domingo, 5 de enero de 2020

De compañero a Streber: Cuando lo que cayó no fue solo un muro.

Si hay algo que me ilusionaba en la previa de este viaje, y que estoy valorando y disfrutando al llevarlo a cabo, a parte del atractivo que tiene viajar y conocer mundo, es el ser dueño absoluto de mi tiempo. Eso implica poder "perder" todo el que me apetezca sin sentirme mal, y también tener total sensación de espacio y amplitud, ya no solo temporal, sino también emocional.
Siendo así, estoy teniendo tiempo y ganas de intentar cultivarme en algunos aspectos que antes me era imposible abarcar. De leer, de ver documentales que tenía pendientes, de hablar con gente si surge...de escuchar y de intentar aprender.
Si hay alguna experiencia o lugar que recomendaría sin dudarlo, de lo hecho o vivido hasta ahora en Sudamérica, sería el trekking de Santa Cruz en el parque nacional de Huascarán (región de Áncash) en Perú.
Fueron 4 días de trekking (con sus 3 noches) por encima de los 3000 metros de altura, con sus espectaculares paisajes, con su aislamiento del mundo, con sus silencios e introspección, con su interacción y conversaciones con los demás integrantes del grupo, y con la sensación final de que había hecho algo que me había alimentado el alma.
Las frías noches a 4000 metros de altura
Allí conocí a Steve, un buen tipo Alemán con el que era fácil sentirse a gusto y con el que me unían algunos aspectos y circunstancias, empezando por la edad, pasando por la coincidencia de que también había estado trabajando los últimos 4 años de profesor, y acabando por el hecho de que andaba viajando por Sudamérica, tras haber decidido darse un tiempo sabático ante la necesidad de hacer un "reset" en lo profesional y replantearse si era sostenible el cuanto y cómo estaba trabajando.
Steve había nacido y pasado su infancia en Leipzig, la segunda ciudad más relevante de lo que fue la extinta república democrática Alemana, también conocida como la Alemania socialista, oriental o la Alemania del este, separada por el famoso muro de Berlín de la Alemania occidental o del oeste.
Se cumplía en aquellos días el 30º aniversario de lo que no todo el mundo interpreta como un suceso que hiciera del mundo un lugar mejor.
Con 9 años y nulo interés por el tema (de haberlo tenido, no sé si se me hubiera debido calificar de adorable prodigio o de repelente piojo) no recuerdo nada de aquellos sucesos. Solo tengo flashes de una comida familiar donde mi abuela le gritaba a mi abuelo algo así: "Ya está bien Pepe!! Ya está bien de comunistas y puñetas. Sí sí, tus comunistas, los que nos tuvieron horas en la frontera registrando todos los coches y haciéndonos mil preguntas. Esa es su libertad! Ese es tu comunismo!!". 
Yo no entendía mucho de lo que decían y en aquel momento lo viví como una trifulca más de las que, periódicamente, acostumbraba a tener aquella pareja, formada por un hombre implosivo y una mujer explosiva, que creo que, de haberse llegado a formar, hubiera durado poquito en los tiempos actuales.

En fin, los días anteriores al trekking, mi sesión de Youtube se empezó a llenar de porquería imperialista consistente en documentales sobre la caída del telón de acero, que incluían todo tipo de burdos malabares con la verdad, obscenos y desvergonzados ejercicios de revisionismo histórico y un sesgo ideológico brutal en pro de la nauseabunda globalización, la pretendida idiotización del mundo y el claro intento de eliminar toda disidencia o espíritu crítico ante la imposición del capitalismo, el neoliberalismo y, en resumen y conclusión, la dictadura soft que, mediante mentiras, ley, orden, muertos en guerras, y mediante lo que haga falta, impone y trata de eternizar la desigualdad de clases sociales.
Solo vi un documental de Ricardo Marquina, un periodista Español "freelance" que vive en Rusia y que, de una forma más o menos altruista, produce unos contenidos audiovisuales de exquisito buen gusto y cierto decoro e imparcialidad a la hora de enfocar temas espinosos, como el que nos ocupa.

Volviendo al parque nacional de Huascarán y al trekking, un tema nos llevo al otro y no dejé escapar la oportunidad de preguntarle a Steve por sus recuerdos sobre su infancia en aquella otra Alemania de antes de la caída del muro y por cómo vivió aquel suceso y el periodo posterior al mismo.
Me contó cosas sumamente interesantes. Recuerdos de infancia, percepciones y sensaciones poco contaminadas aún por educación, ideologías y prejuicios.
Como hechos objetivos, me habló del recorte, tras la caída del muro, en las ayudas sociales que su madre, sola y con él a su cargo, percibía para poder compatibilizar su trabajo como profesora y su cuidado.
Me habló de sus recuerdos y de que, en ellos, nadie allí parecía vivir de forma dramática el hecho de no poder comer plátano o chocolate.
A día de hoy, muchos escaparates de ciudades de la actual Europa, la situada al otro lado del telón en aquel entonces, rebosan de chocolate hasta el punto de provocar cierto empacho visual.
Lo que persigue simbolizar libertad, en mi opinión resulta un buen reflejo de la actual Europa y de su vergonzosa opulencia capitalista, a la que, por cierto, la mayoría de los habitantes de las ciudades de las que hablo, no pueden acceder. Para ellos, el empacho se queda en lo visual. El digestivo es para los turistas de la Europa pudiente que les visitan.

A Esteve tampoco le preocupaba demasiado no poder salir de allí en vacaciones y tener que disfrutar de las maravillosas e idílicas playas del bonito mar báltico, o de la interminable unión Soviética y de sus múltiples y variados encantos.

Si hay algo que me impactó, y de lo que además ya tenía un testimonio muy similar de una chica Polaca, fue su percepción sobre como pasaron a ser las cosas en las aulas entre los niños.
Me explicó que siempre fue un alumno con bastante capacidad y facilidad para entender los contenidos lectivos, y que para él era bastante normal y lógico ayudar a sus compañeros con más dificultades en lo que pudiera, cosa que hacía de forma habitual.
Cayó el muro y llegaron los cambios en educación también. En las aulas se entremezclaron niños de las 2 Alemanias. Me decía Steve que el ambiente cambió y que se dio cuenta de que ayudando a sus compañeros, como hacía antes, se estaba empezando a ganar fama de "Streber". 
Me explicó que es una palabra Alemana que tiene ciertas connotaciones negativas y que viene a significar "el que aspira a algo". Busqué la traducción en el traductor de Google y me dio el resultado de "empollón".
A Steve no le gustaba destacar especialmente y prefería pasar desapercibido, así que dejó de ayudar a sus compañeros.
En fin, me valió la pena escuchar a un tipo que me pareció noble, sin más, y que sin profesar ningún tipo de ideología comunista, también me contó como se había visto involucrado en un exitoso proyecto empresarial surgido en el competitivo y capitalista ambiente Berlinés de las "Startup", y el cual le acabó llevando a la docencia.
Compañeros (no Strebers) de aventura

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