lunes, 24 de febrero de 2020

Socialismo vs capitalismo (I): De vetustas teteras y fogones a gas, a Nespresso y vitrocerámicas

En unas horas tomaré un vuelo con destino a Colombia, tierra de café, de cocaína, del "plata o plomo" y, por el entusiasmo con el que me han hablado del país muchos de los viajeros que me han aconsejado ir, seguro que de muchas otras cosas buenas y un poco menos relacionadas con la mala vida y los caminos del vicio y la perdición.
Mi pequeña bombona de gas butano no podrá subir al avión. Se quedará en el hostel donde ahora escribo, y espero que alguien la pueda aprovechar.
Desde el mes de julio, cuando empecé a viajar en bici por el norte de Europa, para luego seguir haciéndolo sin bici por Sudamérica, no sé lo que es la electricidad a la hora de cocinar. 

Ya sea cocinando en mi pequeño fogón, acoplado a mi bombonita de butano, o en las cocinas de los innumerables hostels donde he pernoctado y cocinado, siempre ha sido gas lo que me ha estado suministrando la energía necesaria para hacerlo. Siempre en fogones antiguos y nunca en vulgares y ofensivas vitrocerámicas.
Una de las muchas cosas que hizo que me enamorara de mi última casa, a primera vista, perdidamente y anulando cualquier posibilidad de que valorara la posibilidad de cualquier otra, fue su cocina. A parte de ser encantadora en su totalidad, tenía unos enormes fogones donde me encantaba cocinar y que además, a la hora de hacer el café, hacían juego con mi clásica cafetera de acero, de esas que ya no se anuncian y que, de ser así, no creo que nunca anunciara George Clooney.
Por aquí, en los hostels, también abundan las teteras de acero. La gente pone el agua a calentar, y todos los presentes en la cocina la solemos compartir.

Joder, empiezo a pensar, cada vez más a menudo, que mi edad biológica no concuerda con mi edad real, en ningún sentido, y que ese pequeño conflicto se va agudizando cuanto más crezco. Quizás sea una verdad objetiva, o quizás sea una fantasía de un pobre iluso al filo de la crisis de los 40.
En todo caso, este tipo de escritos creo que no ayudan a que parezca más joven de lo que soy y, en todo caso, sí a todo lo contrario. En fin, en depende que, me gusta lo antiguo. ¿Qué le vamos a
hacer?.

Siguiendo con el gas y con cosas que me enamoraron en su día, aquí procede hablar de los relatos de infancia de Anita, mi exnovia Letona. Lo cierto es que a mi me "flipaba" escucharlos y a ella le gustaba tenerme totalmente pendiente y absorto en los "cuentecillos" que me explicaba.
Me hablaba de su humilde infancia en una casa de campo en las afueras de Rezekne, una pequeña ciudad Letona cerca de la frontera con Rusia. Allí vivía junto a sus hermanos mayores, su madre, algunos animales de granja y unos cuantos perros que, según me decía, siempre durmieron fuera de la casa y nunca los vio caer enfermos o morir a edad temprana.
No sé hasta que punto exageraba la historia para satisfacer mi necesidad de cuentos que me evadieran de la realidad, pero conseguía deshacerme cuando me relataba sus salidas de la cama al baño seco, en pleno invierno Letón y situado a la intemperie (cubierto por una estructura de madera), y como volvía helada a su pequeña cama de niña pequeña, y temblaba, durante algunos minutos, antes de conseguir volver a entrar en calor con la ayuda de la chimenea que calentaba la estancia principal de la casa.

Tras el fin de la relación, ella se fue a vivir a un piso cercano y me explicaba que estaba algo preocupada por la bombona de gas butano y el peligro que ello entrañaba. La verdad es que, cuando yo la conocí, ella llevaba 13 años viviendo en Irlanda, habiendo abrazado, hace mucho tiempo ya, a la electricidad y a sus abusivas facturas mensuales. Claro que en "Irish land" las facturas no alcanzan la indecencia de las de las hidroeléctricas Españolas.
En fin, le dijé: "Come on Anita...!!", y le intenté explicar que no era un peligro tan significativo como para que no se sintiera segura. Claro, que teniendo en cuenta que, jugando con fuego junto a su hermano, quemó parte de la casa y a algunos de los animales que no pudieron escapar del establo, entendí su necesidad de abrazarse al capitalismo y dejar atrás su infancia socialista.

Bueno, el post ya se me está alargando más de la cuenta, y además se acerca la hora de salir hacia el aeropuerto, así que habrá una segunda parte donde dejaré de divagar e iré al grano.
Acabo el post con una foto de la cocina de la que hablaba al principio de este escrito.

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