lunes, 8 de junio de 2020

Paguitas y pegotes (II): "Mirando a la miseria a los ojos"

En una tranquila tarde otoñal, de hace algo más de cinco años, preparé el maletín asistencial, me subí al cochecillo del centro de atención primaria de Montcada i Reixac y me dispuse a hacer la ruta de domicilios que tenía asignada en aquella población de la comarca del Vallés occidental.

Me gustaba aquel CAP, me gustaban mis compañeras, mis jefas, el sueldo y también aquella función de visitar pacientes a domicilio un día a la semana.
Acabé apreciando aquella población, a pesar de hacer gala de un notable "feismo" en lo estético, y de un estatus socio-económico que poco tiene que ver con el de poblaciones cercanas como Cerdanyola o Sant Cugat del Vallés.
Difícil no acabar queriéndola, cuando fue recorriendo sus calles durante 6 años, en una ambulancia junto a Marc, donde pasé algunas de las mejores horas de mi vida. Riéndome con él y aprendiendo a su lado el significado de la palabra cuidar, un termino excesivamente manido en la carrera de enfermería, pero que rara vez había visto poner en práctica de verdad, o al menos no de una forma tan holística, palabra también muy usada en los estudios de enfermería y que a los dos nos hace reír aún por motivos que no escribiré aquí.

Aquella dirección me resultaba familiar, pero después de siete años habiendo recorrido aquel pueblo en la ambulancia, ¿qué dirección no me resultaba familiar ya?
Me abrió una mujer que no reconocí, al contrario que aquel edificio en que sabía que sí había estado. A medida que entré y recorrí el domicilio, fui situándome. Al abrir la puerta de aquella habitación, vi a aquel matrimonio que, definitivamente, sí conocía. Pero ya no era solo ella la que estaba en cama.
Tras tomarles las constantes, hablar con ellos un rato y hacerles el test de Barthel para corroborar el evidente avanzado grado de dependencia que presentaban ambos, me despidieron acariciándome la mano y sonriéndome con una expresión de profundo agradecimiento por el tiempo que les había prestado.
Pese a que, tras media hora allí dentro, ya me había acostumbrado, me supuso cierto alivio salir de la habitación y dejar de respirar aquel olor rancio, mezcla del olor de la orina y el del abandono.
Desde la muerte de mis abuelos, en aquellas situaciones me costaba algo más de lo habitual no dejar caer alguna lágrima. Siempre me duraba poco, eso sí.

Salimos de la habitación y la hija se puso a llorar y a explicarme que no tenía quien les cuidase, que ella no podía dejar el mísero trabajo que tenía, donde le pagaban una puta mierda por jornadas de doce horas, y que la nimia pensión de su padre (su madre no tenía) no permitía florituras del tipo de ingreso en esos mataderos que, como se ha evidenciado (más aún) con el COVID, suelen ser la mayoría de residencias.
Si no recuerdo mal, aquello estaba en espera de que servicios sociales moviera ficha y asignase algún tipo de ayuda personal al matrimonio. Una ayuda que, a buen seguro, sería anecdótica y que no resultaría suficiente, ni a nivel práctico y, desde luego, tampoco a nivel de satisfacer la necesidad emocional de aquella mujer de acompañar a sus padres en aquellos difíciles tiempos, previsiblemente, no muy lejanos a su muerte.

Quien no ha visto de cerca situaciones como la relatada (sin entrar en el índice de hogares pobres o en el de desnutrición infantil, impropio de un país perteneciente a la U.E) y no está a favor de la redistribución de la riqueza, es un ignorante y algo de disculpa tiene. Quien las ha visto y aún así está en contra de medidas como la "renta vital mínima", que el actual gobierno de España ha aprobado recientemente, es un psicópata.


A mí que la iglesia católica, la monarquía o el sector de la tauromaquia, instituciones patrocinadas con la "paguita" estatal, (la primera con una asignación estimada de 11.000 millones de euros anuales, y la segunda con 65.000 e solo en comida), opinen sobre el tema, solo me produce intensa repugnancia. Que ademas consideren que no es una medida pertinente, me suscita palabras de esas que, de ser expresadas en España, pueden ser motivo de ingreso al trullo por "delito de odio".
Que las "grandes fortunas" se puedan ir del país por nuevos impuestos que puedan afectarles, me sugiere decirles, al igual que le dijo Pablo Iglesias a Ivan Espinosa de los Monteros, "cierren la puerta al salir". Y es que si alguien es tan miserable que, teniendo un patrimonio de dos millones de euros (descontando los primeros 400.000 de primera vivienda), le molesta pagar 20.000 e de impuestos al año, creo que tenerle lejos es un verdadero placer y una enorme ganancia moral para el país.
Es esa misma gentuza que tiene miedo de que a partir de ahora, de explotar a sus trabajadores con la impunidad que acostumbran, estos dejen el trabajo y les digan que se lo metan por el culo.
Es importante tener claro el tipo de ratas interesadas en perpetuar el capitalismo.

Personalmente, sueño con una legión de receptores de "paguita", liberados de la dictadura del capital y ociosos. Libres para tomarse la cerveza y la tapita (si pueden vivir así y es lo que deciden hacer con su tiempo) o para leer, escuchar podcasts, poder mirar algo más que su propio ombligo y, con un poco de suerte, que las masas viren hacia una ideología socialista, ya sea por conveniencia o por convicción.
Al fin y al cabo y según la doctrina liberal, el ser humano es egoísta por definición e instintivamente tiende hacia el capitalismo. De ahí que, según ellos, el comunismo sea una utopía. Así que, de acuerdo a esa teoría,  serán pocos, y por pura necesidad, los que se resignen a vivir con la "paguita".

El viaje en el que ando inmerso me ha permitido vivir algún acontecimiento que me ha abierto los ojos en algunos aspectos y ha reforzado unos ideales que, aunque ya estaban fundamentados, necesitaban de alguna reforma.
Me impresionó vivir las protestas que tuvieron lugar en Ecuador el pasado mes de octubre. Me fascinó ver como gran parte de la población Ecuatoriana se volcó en aquello y paralizó el país durante un mes, forzando a Lenin Moreno a recular en su asqueroso e indecente servilismo ante el F.M.I  y los recortes que este exigía imponer al país.
Un triunfo de la clase obrera como aquel, solo es posible con una población con cierta libertad y no totalmente encorsetada por obligaciones económicas que le asfixie y no le permita salir a las calles si la situación así lo requiere.

“Exponer a los oprimidos la verdad sobre la situación es abrirles el camino de la revolución”

                                                                                                                                 Leon Trotsky

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