martes, 6 de agosto de 2019

Paz y lluvia en Inari

Son las 10:00h de la mañana de un día cualquiera del mes de agosto. Llueve sutilmente.
Me he despertado a las 6:00h y ya no me he podido dormir. La luz, como cada mañana, ha irrumpido cuando las calles aún no estaban puestas a través de los enormes ventanales de la estancia donde duermo. 
He bajado a un banco que hay, bajo unos pinos, en frente del edificio. Lo he aprovechado para hacer unos “multiejercicios” de tren superior, como me propuse hacer al menos 2 veces por semana, para intentar fortalecer una musculatura que había tenido muy abandonada.
De nadar, nada ya, valga la redundancia. Pero más redundante hubiera sido volver a nadar tras la leve hipotermia con la que acabé tras nadar 40 minutos en las frías aguas del río Kemijoki en Rovaniemi.

Sobre la encimera de la cocina, se calienta el té en una vieja tetera de metal que, según me dijo Liss, es herencia de su abuela, y que a mi, personalmente, me resulta bucólica y encantadora.
Liss es la chica que, mediante Couchsurfing, me ha acogido en su bonito apartamento de Inari en los 2 días que llevo aquí. El inmueble en cuestión está en un viejo edificio que en su otra vida fue un colegio. El piso emana un aire entre antiguo, clásico y bohemio que me resulta evocador y me inspira.

La tarde que llegué, Liss me dijo que para ducharme tenía que bajar a la ducha comunitaria que hay en los sótanos del edificio. Entre expectante y curioso, bajé y aquello me resultó un poco tétrico en un principio. Pensé que perfectamente podría rodarse una película de terror allí abajo.
Más allá de las impresiones iniciales, propias del “principito occidental” que soy, me encantó el concepto, la ducha, el cuarto-vestidor colindante donde todos los vecinos dejan sus jabones y demás productos de higiene, y, ¿cómo no?, la sauna comunitaria, que es algo bastante habitual en cualquier edificio de Finlandia. Se podría decir que es, casi, una necesidad inoculada en el ADN de estas gentes.
Liss siempre deja las llaves puestas en la puerta, hecho que podría parecer habitual, si no fuera porqué las deja por fuera. Dice que así nunca se le pueden olvidar dentro y que además así puede entrar quien lo necesite. Aunque es una mujer de mundo que ha viajado muchísimo y vivido en varios países, entre ellos España, supongo que algo mantiene de la mentalidad Finlandesa, en la cual es difícilmente comprensible que alguien vaya a intentar entrar en tu casa con propósitos deshonestos.

En estos días me empiezo a encontrar en paz y relajado, estados ambos que, para mi, tienen mucho que ver con la sensación, totalmente volátil y subjetiva, de felicidad.
Hace un mes que empecé este viaje y, durante las 2 primeras semanas, no fue fácil. Partía con cierto componente de inestabilidad emocional, y con un físico que acarreaba dolencias varias que se habían perpetuado y que me hacían sentir vulnerable.
Las contracturas de la musculatura paravertebral desaparecieron a los pocos días, hecho que, sin ser vidente ni traumatólogo, sabía que sucedería, a pesar de que un genio de esa rama médica, totalmente obsoleta y deficitaria a día de hoy, me había dicho que mis dolores estaban relacionados con un disco intervertebral del segmento lumbar y que evitara montar en bici y correr. Que no hacía falta operar, eso sí.
Por otra parte, debido a mi falta de pedaleo en los meses previos, mi ausencia de adaptación a la bici y de preparación previa alguna, surgió una sobrecarga en una rodilla. Al querer protegerla y ejercer más fuerza con la sana, modifiqué la biomecánica del pedaleo y me di cuenta de que estaba empezando a sobrecargar la sana también. Por no hablar de que, a causa de todo ello, no me convenía pedalear de pie y el contacto culo-sillín era ininterrumpido y martirizador.

Me llegué a plantear acabar mi viaje en Estonia, volver con mi hermano e improvisar otro viaje diferente, o enviar la bici a casa y quedarme por aquí sin ella y cambiando sustancialmente el planteamiento del viaje, pensamiento que me resultaba muy poco atractivo. Pero tal como iban las cosas, era lo más sensato que podía hacer, ya que los dolores articulares rara vez cesan si no es mediante reposo.
El dolor se estabilizó. No mejoraba, pero tampoco empeoraba. Decidí descansar un par de días en Tallin y luego ya se vería. Ya solo y en Finlandia, tras 180 km’s de pedaleo donde el dolor persistió, desapareció de repente. Resiliencia...un concepto que está muy de moda, y que, a pesar de las connotaciones positivas que actualmente tiene, no tengo muy claro que siempre sea una virtud y haga tu vida mejor, sino todo lo contrario.
He estado alimentándome bien en estos 2 días. Cuando tengo tiempo libre y me siento relajado, me gusta cocinar. Además a Liss parece gustarle que le cocinen, así que por conveniencia propia y para compensarla de alguna forma por el enorme favor que supone para mí pasar un par de días gratis en este bonito pueblo del norte de Laponia, he hecho en estos días una tortilla de patatas, un especie de paella vegetal, unas crepes y hasta una especie de revuelto de verduras, quinoa y huevos, que me ha quedado bastante sabroso.
Las crepes las compartimos anoche con otro cicloturista Chileno que también acogió Liis en su casa. Él bajaba de cabo del norte y hoy se dirigía a Rusia. El tipo lleva 3 años viajando por Europa, alternando épocas de bici y sin bici, y nos estuvo contando interesantes historias que siempre enriquecen de alguna forma.
Mañana saldré hacia la ciudad de Karasjok, a 117 km’s de aquí, ya en Noruega, donde espero pasar la noche. Con el itinerario más o menos decidido, espero volver a salir de Noruega, cruzar Suecia en horizontal y entrar otra vez en Noruega a la altura de Narvik, para bajar en dirección a Oslo.

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