domingo, 5 de abril de 2020

Las Florence Nightingale 2.0. Mártires de la lucha de clases

No puedo empezar este post sin contextualizar una situación actual que, pese a su extraordinario carácter, imprevisibilidad e inverosimilidad, cabía esperar.

No, hoy no voy a hablar de las políticas de recorte del gasto social del PP. No hablaré del lastre moral (de ahí, el económico también) que supone España y de la absoluta necesidad de independizarnos de un estado cancerígeno que mató, mata a sus ciudadanos y volverá a matar en un futuro.
No hablaré tampoco de aquel famoso "les hemos destrozado el sistema sanitario", de Daniel de Alfonso, director de la oficina antifraude de Catalunya, al ministro del Interior Español, Jorge Fernández Díaz, refiriéndose a la sanidad Catalana.
No lo haré, no porque todo eso me parezca intrascendente, sino porque los males que trae España a cualquiera que no comulgue con sus dogmas - en este caso, también a los que comulgan-, sus instituciones y su idiosincrasia como país, creo que son más que conocidos y comentados por aquí.

¿Alguien se acuerda del asedio al Parlament de Catalunya en junio del año 2011?

Artur Más llegó al Parlament en helicóptero, evitando así a los manifestantes que le esperaban en el parque de la Ciutadella de Barcelona, tanto a él como a los demás parlamentarios, en protesta ante los inminentes recortes que aquel día se iban a aprobar.



Tras una violenta jornada donde los Mossos d'Esquadra se emplearon a fondo, espoleados -cuidado con este punto, y cuidado con el síndrome de Estocolmo que en algunos generó el hecho de que no los espolearan el día de referéndum del 2017- por las directrices del Departament d'interior de la extinta "Convergencia Democràtica de Catalunya" (la derecha Catalana de toda la vida), aquellos acontecimientos se saldaron con muchos heridos, detenidos y, finalmente, con 8 acusados a 3 años de cárcel por el tribunal supremo, tras corregir este la sentencia de la audiencia nacional que, previamente, había absuelto a 19 de los 20 imputados.

Debo reconocer que me equivoqué ignorando a mi madre, cuando me hablaba de uno de aquellos detenidos, enfermero y compañero suyo en el hospital de Bellvitge, de su lucha contra los recortes en sanidad, de su implicación y de la injusticia que suponía que pocos se movilizaran para reclamar justicia.
Un par de años más tarde, entré a trabajar los fines de semana en el hospital de "Can Ruti" de Badalona, uno de los grandes hospitales públicos del Institut Catala de Salut (ICS).
Debo decir que allí trabajaba contento, considero que bien pagado y con medios e instalaciones adecuadas.
También es cierto que mi percepción de todo aquello estaba parcialmente sesgada por el hecho de que aquel no era mi trabajo habitual, y lo tenía como un extra y un paracaídas por si me cansaba de mi trabajo como técnico de emergencias sanitarias en una ambulancia, y necesitaba meter el cuerpo entero en aquella puerta donde me iba bien tener metido un pie.

En aquel tiempo, fui viendo como el hospital dejaba marchar a alguna que otra enfermera muy muy top. Gente de esa que querrías que asistiera a tu madre si tuviera que ingresar en un hospital, que querías tener de compañera trabajando y que dejaba en el servicio una huella indeleble al irse.
De esas que Florence Nightingale hubiese seleccionado para el equipo de 37 enfermeras que llevó con ella al hospital militar en Scutari, en Turquía, para asistir al ejercito Británico en la guerra de Crimea de 1854.
Aunque Florence Nightingale, la enfermera más reconocida en la historia de la enfermería, murió, su espíritu se manifiesta en estos días en tantas y tantas enfermeras anónimas

El motivo de su marcha solía ser que habían encontrado más estabilidad en algún otro hospital que, a veces, no era su primera opción o la que mejor pagaba, pero que les ofrecía algo más de estabilidad y la sensación de que podrían tener un contrato decente en un plazo de tiempo razonable, cosa que en el ICS era imposible.
A mí nunca me importó tener contratos de un mes e ir renovando. No necesitaba más y era un recién llegado. Pero no me podía creer que, según que compañera que tenía por allí, tuviera ese tipo de contratos y llevara años así.
De la crisis ya se había salido y enfermos habían...vaya si habían. Pero debe ser muy cómodo tener a un regimiento de enfermeras con la incertidumbre, la sumisión y la versatilidad obligada (palabra que, aplicada al ámbito laboral, suele tener cierta connotación explotadora) que genera el hecho de precarizar las condiciones de una profesión.
La suerte de los que gestionan la sanidad pública Catalana y la desgracia de los que la necesitan, es que miles de enfermeras megacompetentes y preparadas salen cada año de las universidades del país, y en realidad no se las valora lo suficiente porque se tiene la sensación de que son totalmente reemplazables. Y aunque desde un punto de vista frío y pragmático, lo son en tiempos normales, desde el punto de vista humano y en situaciones extraordinarias no lo son, cosa que se está poniendo de manifiesto en estos días.
Al igual que Alessia Bonari y Elena Pagliarini, 2 enfermeras italianas que se han convertido en iconos, así acaban las guardias tantas enfermeras anónimas.

Se está hablando mucho de los aplausos y de la heroicidad de los profesionales sanitarios.
Hace unos días, le envié un mensaje a una excompañera enfermera y le decía que era mi heroína.  "Que va, estoy muerta de miedo", fue su respuesta.

Otra, infectada por el Covid-19, de baja médica en su casa, me expresaba que estaba algo decepcionada -no ha sido la única- por la actuación en esta situación de algunos compañeros y la forma de coger la baja médica con excusas x y con el objetivo real de no exponerse a una porquería que te puede matar, a ti y a tus familiares por extensión.
Pese a que entendí su sentimiento y pese a saber que hay de todo en todas partes, lo cierto es que muchas enfermeras han estudiado, se han formado y han tragado suficiente mierda -metafórica y real-, durante muchos años, como para que ahora se las exija más implicación que la meramente profesional.
Sobretodo porque lo que se les está exigiendo es ser mártires. Peones intercambiables, infectables y sustituibles por las políticas de los mismos privilegiados de siempre. Aquellos que pisotean a las clases bajas, que menosprecian sus esfuerzos, sus años de estudio -en muchos casos en universidades privadas- y que ahora pretenden que se expongan al peligro, sin, ni si quiera, proporcionarles equipos de protección individual suficientes.

Por otra parte y de forma paralela, la sanidad Catalana pública subcontrata, desde hace muchos años, la gestión de las ambulancias de soporte vital básico (la más habitual, amarilla, y encargada de asistir cualquier emergencia en primera instancia) a empresas privadas, las cuales, acogiéndose a la legislación estatal, hacen contratos en prácticas y pagan mierdas de salarios indignos a chavales de 18 años recién salidos del horno, aprovechándose así de la ilusión y el entusiasmo que aún sienten por poder trabajar en una ambulancia.
¿Se les está proporcionando a los técnicos en emergencias equipos de protección individual?
Si la situación es precaria en un gran hospital público, imagínate en un sector subcontratado a empresas privadas. Se están teniendo que buscar la vida y mendigar solidaridad. Como si estuviéramos en Somalia.
¿Y que pasa si, tras llevar un mes martilleado por contactos de riesgo con pacientes a los que, debido al Covid-19, han visto morir en casa o en la ambulancia, acaban mostrando síntomas un día? Baja médica preventiva, ni un misero test para confirmar la sospecha de infección, pero quédate en casa un mes, enfermo, solo y lejos de tus padres a los cuales es mejor que no te acerques, porque sabes que, en algunos casos, tienen sus achaques y que podrías acabar matándolos indirectamente.
Todo eso por 600 putos euros al mes.
Lo dicho, mártires de un sistema miserable, indigno, y donde la lucha de clases se manifiesta en todo su esplendor.
Cuando todo esto pase, a parte de la buena voluntad de la gente y sus aplausos desde los balcones, ¿va a haber algún gobierno que modifique este tipo de porquerías indignas y usureras?
Los sanitarios nunca se han caracterizado por aprovechar estas situaciones para pedir aumentos de sueldos o plaquitas de reconocimiento. Y pensándolo bien, si lo hacen la policía nacional o la guardia civil por aporrear con efectividad y saña a ciudadanos indefensos, y se les concede, vería bastante coherente un reconocimiento similar por estar mirando de frente a la muerte. Pero ni se espera, ni se pedirá.

Voté a Carles Puigdemont para contribuir a que obtuviera su escaño de europarlamentario, y dificultar así el que cayera en manos de jueces que no difieren mucho de los de la santa inquisición. Y no me arrepiento, pero para gestionar los recursos públicos de Catalunya, y sobretodo para evitar que sean privatizados, no creo que la derecha Catalana sea una opción conveniente.
Se llama conciencia de clase, y todo esto habrá valido para algo -aplausos en los balcones incluidos- si los votantes Catalanes entienden que la independencia debería implicar un país 100% diferente a España, tanto en el fondo como en las formas.

A todo esto, iluso de mí, sigo esperando a que vuelvan a la primera plana de la política los "Cupaires" David Fernandez, Antonio Baños y, cuando el estado Español cure su rabia de perro moribundo y la deje volver de Suiza, a Anna Gabriel también.

N. del A.: Cuando me he referido a enfermeras, incluía también a las auxiliares de enfermería, empezando por mi madre, y a todo aquel que, de alguna forma, está implicado en la asistencia sanitaria de pacientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario