Son
las 10:00h de la mañana de un día cualquiera del mes de agosto.
Llueve sutilmente.
Me
he despertado a las 6:00h y ya no me he podido dormir. La luz, como
cada mañana, ha irrumpido cuando las calles aún no estaban
puestas a través de los enormes ventanales de la estancia donde
duermo.
He bajado a un banco que hay, bajo unos pinos, en frente del
edificio. Lo he aprovechado para hacer unos “multiejercicios” de
tren superior, como me propuse hacer al menos 2 veces por semana,
para intentar fortalecer una musculatura que había tenido muy
abandonada.
De
nadar, nada ya, valga la redundancia. Pero más redundante hubiera
sido volver a nadar tras la leve hipotermia con la que acabé tras
nadar 40 minutos en las frías aguas del río Kemijoki en Rovaniemi.
Sobre
la encimera de la cocina, se calienta el té en una vieja tetera de
metal que, según me dijo Liss, es herencia de su abuela, y que a mi,
personalmente, me resulta bucólica y encantadora.
Liss
es la chica que, mediante Couchsurfing, me ha acogido en su bonito
apartamento de Inari en los 2 días que llevo aquí. El inmueble en
cuestión está en un viejo edificio que en su otra vida fue un
colegio. El piso emana un aire entre antiguo, clásico y bohemio que
me resulta evocador y me inspira.
La
tarde que llegué, Liss me dijo que para ducharme tenía que bajar a
la ducha comunitaria que hay en los sótanos del edificio. Entre
expectante y curioso, bajé y aquello me resultó un poco tétrico en
un principio. Pensé que perfectamente podría rodarse una película
de terror allí abajo.
Más
allá de las impresiones iniciales, propias del “principito
occidental” que soy, me encantó el concepto, la ducha, el
cuarto-vestidor colindante donde todos los vecinos dejan sus jabones
y demás productos de higiene, y, ¿cómo no?, la sauna comunitaria,
que es algo bastante habitual en cualquier edificio de Finlandia. Se
podría decir que es, casi, una necesidad inoculada en el ADN de
estas gentes.
Liss
siempre deja las llaves puestas en la puerta, hecho que podría
parecer habitual, si no fuera porqué las deja por fuera. Dice que
así nunca se le pueden olvidar dentro y que además así puede entrar quien
lo necesite. Aunque es una mujer de mundo que ha viajado muchísimo y
vivido en varios países, entre ellos España, supongo que algo
mantiene de la mentalidad Finlandesa, en la cual es difícilmente
comprensible que alguien vaya a intentar entrar en tu casa con
propósitos deshonestos.
En
estos días me empiezo a encontrar en paz y relajado, estados ambos
que, para mi, tienen mucho que ver con la sensación, totalmente
volátil y subjetiva, de felicidad.
Hace
un mes que empecé este viaje y, durante las 2 primeras semanas, no
fue fácil. Partía con cierto componente de inestabilidad emocional,
y con un físico que acarreaba dolencias varias que se habían
perpetuado y que me hacían sentir vulnerable.
Las
contracturas de la musculatura paravertebral desaparecieron a los
pocos días, hecho que, sin ser vidente ni traumatólogo, sabía que
sucedería, a pesar de que un genio de esa rama médica, totalmente
obsoleta y deficitaria a día de hoy, me había dicho que mis dolores
estaban relacionados con un disco intervertebral del segmento lumbar
y que evitara montar en bici y correr. Que no hacía falta operar,
eso sí.
Por
otra parte, debido a mi falta de pedaleo en los meses previos, mi
ausencia de adaptación a la bici y de preparación previa alguna,
surgió una sobrecarga en una rodilla. Al querer protegerla y ejercer
más fuerza con la sana, modifiqué la biomecánica del pedaleo y me
di cuenta de que estaba empezando a sobrecargar la sana también. Por
no hablar de que, a causa de todo ello, no me convenía pedalear de
pie y el contacto culo-sillín era ininterrumpido y martirizador.
Me
llegué a plantear acabar mi viaje en Estonia, volver con mi hermano
e improvisar otro viaje diferente, o enviar la bici a casa y quedarme
por aquí sin ella y cambiando sustancialmente el planteamiento del
viaje, pensamiento que me resultaba muy poco atractivo. Pero tal como
iban las cosas, era lo más sensato que podía hacer, ya que los
dolores articulares rara vez cesan si no es mediante reposo.
El
dolor se estabilizó. No mejoraba, pero tampoco empeoraba. Decidí
descansar un par de días en Tallin y luego ya se vería. Ya solo y
en Finlandia, tras 180 km’s de pedaleo donde el dolor persistió,
desapareció de repente. Resiliencia...un concepto que está muy de
moda, y que, a pesar de las connotaciones positivas que actualmente
tiene, no tengo muy claro que siempre sea una virtud y haga tu vida
mejor, sino todo lo contrario.
He
estado alimentándome bien en estos 2 días. Cuando tengo tiempo
libre y me siento relajado, me gusta cocinar. Además a Liss parece
gustarle que le cocinen, así que por conveniencia propia y para
compensarla de alguna forma por el enorme favor que supone para mí pasar un par de días gratis en este bonito pueblo del norte de
Laponia, he hecho en estos días una tortilla de patatas, un especie
de paella vegetal, unas crepes y hasta una especie de revuelto de
verduras, quinoa y huevos, que me ha quedado bastante sabroso.
Las
crepes las compartimos anoche con otro cicloturista Chileno que
también acogió Liis en su casa. Él bajaba de cabo del norte y hoy
se dirigía a Rusia. El tipo lleva 3 años viajando por Europa,
alternando épocas de bici y sin bici, y nos estuvo contando
interesantes historias que siempre enriquecen de alguna forma.
Mañana
saldré hacia la ciudad de Karasjok, a 117 km’s de aquí, ya en
Noruega, donde espero pasar la noche. Con el itinerario más o menos
decidido, espero volver a salir de Noruega, cruzar Suecia en
horizontal y entrar otra vez en Noruega a la altura de Narvik, para
bajar en dirección a Oslo.
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