martes, 21 de diciembre de 2021

Crónica de un día cualquiera en Quios (I): con vistas al Egeo

Abro los ojos. Por la claridad de la luz que entra en mi habitación intuyo que las agujas del reloj no deben marcar aún las ocho de la mañana.
Los crujidos de la ventana de madera, junto al fuerte zumbido del viento que la azota y la hace estremecer, me recuerdan que las aguas que bañan estas tierras no son las del mediterráneo, o sí, porque resulta que el mar Egeo se considera una parte del mediterráneo, aunque esté condicionado por la influencia de lugares como los montes Urales, una cordillera perteneciente a Rusia y Kazajistán.
Debo confesar que de este dato me enteré anoche y, ya que estamos, también de que mi falta de cultura en muchos aspectos no tiene límite. Afortunadamente, mi consciencia al respecto, tampoco.

La estética austera, casi lúgubre, de mi habitación se encarga de recordarme que no estoy en casa. Grecia es un país humilde. La crisis que azotó a toda Europa durante la primera década de este siglo, lo hizo aquí con especial virulencia, y mi habitación podría ser prueba de ello.
No me quejo. En absoluto. Ni me había planteado donde dormiría en mi estancia por estas tierras. De haberlo hecho, hubiera apostado por una litera en una casa container o, a lo sumo, en un barracón en los aledaños del campo de refugiados de Vial. Pero no, duermo en una confortable cama, en una humilde y encantadora casa de campo, ubicada en las afueras de Chios, la principal ciudad de la isla homónima.

Tengo hambre. Que novedad. Soy de los que se duerme ilusionado con el hecho de que al despertar, vendrá el desayuno.
Salgo de mi habitación y enciendo la estufa de leña de la sala de estar. Soy bastante torpe para estas cosas, pero algo menos desde que Liss, una chica Finlandesa, me enseñó a hacerlo en un remoto bosque de las inmediaciones de Inari, un bucólico pueblo situado unos 300 km’s al norte de Rovaniemi, la ciudad Lapona donde dicen que nació Papa Noel.
Ya en la cocina, busco el café en el armario y, cuando aún no lo he encontrado, Chioni intenta llamar mi atención aporreando los cristales con sus delicadas almohadillas gatunas.


Chioni es una gata embarazada que merodea la casa. La he bautizado así en honor a la hija de una ninfa que tuvo sexo con Poseidon, dios de los mares y agitador de la tierra, y que dio a luz a Chioni (nieve) en plena nevada. Aquellas nieves convertirían en tierra fértil esta isla que, según la leyenda, antes había sido un desierto.
Espero que Chioni no tenga que alumbrar a sus gatitos bajo un manto de nieve. Según me dicen, no es del todo improbable en invierno. Como tampoco lo es que haya un terremoto, fenómeno que se va produciendo con relativa frecuencia en esta isla volcánica.
Necesitaba meter algo de mitología Griega en este post, y es que dicen que en este país, das una patada a una piedra y te salen cuatro historiadores, tres filósofos, dos poetas y algún músico. 

Chioni sabe que yo le abriría encantado, igual que tanta y tanta gente que se debe haber alojado en esta casa antes que yo, y que, a buen seguro, le ha abierto.
Hoy lo pide encarecidamente, y es que los vientos que vienen desde Turquía, atraviesan los ocho km’s de Mar Egeo y llegan a esta isla Griega, resultan realmente amenazantes.
Muero por dejarla entrar, pero llevo aquí un par de días y la médico  con quien comparto casa, no es tan “Catlover” como yo.

Emma sale de su habitación cuando estoy acabando con mi desayuno. Me explica que le han llamado para informarle de que se avecina un “Landing” y que debemos estar a las 10h en el centro de detención de Lafkonia. Allí es donde se lleva y se hace la acogida inicial a los inmigrantes recién llegados en pateras desde Turquia.
Emma es una médico jubilada que le ha cogido el gustillo a esta historia del voluntariado.
A sus 70 años tiene unas cuantas historias que explicar. Exiliada desde Catalunya al país Vasco, donde reside desde hace medio siglo, me habla de su paso por la cárcel durante el Franquismo y de su militancia en un partido Comunista en Catalunya.
Uno de los motivos, sino el principal, que me han motivado a meterme en esto, es conocer gente que pueda aportarme valores que no en todas partes resulta fácil encontrar. Por otra parte, sé que dificilmente  me encontraré  por aquí a un liberal hablando de meritocracia, cultura del esfuerzo y porquerías parecidas, de esas que harían vomitar a una rata.
Acabamos el desayuno y salimos de casa con las mochilas asistenciales y un montón de Covid test. 
Al salir, el viento estampa la puerta contra la pared.


Llegando a Lafkonia, puedo contemplar el mar Egeo, y la costa Turca al otro lado de las embravecidas aguas.
Pienso que mucho tendría que ganar y muy poco que perder, para decidir lanzarme a aquel mar en esas condiciones.
Tal vez no hayan podido elegir y la mafia que controla el “tinglao” les haya obligado a cruzar sin más demora. Tal vez lo hayan decidido ellos mismos sabiendo que, quizás, las patrulleras fronterizas Turcas estén mas relajadas en un día presumiblemente tranquilo en cuanto a actividad migratoria.
Aún no sé de donde vienen los inmigrantes. No sé a quien habrán rezado.
Siendo agnóstico y estando a punto de entrar a sus tierras, yo hubiera optado por rezarle a Poseidón. A bote pronto, imagino que le hubiera pedido que calmara el mar y agitara la tierra. Y ya de paso, que con ello derrumbara algunos techos de la Europa pudiente y de los Estados Unidos de America.

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