico como Yokosuka. Yo me imaginé aquello plagado de medusas
asesinas y tiburones blancos y ale, de vuelta a la enorme capital del
país nipón.
Tras aterrizar allí
el día de navidad, con el “jet lag” y tras haber dormido gran
parte del vuelo, me desperté a la 1 am, con los ojos como platos y
muerto de hambre. Salí a comprar algo de comer y vi que el barrio de
Shibuya “nunca duerme”, como dice la canción del grupo
Zaragozano de Hip hop Violadores del verso. Mis amigos se fueron
despertando y, vislumbrando el panorama de probable noche
en vela colectiva, decidimos ir a comer algo.
Buscando algún
antro donde nos sirvieran un Ramen, nos dimos cuenta de que aquel
barrio era uno de los epicentros del jolgorio y la algarabía
nocturna de aquella ciudad, en la que no parecen diferenciar entre
finde o “regular day” en lo que a la farra se refiere. Acabamos
disfrutando de la noche en un divertido tugurio, en un claro
ejercicio de puro cancaneo, término que define Quequé de “la vidamoderna” como aquella salida nocturna tonta que surge entre semana
y que se te acaba yendo de las manos.
Me quedo con el buen
ambiente, las irreproducibles disertaciones sobre la vida, las
constantes risas, la paciencia, siempre necesaria en este
tipo de intensas convivencias, y la excelente sinergia entre los 4.
Ahora aún dispongo
de unos cuantos días más de vacaciones. Espero hacer unos cuantos
miles de metros de natación en estos días, e intentar así mitigar la dieta un tanto libertina que he llevado. Podría haber sido peor. La verdad es que los "japos" comen bastante sano y sabroso a la vez.
También espero
acabar de pulir algún temario y diseñar actividades y exámenes que
están al caer después de reyes. Al menos, este año lo siento como
una obligación relativa y no como en años anteriores, donde no daba
a basto y esperaba el parón escolar de navidad como agua de mayo.
Hasta ahora, enero
ha sido para mi uno de los momentos más duros de los años como
profesor. En navidad, para de girar de golpe la frenética y loca rueda que supone el curso
escolar, y tras haberte bajado de ella y no
acordarte de lo que supone estar rodando en su interior, empieza a
rodar de nuevo de golpe y sin periodo de adaptación sin alumnos.
En fin, será un milagro que alguien haya llegado a leer hasta aquí, dado el tostón que he redactado aprovechando el largo vuelo, pero, si es así, desear a quien lo esté leyendo muchos momentos felices, paz y amor, en el sentido más amplio de la palabra, en este nuevo año.
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