sábado, 30 de mayo de 2020

Paguitas y pegotes (I): "Conexión España-Argentina"

Echo de menos Argentina.
Si bien mi entrada al país y la estancia en Mendoza no fueron demasiado halagüeñas, los trekkings en alta montaña, los viajes en bici que hice en la Patagonia y el tiempo compartido allí con Marc y sus amigos, me dejaron muy buen sabor de boca.
Viaje en bici por la ruta de los siete lagos
El primer Argentino que conocí en mi vida, del que me llevé muy buena impresión, no lo conocí en Argentina, sino en Serbia.
Tras haber pedaleado cien kilómetros siguiendo el curso fluvial del río Danubio, en el transcurso de un viaje en bici por el este de Europa, llegué a Belgrado en una calurosa tarde de julio del 2018.
Entré al Hostel "Fair and Square" (muy recomendable) y el recepcionista cambió al Español al escuchar mi acento al hablar Inglés.
El tipo era un Argentino que trabajaba allí, a cambio de manutención, mientras hacía un doctorado sobre el conflicto que acabó derivando en la guerra de los Balcanes, la disolución de la antigua Yugoslavia y sus posteriores consecuencias geopolíticas.
Aquella fue la primera vez en mi vida en que me hubiera gustado que un Argentino me diera la turra con sus historias. Y no sé si fue por el hecho de que no era Porteño o por qué nunca hubieron mujeres presentes en nuestras conversaciones, pero la cuestión es que el tipo estaba mucho más interesado en mi viaje que en hablar de él mismo.

Dos años antes había tenido una novia medio Argentina (había nacido y vivido allí hasta los 20 años) con la que compartí un tiempo especialmente significativo de mi vida y de la que guardo gran recuerdo, y mi predisposición hacia los Argentinos ya había mejorado un poco.
Ella contrarrestó, en gran medida, el concepto que me había formado sobre ellos, tras unas cuantas horas de conversaciones con un buen amigo Uruguayo y con algunas de mis propias experiencias.
Si lee esto algún Argentino/a, espero que no se ofenda. España es un destino predilecto para mucho Porteño con ciertas ínfulas y aires grandilocuentes. ¿Y para qué engañarnos?, también con admirables habilidades para enbelesar féminas, cosa que por cuestiones antropológicas y algo primarias, nos suele joder a Catalanes y Españoles.

Ya en Argentina, acabé conociendo muy buena gente, y en Cartagena de Indias (Colombia) fui topando, de una forma bastante casual, con varios Argentinos de muy buena onda y de los que guardo bonito recuerdo a pesar del poco tiempo que acabé compartiendo con ellos.
Una de ellos/as fue una profesora con la que concerté un "Couchsurfing" en Dina Huapi, un pequeño pueblo junto a San Carlos de Bariloche.

Pocos meses atrás se habían celebrado las elecciones en Argentina, y las había ganado Alberto Fernández, representando una coalición peronista-kirchnerista, que había conseguido derrotar a Mauricio Macri y devolver así a Argentina a la senda de las políticas sociales.
Hablando con aquella mujer de los motivos que aducían los detractores de Alberto Fernández, basados en sus reticencias a los subsidios y las "paguitas" (por el supuesto freno que suponen para el desarrollo de un país), ella concluyó con un tajante: "Yo lo único que sé es que ahora mis alumnos no vienen con hambre a clase, cosa que antes sí ocurría".
A mí este tipo de motivos cada día me convencen y me ganan más. Más aún si vienen de una persona ilustrada (hablo de algo muy diferente a estudios reglados) y con suficiente experiencia en la vida para haber tenido tiempo de comprobar la miseria moral que comporta el liberalismo.

Unos meses después, desayunando en la terraza de un hostel en Cartagena, coincidí con otra profesora de Córdoba con un discurso casi idéntico.
Hablando sobre el impuesto del 30% a las compras y viajes al exterior que Alberto Fernández impuso tras su llegada al poder, para promover el turismo y el consumo interno y recuperar así el eterno déficit de las arcas públicas Argentinas, me dijo: "Yo estoy contenta por poder contribuir a la recuperación de la economía de mi país y pago a gusto. Además, así me obligaré a viajar más por mi país y tendré la oportunidad de conocerlo".
"No hay más preguntas señoría", pensé. Es a partir de estos niveles de empatía y de supremacía moral (que diría el nazi de Santiago Abascal), que acabo conformando mi propio concepto de la idiosincrasia de un país.

Hoy el actual gobierno Español comunista (cágate lorito) del "coletas" ha aprobado la "renta mínima vital", un hito histórico que hace que me sienta un poquito reconciliado con el concepto de España y un poquito menos avergonzado de la ignominiosa y deshonrosa nacionalidad que consta en mi D.N.I.

La que no está tan contenta por ello es la Marquesa Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos (esta gente de rancio abolengo suele tener apellidos para dar y regalar), que se lleva la "paguita" del estado Español, por ensuciar el congreso de los diputados como portavoz del PP.
Hija de la oligarquía argentina, de orígenes castellanos, heredera de los que invadieron y saquearon América Latina, de aquellos que robaron a los hijos de las mujeres pobres de su país y de los que hicieron desaparecer a miles de militantes por la justicia social, esta botarate es la directora del área internacional de la fundación FAES de Aznar y se dedica a hacer el ridículo en Twiter.

¿Se puede ser más ridícula y despreciable? Sí, si eres Cubana y, como Rocio Monasterio, representas al fascismo de VOX en Madrid y despotricas del comunismo porque a tus padres les expropiaron su esclavista negocio de caña de azucar.

De menuda joyita se han librado en Argentina y menudo pegote tenemos que subvencionar con "paguita" estatal en España. Como si la derecha Española no tuviera suficiente cochambre autóctona.

En la segunda parte de este post argumentaré el porqué de mi satisfacción con la "paguita", una medida con la que hace un año no hubiera comulgado de forma tan radical, pero que ahora me reconcilia en cierta medida con un país que, eso sí, siempre consideraré ajeno.

jueves, 21 de mayo de 2020

De Ucrania a Catalunya. Horrores y errores en el camino hacia la independencia.

Hacía mucho tiempo que demoraba un post sobre un tema del que me interesa y me motiva especialmente escribir.
Hay dos motivos para ello: Por una parte, por lo representativo y clarificador que espero que resulte al respecto de la miserable y criminal forma en que occidente sigue interfiriendo en países que considera claves como piezas del tablero geopolítico mundial, y para la consecución de sus intereses.
Por otra parte, creo que puede ser paradigmático del gran error que supone dejar cualquier proceso revolucionario -la independencia de Catalunya, en este caso- en manos de formaciones políticas con ideologías de derechas. Y es que a la acertada frase de "la revolución será feminista o no será", añadiría yo qué será de izquierdas o no será.

Lo que ha desencadenado que me decida a escribir el post ahora, son una serie de noticias que se han ido sucediendo en los últimos tiempos y que creo que, de alguna forma, cierran un círculo.

Es imposible relacionar los hechos que pretendo, sin rememorar algunos sucesos y contextualizarlos. Más aún, cuando creo que la gran mayoría de los que leáis esto, no los recordareis apenas, y me atrevería a decir que el 90% nunca supisteis los detalles claves necesarios para poder posicionarse con criterio.

Corrían los primeros meses del año 2014 y cada día llegaban noticias desde Ucrania sobre una supuesta preciosa revolución de colores en la calles de Kiev. El epicentro de la misma era la plaza Maidan y el nombre que le pusieron a aquel movimiento fue el Euromaidan.
Según la propaganda oficial, la indefensa, maravillosa y nada manipulada ciudadanía de Kiev estaba siendo masacrada por la policía del malvado presidente Víktor Yanukóvich, prorruso y poco receptivo a los cantos de sirena de la Europa occidental.
El motivo era que los Ucranianos de a pie se estaban manifestando pacíficamente a favor de pasar a ser parte del eje del bien, abrazarse a la maravillosa Europa occidental y desvincularse de una vez por todas de Rusia, miembro honorifico del eje del mal.
Al final y tras meses de conflicto, aquello acabó con la supuesta victoria de los manifestantes, el derrocamiento de Yanukóvich, cien mártires a los que se les llamó la "centuria celestial", y con un supuesto prometedor horizonte lleno de esperanza y libertad.
A día de hoy, la realidad es que Ucrania sigue igual de pobre o más, ya no puede disfrutar del acuerdo de libre comercio que tenía con Rusia y de las ventajas que ello le daba (sobre todo en materia energética), y ademas ha perdido la península de Crimea (aunque nunca lo ha reconocido, parece evidente que Rusia recuperó un territorio que le había pertenecido hasta 1954 y cuya población se siente Rusa en su inmensa mayoría), por no hablar de las 13.000 perdidas de vidas humanas en la guerra del Donbass, que Ucrania sigue librando contra sus propios ciudadanos prorrusos.

¿Qué motivó y qué sucedió en realidad en el Euromaidan?
Tras meses de negociaciones con la unión Europea, Víktor Yanukóvich, presidente de Ucrania en 2014, se negó en el último momento a firmar un acuerdo que nunca acabó de ver claro, a pesar de las presiones de la Europa pudiente y la de los Oligarcas Ucranianos que, en aquel país, siguen siendo dueños y señores del estado.
La razón que adujo Yanukóvich fue que quería a Rusia (con la que tenía acuerdos que se romperían si firmaba aquel acuerdo) en la mesa de negociación, a lo que la unión Europea se negó tajantemente.
Los medios de comunicación se hicieron eco de la negativa a firmar de su presidente.
Aquello desencadenó que grupos de estudiantes, hartos de la corrupción sistémica de su país, salieran a manifestarse pidiendo cambios significativos en las instituciones Ucranianas. No la adhesión a Europa y la desconexión con Rusia, específicamente, tal como se explicaba en los medios de comunicación.
Una muy representativa foto de los amigos que querían hacer los oligarcas Ucranianos
Posteriormente, la espontaneidad inicial de aquellas manifestaciones se empezó a ver intoxicada por grupos de extrema derecha con estética neonazi, y con una sorprendente organización e infraestructura que era de todo menos espontanea o barata.
Llegaron los muertos. Ahora se sabe que de los 100 muertos, entre 35 y 40 fueron policías (los supuestos "malos") de Kiev. Se sabe también que se contabilizaron como víctimas, y parte de la "centuria celestial", a muertos que no tuvieron que ver con la violencia de los tumultos.
Y lo más importante, se sabe que la manifestación estaba infestada por mercenarios a sueldo (incluyendo a francotiradores Georgianos y Lituanos), que tenían como misión abrir fuego, dinamitar las manifestaciones y ejercer violencia de alta intensidad contra la policía para que esta respondiera con fuego, el caos se desatara, hubieran victimas inocentes y el pueblo enfureciera y exigiera la caída del gobierno.
Resultado: Cayó el gobierno de Yanukóvich, mediante la forma en que actualmente se derrocan los gobiernos que no comulgan con el imperio del bien, es decir, el golpe de estado híbrido.

Pero hay mucho más.
Actualmente, a raíz de las disputas entre el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y el candidato a presidente (vicepresidente en la legislatura de Obama), Joe Biden, ha salido a la luz que Biden fue el encargado de las relaciones diplomáticas con Ucrania y que, gracias a ello, su hijo Hunter Biden trabajó en el congreso de administración de una de las más importantes compañías de gas de Ucrania, cobrando 600.000 dolares anuales.
Para poner el broche final a tan truculenta historia, hay un documental donde Joe Biden, entre risas y y jolgorio, presume de haber forzado a Petró Poroshenko (el presidente que relevó a Yanukóvich tras el golpe de estado) a relevar de su puesto al fiscal general de Ucrania, por haber iniciado una investigación por corrupción contra la empresa de gas donde trabajaba el hijo de Biden.
De no hacerlo, nunca llegarían a Ucrania las ayudas económicas que los Estados Unidos le habían prometido a Poroshenko.
La realidad, a día de hoy, es que muchísimos Ucranianos se sienten realmente engañados y les gustaría poder volver al 2014.
Llegados a este punto, alguien pensará: "¿qué tiene que ver aquí Catalunya y su proceso de independencia?".
¿Recordáis un vídeo llamado "Help Cataluña" que lanzó Òmniun cultural para mediatizar el conflicto Catalán y denunciar al indecente estado Español a ojos de Europa?.
El fin era loable, pero los medios fueron nauseabundos. Hubo quien criticó el vídeo por el hecho de que imitaba al vídeo que el movimiento Euromaidan hizo en su día para mediatizar su causa y ponerla ante los ojos de la Europa "civilizada" (estas comillas tienen sentido desde ya, pero lo tendrán más aún al final del post).
Para mí el problema no es imitar un vídeo, sino algo mucho más grave, como es no saber mirarse más allá del ombligo (algo muy propio de quien no profesa ideologías "radicales" de izquierdas) y compararse con el movimiento Euromaidan, cuando ya en aquel entonces habían sospechas, más que fundamentadas, de que aquella supuesta revolución de colores Ucraniana olía muy mal.
Aquel tremendo error desvirtuó el proceso de independencia a ojos de la izquierda (la real) Española y Europea. Ante Rusia tampoco quedamos como unos revolucionarios precisamente.

Para acabar, ahí voy con la traca final.
¿Qué intereses tenía la Europa pudiente en llegar a acuerdos comerciales y de "semilibre" circulación con Ucrania?. ¿Y las oligarquías de Ucrania en que esta firmase los acuerdos con Europa?
Hay muchos. Los que conozco, o supongo, y los que no. En todo caso, sería muy cansino abordarlos todos, así que me voy a centrar en uno especialmente nauseabundo e indigno.
Ahora mismo hay unos 100 bebés en Ucrania, fruto de gestación subrogada (o vientre de alquiler, como se conoce coloquialmente), a los que sus indignos y explotadores padres de la Europa civilizada (¿recordáis las comillas de dos párrafos atrás?) no pueden recoger, debido a la pandemia.

35 de los bebés en el hotel Venice de Kiev
Después de que varios países Asiáticos (India, Nepal y Tailandia, entre ellos) prohibieran la práctica, debido a la abusiva explotación (triple redundancia) a la que se sometía a sus mujeres, Ucrania se ha consolidado como el país de referencia a la hora de obtener un niño gestado en el vientre de una pobre (económica y moralmente. La primera pobreza suele conllevar la segunda) infeliz que es explotada, como si fuera una vaca en una granja, para que alguna feliz, adinerada y explotadora parejita de la Europa rica tenga el hijo que no le ha dado la gana de adoptar.
Parejas Españolas liandola parda, mucho antes de la pandemia, por no poder sacar a los bebés de Kiev por problemas con el pasaporte. La bandera de España siempre presente a la hora de adornar cualquier tipo de acto asqueroso y nauseabundo que tenga que ver con la explotación de otros pueblos.
Si habéis llegado al final (lo consideraría una gesta), espero que os dé la sensación de que he cerrado un circulo y de que os haya compensado hacerlo.

N. del A: Si os habéis quedado con ganas de saber más sobre el Euromaidan o la guerra del Donbass, recomiendo un documental de Ricardo Marquina, un periodista Español que posee uno de los mejores canales que se pueden encontrar en Español en Youtube, sobre Rusia y los conflictos geopolíticos de los países de la extinta unión Soviética.
Aunque es antiguo y ha quedado algo obsoleto por las nuevas informaciones y evidencias de las que no se disponían en aquel momento, trata el conflicto con objetividad y da voz a todas las partes implicadas.

lunes, 11 de mayo de 2020

Amor y misterio en Užupis (parte IV)

Fiódor abrió una botella de Vodka "Tsarskaya" y nos lo sirvió en unos pequeños vasos cuidadosamente ornamentados con motivos del folklore Yakuto.
Reconocí aquella marca. Era un Vodka de altísima calidad y el favorito del Zar Pedro "el grande" de la dinastía de los Romanov. 
No tenía a Fiódor por un tipo roñoso, pero que abriera aquella botella indicaba que la ocasión no era una cualquiera para él.
Tras tres rondas (seis para Fiódor), aquel hombre de duras facciones Orientales, me miró serio.

– Amancio, jamás estaría aquí hablando contigo si fuera por mí, pero confío en la sabiduría e intuición de mi mujer, y ella creé que mereces nuestra confianza.
Sabiendo lo que sabes ahora, aún puedes volver a tu país y seguir con tu vida tal como la conoces. 
Si tu intención es quedarte, tal como parece ser, seguiré contándote algunas cosas más de las que mi esposa te acaba de contar. Eso sí, después de ello, tu vida habrá cambiado para siempre – me dijo Fiódor.

Llegados a aquel punto y aunque no hubiese estado enamorado de Audra, no me imaginaba algo mejor que hacer con mi vida que quedarme allí escuchando lo que Fiódor me tuviese que decir y afrontar las más que seguras emocionantes consecuencias.

– Su hija no es un capricho para mí señor, y no me voy a separar de ella. Agradezco su confianza y me gustaría escucharle – le contesté sin titubear.
– Bien, como ya sabes, mi nombre real no es Mikita y no soy de Minsk. Esa es la falsa identidad que se me asignó para protegerme tras el final de la guerra. 
Trabajo para el KGB y, después de la gran guerra patria, estamos quizás ante la situación más complicada de nuestra historia.

Me vino a la cabeza la figura de Jaime Ramón Mercader del Río, aquel Catalán, militante comunista y agente del servicio de seguridad soviético que, por encargo de Stalin, tras ir hasta Mexico y hacerse novio de Sylvia Agelof, la hija de León Trotski, para poder acceder a él, lo mató clavándole  un piolet en la cabeza.
El arbol del espionaje Soviético tenía ramas por todo el mundo y, aunque yo, Amancio De los Cobos Brugillo, era un simple "pelagatos" y no León Trotski, lo cierto es que ahora también estaba en disposición de poder traicionar a la unión Soviética.
Supongo que Stalin no conocía de mi existencia, pero Fiódor sí.

– Como ya debes saber, en agosto se celebró la "Baltijos kelias" (vía Báltica). Una gran cadena humana unió Tallin, Riga y Vilnius, las tres capitales de las repúblicas Bálticas – me dijo Fiódor.

– Como para no acordarme – pensé. 
Aquella manifestación y clara expresión de buena parte de los ciudadanos de Lituania, Letonia y Estonia a favor de la independencia de sus pequeñas repúblicas, había resonado con fuerza en todo el mundo.
Nunca había tenido una clara opinión al respecto. Pero recordaba aquellos días, tan solo cuatro meses antes, cuando, en mi base militar en Murcia, el tema estaba en boca de todos mis compañeros y superiores. Lo más suave que se escuchaba era: "A esos comunistas de mierda se les está acabando la broma..." y frases por el estilo.
Mirando atrás, no me reconozco. No sé cómo pude aguantar durante tanto tiempo aquel nauseabundo ambiente post-Franquista. Pero aquello iba haciendo mella en mí y cuantos más comentarios así oía, más simpatía crecía en mí hacía aquellos "rojos comeniños".

– Lituania, al igual que Estonia y Letonia, está llena de agentes de la CIA ahora mismo – continuó Fiódor  – La OTAN está ejerciendo altas presiones en los mandatarios de las tres repúblicas. 
Se les está empujando a proclamar la independencia mediante promesas de apertura de mercados hacia los países del bloque occidental y liberalización del sistema económico. 
Eso supondrá la libertad total para implantar el capitalismo y que se enriquezcan, tanto ellos como todos los estratos altos de la sociedad. Pero el pueblo, aunque lo ignora, quedará ante la más absoluta desprotección social.

  –  záychik (pequeña liebre) – interrumpió Audra a su padre – Gabija vino ayer a casa para decirme que en breve necesitará mover hilos en en plano terrenal. Que enero será un mes decisivo en la historia de esta república y que soy la designada para, a través de mi cuerpo, no permitir que las fuerzas del mal vuelvan a quebrantar el equilibrio espiritual de estas tierras.

Tras terminar con la botella de Vodka, ante el discurso cada vez más radical de Fiódor y el relato sobre situaciones y hechos que no era necesario que yo conociese, Audra se levantó y anunció a la familia que nos ibamos a dormir.
La idea de dormir allí y la insistencia de Daina para que durmiéramos juntos, me aterraron.
Las estrecheces de la pequeña cama de noventa centímetros que Audra aún tenía en la habitación que le había pertenecido en su infancia, me recordaban que dormir allí era una insensatez. Por no hablar de aquel ruidoso somier que chirriaba con tan solo tocarlo, y de aquel cabecero que, apoyado en un murete que, en su otro lado, tenia apoyado el cabecero de la cama de Fiódor, hacía que se me encogiese el alma.
Confiaba en mi autocontrol y absoluto respeto por Fiódor, pero mi relación con Audra aún no había cumplido el mes de vida y la capacidad del ser humano para autoengañarse con la mentira que más le gusta o le conviene, es impredecible. Tanto como si yo sería capaz de evitar a Audra en caso de que me despertara en mitad de la noche tras haber tenido sueños paganos, o si sería capaz de no engañarme pensando que, al fin y al cabo, ese somier no era tan ruidoso, ni el murete que separaba aquellos dos cabeceros tan fino.

Tras una apacible noche, amaneció. Audra se levanto de la cama para ir al lavabo.
Cinco minutos después me despertaron sus gritos. Entré corriendo al lavabo y, desnuda y empotrada contra una esquina, gritaba mientras señalaba algo en la bañera. Una enorme araña caminaba tranquilamente por la misma.

– Mátala, mátala!! – me repetía una y otra vez.
– ¿Qué dices? No la voy a matar – le contesté.
Me miró desquiciada y, aunque no dijo nada, pude imaginar sus pensamientos, de naturaleza medio Eslava, sobre cuales eran mis responsabilidades como hombre, en una situación como aquella.
– Me siento afortunado y feliz, desde el día que te vi desnuda, así que sé lo contenta que vivirá esta araña el resto de su vida, y no voy a ser yo el que le prive de ello – le dije.
Sonrió y olvido sus expectativas sobre como se suponía que yo debía actuar en aquella situación.
En el fondo, una vez superada la histeria del momento, le gustaba que respetara la vida de un insecto. También que le dijese lo feliz que me hacía verla desnuda.

Los bosques bálticos son mágicos para mí. Con sus grandes abetos, nogales y abedules nevados, lo son más aún. Recorrer sus senderos en compañía de Audra, me hacía sentir que tenía más de lo que merecía o tenía derecho a pedirle a la vida.

– Amo a tu padre – le dije a Audra – Creo que el día que te pida que nos casemos, lo haré tanto por ti, como por saber que eso me convertirá en su yerno.
– Pues quizás convenga que lo hagas pronto... – me contestó – Estoy embarazada.

No sé si, a día de hoy, podría iniciar una relación seria con una mujer de la que pudiera dudar llegado un momento así. Creo que sí podría haber sucedido en aquellos tiempos, pero de ella no dudé ni por un solo segundo.

– Vaya..."¿y cómo ha sucedido?" – acerté a contestarle para coger aire y gestionar un momento que, aunque no esperaba en absoluto, me llenó de alegría y me dejó en shock a la vez.
Contestó con aquella mueca de fingida inocencia que sabía dibujar en su cara y que tanto me gustaba. Podría haberle sorprendido en nuestra cama sumergida en una orgía y, si me hubiese hecho aquella mueca, hubiese conseguido que pensase que estaba siendo obligada a estar allí.
Nos abrazamos intensa y prolongadamente, sumergidos en el silencio de aquel bosque nevado, tan solo roto por el sonido de agua corriendo por un pequeño riachuelo con más estalactitas que agua en estado liquido.

– No es un buen momento para esto záychik – me dijo con algunas lágrimas cayéndole por las mejillas – tengo mucho miedo. Mi padre tiene razón en muchas cosas de las que dice y pienso como él, pero la realidad es que se ha llegado a un momento en que gran parte de Lituania quiere separarse de la unión Soviética, y aunque sé que es un error, no soporto la idea de que esta situación conlleve más dolor...sé que es pan para hoy y hambre para mañana, pero no quiero que nadie de mi entorno vuelva a perder un solo ser querido más – Concluyó Audra.

Recordaba haber leído en mi infancia el libro "rebelión en la granja" de George Orwell.
Ya en Lituania, me di cuenta de que el hecho de que los dirigentes de la unión Soviética fueran representados por cerdos en aquella obra, no era ninguna casualidad. Y de que el problema para aquellos que utilizaban aquel libro como propaganda anticomunista, no era la presencia de unos pocos cerdos en la granja, sino el hecho de que la granja no se pudiera derribar para convertirla en una gran piara. Una enorme pocilga abierta a occidente, donde tanto las clases pudientes de la unión Soviética, como cualquiera que viniera de fuera con ganas de retozar, pudieran ser cerdos también y revolcarse en el barro libremente. Y que el resto de animales tuviesen que irse de allí y buscarse la vida en un mundo cruel e indigno para el que nadie les había preparado.

Respecto a las clases sociales más humildes de Lituania, la cruda realidad es que por cada vídeo musical de la MTV que entraba al país, habían mil Lituanos que dejaban de valorar el hecho de no pasar hambre ni frío y de no ver a ninguno de ellos en la calle, y pasaban a pensar que el muro de Berlín les estaba privando de la libertad de poder optar a tener vidas como la que veían en aquellos vídeos.
El enterarse de que había algo, llamado chocolate o plátanos, que ellos no tenían la libertad de comer, hacía que se olvidasen del hecho de que no vivían en riesgo de quedarse sin techo un día, dependiendo de cómo les pudiera ir la vida.
El hecho de que la sanidad o la educación estuviesen totalmente subvencionadas y de que las necesidades más vitales estuviesen aseguradas para todos los ciudadanos, pasaron a ser futilidades en la escala de valores de muchos, que soñaban con ese mundo del otro lado del telón de acero donde podías tener más de lo que necesitabas, aunque eso supusiese que los hijos de tus vecinos pasasen hambre.

Aquellas navidades fueron felices para mí.
Hacía años que no había disfrutado especialmente de aquellas fiestas, pero celebrarlas en Vilnius, con el espeso manto de nieve que cubrió la ciudad aquel año de 1990, y vivir aquellas celebraciones paganas que me transportaban casi a otras épocas, fue algo así como volver a la infancia.
Por no hablar de mi futura paternidad. Aunque en aquel entonces lo que había en el vientre de Audra no era más que un embrión de cuatro o cinco milímetros, me entusiasmaba pensar que podía escuchar las notas musicales que invadían nuestra vieja casa en Užupis cuando ella tocaba su violín.

Por otra parte, no todo fue paz y sosiego en aquellas navidades.
Audra y Fiódor discutieron mucho y aquello ensombrece mis recuerdos de aquello días..
Fiódor no soportaba la idea de que las injerencias externas y los intereses capitalistas de occidente, pudieran socavar aquella unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que, a pesar de integrar diferentes etnias y sensibilidades culturales y religiosas, se había mantenido unida hasta entonces, y en la que, de alguna forma, aún perduraba algo del espíritu de la revolución proletaria de 1917.
Fiódor no veía personas en los ciudadanos partidarios de la independencia de Lituania. Veía robots totalmente abducidos a los que habría que aplastar en el caso de que las cosas llegaran a una situación límite. De no hacerlo, sería occidente el que aplastaría lo construido con tanto dolor y sacrificio de vidas humanas.

Audra entendía y respetaba a su padre como nadie más podía hacerlo. Estaba de acuerdo con él y le hubiese gustado que las cosas fuesen de otra forma, pero no lo eran y, aunque le dolía, respetaba la decisión de su pueblo y sus pretensiones de soberanía.
En las calles de la ciudad se respiraba un evidente clima antisoviético y, tras los informes de KGB de que los mandatarios Lituanos perpetraban la inminente y definitiva escisión del territorio Lituano, Moscu envió los tanques del ejercito Soviético a Vilnius.

Desperté en la madrugada del doce al trece de enero. Me volteé hacía el otro lado de la cama, buscando el cuerpo de Audra. No estaba allí. Me levante al lavabo y tampoco la encontré. Ni rastro de ella en toda la casa. Lenin maullaba desconsoladamente. Un escalofrío recorrió mi cuerpo desde la cabeza a las puntas de los pies.
Me vestí y salí de casa. Corrí hacía el centro. Tanques Rusos recorrían las calles y el ejercito se había movilizado para tomar el control de puntos estratégicos de la ciudad, como el parlamento o la torre de la televisión en las afueras de la urbe.
Corrí desesperado por aquellas calles. Habían muchos heridos y se rumoreaba que algún muerto.
Los ánimos estaban caldeados y grupos de independentistas blandían la bandera de Lituania interponiéndose al paso de los tanques Rusos. Aquello era un polvorín. Debía encontrar a Audra.

Grupos de manifestantes empezaron a movilizarse hacía la torre de la televisión ante los rumores de que el ejercito Ruso pretendía hacerse con ella.
Corrí y corrí todo lo rápido que mis piernas y mi corazón me permitieron.
Aquellos siete kilómetros se me hicieron eternos.  Recuerdo la sensación de impotencia al no saber si aquello sería útil y la encontraría en la torre, mezclada con la incerteza provocada por no saber si habría sido poseída por Gabija, tal como ella había venido a anunciarle un mes antes. De ser así, no sabía si sería posible verla físicamente.
Saber que estaba embarazada, tampoco ayudaba, y convertía aquello en, si cabía, una situación más preocupante aún.

Lo recuerdo como si fuese ayer. Cruzando el bosque donde hoy está la Reserva natural de Karoliniškės, empecé a escuchar lo que me parecieron gritos.
Aceleré el ritmo aún más. Necesitaba llegar allí, encontrar a Audra y comprobar que estaba a salvo.
Llegué. Las tropas Rusas tenían cercado el recinto y los grupos de manifestantes que les habían estado esperando, les impedían entrar y tomarlo.

De nuevo, aterradores gritos venían de entre los manifestantes.
Desde fuera, pude ver como habían cuerpos ensangrentados en el suelo y cundía el caos. Algunos se escondían donde podían. Otros levantaban los brazos y gritaban mirando hacía los edificios próximos. Otros empezaron a sacar a los heridos, entre desgarradores gritos de ira y dolor, fuera del recinto para que se les pudiese atender.

Se oyó un disparo y de nuevo vi un cuerpo caer al suelo. Ahí entendí que se estaba abriendo fuego contra los manifestantes.
Me acerqué para intentar ayudar. Desde lo alto de un tanque, un militar Ruso, con mirada de hielo y gesto impasible, me miró. Recuerdo aquel momento. La situación y la aparente evidencia de lo que estaba sucediendo, sumado a la educación que se me había inculcado y el mensaje anticomunista que, se quiera o no, siempre cala de alguna forma en occidente, se mezcló con aquella mirada y les odié. Deseé que todos aquellos tanques explotaran, y que aquellos invasores se fueran y jamás volvieran a molestar a las gentes de aquella pequeña república.

Escuché mi nombre. Levante la mirada y vi a Kristina, una compañera de estudios de Audra que, junto a más manifestantes, sacaban un cuerpo fuera del recinto.
Kristina me miraba con la cara desencajada y repetía mi nombre. Corrí hacía ellos y el cuerpo que arrastraban era el de Audra . Tenía una herida de bala en la cabeza, le salía sangre por un oído, tenía los ojos cerrados y no se movía.

Ahora que, quince años más tarde, escribo sobre lo sucedido, lo hago desde la paz que me ha dado la perspectiva del paso del tiempo. También desde la felicidad que me da saber que Audra pasó aquella noche intentado que aquellas aguas no se agitaran aún más de lo que ya lo estaban. Lo consiguió en parte. También traer a Ugné al mundo antes de irse.


Audra se aferró a la vida unos meses más. Los suficientes para alumbrar a nuestra hija.
Ugné estudia piano y violín. Cuando llega el buen tiempo le gusta bajar al lecho del río Vilnia, a pocos metros de casa, y tocar el viejo piano abandonado que allí reposa.
Llega allí con una vieja bici de la que no quiere deshacerse, pese a que le empieza a quedar pequeña.

A veces le acompaño y le oigo tocar. Suelo pensar que parte de Audra vive en ella. No solo por su cabello pelirrojo, igual que el de ella, el de su abuela o el de Gabija.
Sobre esta, no sé si poseyó a Audra, o no, aquella fatídica noche. Solo espero que no se le vuelvan a dar motivos para volver.
Daina sigue viviendo en la dacha de Druskininkai y le encanta que vayamos a visitarla.

Fiódor se suicidó unos días después de "los sucesos de enero".
No soportó lo de Audra, ni que la mayoría de Lituanos pensaran que la gran madre patria había ejecutado, de una forma tan cobarde e indigna como fueron los disparos de francotiradores desde azoteas, a sus propios hermanos. Más aún, habiendo vivido aquella noche desde el centro de control del KGB en Vilnius y sabiendo de primera mano las directrices de minimizar los daños, venidas desde Moscu.


N. del A.: Esta parte del relato mezcla grandes dosis de realidad, trufada con algo de ficción.
La noche del doce al trece de enero de 1991 se saldó con trece muertos (de once a quince, dependiendo de la fuente) y cifras cercanas a los mil heridos.
Diez años después de aquellos hechos, Audrius Butkéviciusel, director del departamento de defensa de Lituania en aquel momento, reconoció que los francotiradores que provocaron la mayoría de muertos, eran parte de un pseudoejercito paramilitar financiado y dirigido por el gobierno de Lituania:
“No puedo justificar mi acción ante los familiares de las víctimas, pero sí ante la historia, porque aquellos muertos infligieron un doble golpe violento contra dos bastiones esenciales del poder soviético: el ejército y el KGB. Así fue como los desacreditamos. Lo digo claramente: fui yo el que planeó todo lo que ocurrió. Había trabajado bastante tiempo en la Institución Albert Einstein con el profesor Gene Sharp, que entonces se ocupaba de lo que se definía como “defensa civil”, en otras palabras la guerra psicológica. Sí, yo programé la manera de poner en dificultades al ejército ruso, en una situación tan incómoda que obligara a cada oficial ruso a avergonzarse. Fue guerra psicológica. En aquel conflicto no habíamos podido vencer con el uso de la fuerza, eso lo teníamos muy claro, por eso trasladé la batalla a otro plano, el del enfrentamiento psicológico, y vencí”.

Aunque esta forma de operar, por parte de la "chupipandi" Unión Europea-Estados unidos, es ya de sobra conocida y demostrable, y se ha estado utilizando en múltiples conflictos que afectan a países de la antigua URSS en su convivencia con Rusia (Georgia o Ukrania, entre los más recientes y graves), en el imaginario colectivo se sigue teniendo a Rusia como ese peligroso monstruo sin alma que amedrenta, somete y pone en riesgo la convivencia y paz en el mundo.

jueves, 7 de mayo de 2020

Amor y misterio en Užupis (parte III)

Tras comernos el Tinginys en una silenciosa y tensa atmósfera que presagiaba tormenta, Daina empezó a hablar:
– Amancio, creo que deberías volver a España. La situación es…
– Mama!!! – Le interrumpió Audra notablemente enfadada – No le he traído aquí para esto y lo sabes.

Se levantó de la silla violentamente y, con fuego en la mirada, se acercó al perchero donde habíamos dejado nuestras chaquetas.
Nunca la había visto así antes y, aunque ya empezaba a conocer algunos matices de su fuerte carácter, hasta aquel día nunca había pensado que el significado de su nombre, que en Español era tormenta, le hiciese justicia.
Daina miraba al vacío sin proferir palabra. Yo no sabía muy bien cómo actuar y mantuve silencio.

– Vámonos. – me dijo Audra.
– Ven y siéntate por favor. – le contesté. – Tengo derecho a escuchar a tu madre. Si no, no haberme traído hasta aquí.

Su mirada me recordó a la de un tiburón blanco: Fría, inexpresiva e inquietante. En ese momento el consejo que me acababa de dar su madre me pareció bastante razonable y acertado.

– Siéntate por favor. – Le insistí – Tengo la suficiente personalidad para saber lo que tengo que hacer. Y no voy a volver a España, pero me gustaría escuchar a tu madre.

Audra volvió hacia su silla mirando a su madre igual que me había mirado a mí medio minuto antes.
Daina suspiró y se volvió a hacer el silencio. Empezó a hablar de nuevo:

– Amancio, se avecinan tiempos difíciles y convulsos para este país. Van a pasar cosas muy graves y Audra se va a ver envuelta en complicadas situaciones que nadie sabe que final tendrán.
Ayer por la noche vino a visitarle Gabija...creo que te diste cuenta y Audra me ha dicho que ya te ha estado explicando quién fue ella.
Desde que murió, Gabija ha estado visitando a mujeres de nuestro árbol genealógico en diversos y significativos momentos de la historia de este país. La última vez que sucedió fui yo la elegida.

Corría el mes de junio del año 1941 y el ejercito nazi entró en Vilnius.
Dos años antes,  Joseph Stalin había invadido Polonia con el ejercito Soviético y devolvió Vilnius a Lituania. Aquella ciudad había sido Polaca desde 1922.
Lituania mantuvo su independencia durante casi un año, pero el contexto de guerra mundial y la más que evidente incapacidad de la pequeña república báltica para defenderse de la inminente llegada de la Alemania nazi, aconsejó a los Soviéticos ocuparla de nuevo.

Pese al tratado Lituano-Soviético de Asistencia mutua y tras valorar pros y contras, las autoridades de Vilnius decidieron colaborar con los nazis.
Hubieron dos grandes motivaciones para aquella decisión: La primera, legítima y comprensible, desde un punto de vista biológico, fue intentar sobrevivir. La segunda, no tan legítima, fue deshacerse de los Polacos que les habían tenido invadidos y a los que muchos allí odiaban.
Si conseguían meterlos en el mismo saco que a los Judíos y arrinconarlos en guetos junto a ellos, los Alemanes los exterminarían a todos juntos.

Ante el imparable avance de los nazis y sus aliados, Stalin hizo un llamamiento radiofónico a toda la unión Soviética. Aquello derivó en el "movimiento Partisano", un frente popular de guerrilleros que representó de forma heroica el emblema de "solo el pueblo salva al pueblo".
Desde la región de Yakutia, situada en una remota zona Siberiana de la Rusia más oriental, un humilde cazador, llamado Fiódor, se alistó al movimiento y, junto a su hermano, viajó desde sus remotas tierras hasta Vilnius.
Allí tenían una hermana de etnia Yakuta, al igual que ellos, y de fuertes convicciones en pro de la defensa de los oprimidos y la justicia.
Fiódor y su hermano sabían que no se quedarían de brazos cruzados ante el genocidio que en Vilnius se estaba gestando.

– Era una fría noche de septiembre de 1941 – prosiguió Daina – Gabija irrumpió en mí a las tres de aquella madrugada. Me explicó el motivo de su visita. No hizo falta que me explicara quién era, ya que ella sabía que mi madre me había preparado para cuando llegara la ocasión.
Me habló de Fiódor, de su hermano y de Leontieva, su hermana.
Me dijo que los dos hermanos de Fiódor morirían en los días siguientes, pero que él debía sobrevivir y que las poderosas y extraordinarias fuerzas del mal que actuaban en aquella situación, dejaban demasiados posibles acontecimientos en el terreno de lo "no escrito".
Si Fiódor no sobrevivía, el futuro de la humanidad era más que incierto.

El hermano de Fiódor murió, tras recibir un balazo en la frente, en unas escaramuzas que sucedieron en los bosques de los alrededores de Vilnius. Allí, partisanos Soviéticos (ciudadanos de Vilnius incluidos), Judíos y Polacos, luchaban, sin apenas oportunidades y en clara desigualdad, contra el ejercito nazi y los auxiliares Lituanos que se habían unido a ellos.
Daina "poseida" por Gabija
– Una semana más tarde, Gabija vino a verme de nuevo – continuó Daina – Su espíritu entró en mí y ya no volvería a salir hasta el día siguiente.
Tras ingerir un brebaje de plantas cuya composición desconocía totalmente y que preparé como  una autómata que lo hubiera hecho mil veces antes, salí corriendo desde la casa de Audra, donde vivía yo en aquel entonces, crucé el río Vilnia y llegué a un parque de la calle Trakų.
Leontieva y siete chicas Judías permanecían de pie ante soldados de un destacamento de la Einsatzgruppen, escuadrones de ejecución de las SS nazi.
No podía ver a Fiódor. ¿Donde estaba?, ¿se suponía que debía estar allí?, ¿debía buscarlo?.
Rememorando todo aquello, puedo decir que fue una analogía de lo que es la vida. No había tanto de que preocuparse y todo se fue sucediendo sin más y sin verlo venir del todo. Y acabó bien, No tanto como me hubiera gustado, Pero acabó bien – Concluyó Daina.

Entre el estruendo de los disparos de las ocho balas, los gritos de desesperación del público que deliberadamente fue llevado allí y el silencio sepulcral tras la caída al suelo de aquellos ocho cuerpos inertes que tan solo contaban con dieciséis años de vida, una fuerza ajena a Daina hizo que abordara al hombre que tenía delante.
Fiódor, con sus ojos rasgados empañados por las lagrimas, se había entremezclado con el público y apuntaba a los soldados nazis con una pistola Korovin, un arma Soviética que había resultado ser un fracaso y que el ejercito había desechado para su uso. El pobre Fiódor no había podido hacerse con algo mejor para luchar contra aquellas bestias.
Era un hombre de complexión fuerte, pero Daina se hizo con él con facilidad. Ni si quiera tuvo la sensación de que él luchara un mínimo.
La pistola cayó al suelo y la mujer situada delante de él se dio la vuelta y miró la pistola. Ni a Daina, ni a Fiódor, ya inconsciente en sus brazos.
Daina se dio cuenta de que, con el espíritu de Gabija en su interior, se hacía invisible. Ella y quién ella hiciese suyo. Y de que el tiempo dejaba de medirse en segundos. Y la distancia en metros.
Gabija volvió al "patio de los muertos", Daina volvía a estar en casa, y Fiódor reposaba, aún inconsciente, en la cama de ella.

– Fiódor despertó – Continuó Daina – Totalmente destruido por la muerte de sus hermanos y confundido ante la inverosimilitud de la historia que le expliqué, lloró durante dos días sin que yo pudiese ver lágrima alguna en sus ojos.
Me mantuve a su lado durante su desahogo. Me estuvo explicando lo que había vivido en aquellos bosques durante aquel último mes. El recuerdo de su hermano cayendo abatido a su lado con un agujero en la frente y el de su hermana Leontieva siendo fusilada, junto a aquellas otras siete chicas, lo llenaba de angustia, ira y culpabilidad a la vez.
Me estuvo hablando de la extrema crueldad de aquellos Alemanes y de lo que les había visto hacer con sus propios ojos en los bosques que rodeaban la ciudad.
Yo que hasta aquel entonces no había sido consciente del genocidio que perpetraban aquellos salvajes, abrí los ojos. Nunca dudé de Fiódor. Aquellos ojos rasgados, aunque llenos de rabia y sed de venganza en aquellos días, también irradiaban nobleza, integridad y enorme valentía.

Durante el siguiente año, hicieron crecer juntos la Fareynikte Partizaner Organizatsye (Organización de Partisanos Unidos) en Vilnius. El movimiento partisano había germinado y empezaba a dar sus frutos, con lo que pudo empezar a organizarse.
Las batallas contra los nazis y los policías auxiliares Lituanos, vendidos a su causa y apoyados por el alcalde de la ciudad, ya no eran divertidas cacerías para aquellos nazis asesinos hambrientos de sangre.
Jugándose la vida cada día, Fiódor y Daina alternaron la lucha armada en el campo de batalla, con la organización de una red de contrabando de armas y otras actividades para financiarse, y dieron cobijo en su casa a alrededor de cien judíos durante todo aquel tiempo.
En aquel año, salvaron a miles de ellos, pero de poco sirvió en realidad. 70.000 Judíos y Polacos fueron asesinados solo en la ciudad de Vilnius.

Audra se había calmado horas atrás y, totalmente absortos y cogidos de la mano, estuvimos escuchando a su madre sin apenas pestañear.
Audra se levantó y se dispuso a preparar agounų pienas (leche de Amapola), una sopa hecha con semillas de opio hervidas, muy típica en la celebración pagana de la nochebuena Lituana, llamada Kūčios, donde es tradicional servir doce platos. Entre ellos, unos pasteles de Cannabis.
La noche había caído y la nieve caía suave pero de forma persistente.
Pasear al día siguiente en aquellos bosques, entre nogales y abedules nevados, sería un placer que siempre me ilusionaba.

– Una noche, a principios del mes de agosto de 1942,  Fiódor me dijo que debía partir hacía sus tierras – Siguió explicándonos Daina.

Los Alemanes habían llegado a Stalingrado, la actual ciudad de Volgogrado. El mundo dependía de lo que sucediera en el frente oriental en aquellos próximos meses.
Entre besos y lágrimas, Daina y Fiódor se despidieron sabiendo que era muy probable que jamás se volvieran a ver.
Daina debía quedarse en Vilnius. Muchas vidas de Judíos, Polacos y Lituanos seguían en juego, y ella se había erigido en una importante líder moral. Sin ella allí, los ánimos de los partisanos decaerían notablemente.
Fiódor fue afortunado. Dado su pasado de cazador y su pericia en el manejo de rifles de precisión, fue destinado al grupo operativo de Francotiradores del ejercito rojo.
Estos debían demostrar una probabilidad del 50 % de alcanzar a un hombre en bipedestación a ochocientos metros de distancia, del 80 % de alcanzarlo a quinientos, y del 90 % a distancias que no superaran los doscientos metros.
Fiódor pasó más de seis meses en diversas localizaciones elevadas de aquella ciudad.

– La madrugada del 30 de enero de 1943,  Gabija volvió a mi habitación y se volvió a meter en mí interior – Continuo Daina.
Ahora ya sabía lo que implicaba estar "poseída" por Gabija. No me extrañó sentirme como teletransportada y de repente me encontré al lado de mi futuro marido.
Fiódor no podía verme a mí. Recuerdo que estaba muy sucio y temblando de frío, pero estaba guapísimo, o al menos así lo recuerdo yo.

Salía el sol en la mañana del día 31 de enero.
La noche anterior, Adolf Hitler, en un intento desesperado de insuflarle ego y orgullo, había ascendido a "mariscal de campo" al comandante del 6º ejercito nazi, un hombre llamado Friedrich.
Nunca en la historia un mariscal de campo Alemán se había rendido en el campo de batalla.
Friedrich, junto a sus hombres, estaba al límite de sus fuerzas, tanto física como anímicamente. Asediados por un ejercito rojo qué, tras haber revertido el rumbo de aquella batalla ayudado por la llegada del frío invierno, tenía cercados los sotanos de un edificio donde Friedrich, los escasos hombres útiles que le quedaban y tres mil nazis heridos, solo deseaban rendirse y que aquel infierno acabase.

Friedrich se dirigió a diez de sus hombres y les ordenó sacar a la calle a algunos de los cadáveres de los soldados que habían perecido la noche anterior.
El nauseabundo olor a carne muerta mermaba el ánimo de los pocos soldados que aún estaban dispuestos a hacer algo más que preguntarse el porqué de que su Führer no les sacase de allí. Otros  escribían cartas a sus familias para despedirse.
Ya no tenían ganas de disparar con lanzallamas a los soldados Soviéticos heridos. Tampoco de echarlos a sus Rottweilers para que les despedazasen.
Friedrich, dando ejemplo a sus hombres, salió a la calle arrastrando, cogido por las axilas, al primero de los tres o cuatro cadáveres que le tocaban.

Tras haberse recibido, unos días atrás, un soplo desde el servicio de espionaje Soviético, Fiódor había estado esperando aquel momento.
Nervioso, se posicionó y apuntó con su rifle Moisin Nagant 91/30.
La frase “Si malgastamos balas con la pescadilla, los peces gordos nunca asomarán la cabeza” que sus instructores de tiro tanto le repitieron en su formación, resonaba en su cabeza.
Los otros nueve nazis sacaron un cadáver cada uno. Fiódor esperó paciente. Calculó la distancia y calibró la mira telescópica.
Sus probabilidades de acertar a 1.100 metros de distancia eran mínimas, pero aquel uniforme de comandante y marca Hugo Boss, y la alta probabilidad de que aquel hombre fuese quien él creía que era, hacían que valiese la pena intentarlo.
Friedrich volvió a salir arrastrando su segundo cadáver. Fiódor situó su tórax en el centro de la mirilla y tensionó su dedo sobre el gatillo.
Friedrich dejó el cadáver y, erguido por un momento, indicó algo a alguno de sus soldados.
Tres, dos, uno. Fiódor presionó el gatillo y la bala salió disparada surcando los cielos de Stalingrado.
– "Mierda. Demasiado rápido...he perdido mi oportunidad –pensó Fiódor.

Daina, guiada por el espíritu de Gabija, acompañó a aquella bala en su recorrido hasta el corazón de Friedrich. Fiódor no lo sabía, pero la invisible presencia de su prometida, poseída por Gabija, hacía que el destino estuviera escrito y que no hubiese posible calibración errónea o vientos mal calculados que pudieran evitar que aquella bala no impactara en su blanco.
Dos segundos después el mariscal de campo Friedrich se desplomó y cayó al suelo.
Dos días después el 6º ejercito Alemán se rindió en Stalingrado.
Tres meses después Adolf Hitler se suicidó en Berlin y Belcebú salió de su cuerpo.

Atónito aún ante la historia que Daina nos acababa de relatar, los ladridos del perro de la casa colindante a la de los padres de Audra, me sacaron de aquel ensimismamiento.
Se abrió la puerta y entró el padre de Audra con el abrigo cubierto de nieve. Miré sus ojos rasgados. Audra y  Daina me miraban sonrientes y yo las miré totalmente desconcertado.

– Hola, soy Fiódor – me dijo aquel hombre al que yo había conocido como Mikita hasta aquel momento.
Fiódor Ojlópkov,
Me ofreció la mano, le correspondí con la mía y nos la reventamos mutuamente. Por primera vez adiviné algo parecido a una sonrisa en su rostro. Quería abrazarle.

Continuará...con la 4º y última entrega.

N. del A.: Fiódor Ojlópkov existió en la realidad y se le atribuyen 429 victimas en la batalla de Stalingrado.
Friedrich Paulus también existió, pero no fue víctima de Fiódor Ojlópkov. Tras rendirse, los Soviéticos fueron piadosos con él. Tras pasar diez años cautivo, fue liberado.
Leontieva no es un personaje real, pero el fusilamiento de aquellas ocho mujeres Judías sí lo es, y marcó el inicio del exterminio Judío en Vilnius.

Esta parte del relato mezcla grandes dosis de realidad, trufada con algo de ficción.
Habrá quien piense que incluye también cuestionables interpretaciones de algunos sucesos clave en la 2º guerra mundial, y un punto de vista algo parcial sobre lo sucedido allí.
Es posible. Desde la observación del mundo actual, prefiero interpretar la historia yo mismo, e incluso, si hace falta (no es el caso), llevar a cabo mi propio revisionismo histórico, antes de que otros lo hagan por mí.

domingo, 3 de mayo de 2020

Amor y misterio en Užupis (parte II)

Lenin abandonó el regazo de Audra, se me acercó y, de un elegante salto, se encaramó a mis rodillas para intentar olisquear lo que había en mi plato.
Sabía que no me gustaba que lo hiciera pero le daba exactamente igual, así que agité las rodillas y, maullando contrariado, saltó al suelo para quedárseme mirando desafiante.

– ¿Cómo has dormido? – me preguntó Audra.
–  Bueno, he tenido noches mejores...entenderás que lo que pasó ayer me asustara y bueno, preferiría saber de que va el asunto si el plan es que pasemos la vida juntos – le contesté.
– Ah, si eso es lo que quieres, entonces creo que sí te debo algunas explicaciones – me contestó sonriente.

Acabé mi desayuno, me senté a su lado y se me quedó mirando con una mueca que expresaba una mezcla de ternura y pesadumbre.
Tanto misterio y rodeo me estaba matando. Pensé que no sabía cómo dejarme. Llegados a aquel punto, me conformaba con que lo hiciese fácil e indoloro.

– ¿Tú sabías que Lituania fue el último país pagano Europeo en convertirse al Cristianismo? – me preguntó.
– "Dios, nunca me han dejado de una forma tan estrambótica" – pensé.
– Audra, ¿puedes decirme que te pasó ayer si, tal como me dijiste, lo sabes?. Esto no es un juego y estoy un poco cansado.
– ¿De qué? – me preguntó.
– No lo sé. Ahora mismo de que llevemos diez minutos entre pocas palabras, rodeos y silencios.

Se hizo el silencio de nuevo. Me iluminé de repente. ¿Cómo podía estar siendo tan egoísta e inseguro?, ¿Qué coño hacía presionándola y pensando en que quizás no sabía cómo dejarme?.
En aquel momento me pareció enfermizo no ser capaz de guardar silencio y escucharla.
Pensándolo bien, lo más probable es que me dijera que era epiléptica o algo parecido, y que fuese ella la que tuviese miedo de que yo la dejase por ello.

– Perdona. Lo siento, estoy un poco nervioso por lo de ayer. Mira, las noches en esta casa me resultan sumamente incómodas y no lo entiendo. No sé explicártelo mejor ahora mismo, pero no duermo apenas y no es que tenga miedo de nada, pero es como si hubiera algo aquí por las noches que no me deja estar en paz. Tú medio convulsionando ayer, a Lenin ya le viste...en fin. No sé… – le dije.
– ¿A qué hora sucedió aquello dorogóy (cariño en Ruso)?. Yo lo sé, pero, ¿tú lo sabes? – me preguntó.
Recordé las tres campanadas del reloj de pared. – Eran las tres, le contesté.
Me miró, miro el fuego de la estufa y me miró seria.
–  ¿Sabes a que hora se dice que Jesucristo fue crucificado? – me preguntó.
– No lo sé. Soy agnóstico y, desde luego, no soy Cristiano. – contesté
– Yo tampoco, pero estoy intentando explicártelo adaptándolo a tu cultura. Fue crucificado a las tres de la tarde...escucha, para que lo entiendas, interpreta lo que pasó ayer igual que si, de haberlo habido, hubieses visto invertirse un crucifijo en la pared de la habitación.
– Ya…¿te poseyó el diablo? – le pregunté entre nervioso e irónico.
– No me poseyó el diablo y no quiero que pienses que estoy loca, por favor. – me dijo, cogiéndome la mano.
– Escúchame, vengo de una progenie de mujeres algo especiales...se podría decir que algo parecido a brujas, para que lo entiendas. Sé cómo suena, pero no te asustes. – me pidió.

Aquella mañana me enteré de muchas cosas.
Para empezar, de que Lituania se había mantenido pagana hasta 1387. También de que, hasta entonces y según una historia plagada de mitología, la sociedad de aquel país había estado estructurada desde una base matriarcal de diosas que se materializaban en mujeres reales, haciendo de ellas sabias mediadoras entre el mundo natural, sus cinco elementos y el ser humano.
Como sucedió en toda Europa, en Lituania también fueron quemadas miles de mujeres bajo la acusación de brujería.
La purga fue dantesca. Cuanta mayor era la resistencia y más intensa la presencia femenina en la lucha contra el Cristianismo, más necesario era el fuego purificador, según los tribunales de la santa inquisición medieval.
Mientras que las clases altas se Cristianizaron sin oponer demasiada resistencia, e incluso aprovechando a veces la tesitura en su propio beneficio, el campesinado eternizó una lucha perdida ya de antemano.

– ¿Has oido hablar de Šiauliai? – me preguntó Audra.
– Sí, ¿el sitio de las cruces, no? Sale en todas las guías de turismo del país. Hay un montón de cruces, entre ellas la que puso el papa Juan Pablo II, y he oído que representan la lucha del pueblo Lituano contra la opresión de la Rusia zarista y la Unión Soviética.
– Bueno, es una versión de la historia. Para turistas católicos es perfecta – me contestó Audra.
– Hubo un antes de todo eso, y aquel lugar también fue lugar de culto pagano y de lucha contra el Catolicismo. Allí fue quemada la última mujer Lituana de las que constan en los registros de todas aquellas atrocidades, que la iglesia católica aún conserva. Se llamó Gabija y, según la mitología Lituana, Gabija es el nombre de la diosa del fuego.
Las brujas nunca existieron, o al menos no en forma de materia humana, tal como las tenemos conceptuadas. Lo más cercano a ellas son sus espíritus atormentados. Vagan en el "patio de los muertos" e intentan poseer cuerpos seleccionados para, con su ayuda, llevar a cabo propósitos que no pueden llevar a cabo desde un plano puramente espectral.
– ¿Qué crees saber de las brujas? – me preguntó de golpe.
– Yo que sé Audra... ¿Tú sabes lo que me estás contando?...no sé, eran feas, hacían conjuros con pócimas mágicas en grandes ollas, volaban en escobas... – le contesté.
– ¿Feas como yo o más? – me preguntó riendo a carcajadas. – Te voy a hablar de Gabija. – me dijo.


Según Audra, Gabija fue una de esas mujeres por las que un hombre mataría a otro.
Desde el año 1375, en que cumplió quince años, hasta que murió quemada en la hoguera, no había habido un solo hombre en Šiauliai que no la hubiera pretendido, ya fuera en la realidad o en sueños.
Gabija, al igual que tantas otras mujeres en aquel tiempo, conocía todas las plantas, cómo combinarlas y cómo aprovechar su sinergia para curar dolencias, mitigar dolores y evadirse de la realidad, si era necesario, mediante estados alterados de conciencia inducidos por la combinación de algunas plantas.
Gabija fue la obsesión de Mindaugas, un despreciable y compulsivo onanista, conocido en todo el pueblo y en los de los alrededores, que, a sabiendas de que nunca sería suya, se conformaba con encaramarse a la ventana de su casa y masturbarse con el estímulo de su visión.

Un día, para su asombro y llegando a pensar que estaba soñando, pudo ver, a través del cristal de su ventana, como ella frotaba su zona genital con el palo de una escoba, en lo que a él le pareció un evidente ejercicio de intento de aliviar sus necesidades sexuales. Solo faltó que le pareciera que, en un momento puntual, ella le había visto a través del cristal, y había seguido como si nada pasara.
Dos días después, Mindaugas esperó a Gabija en una zona boscosa cerca de una pequeña laguna donde ella iba a lavar ropa. Se le abalanzó por sorpresa y, mientras la toqueteaba y le decía obscenidades al oído, ella le froto una de sus manos por sus ojos.
Mindaugas gritaba desesperado, mientras se retorcía en el suelo ante el escozor que sentía, mientras, entre alaridos, repetía "sucia puta" una y otra vez.
Gabija le propinó una patada en los genitales y se fue de allí, mientras Mindaugas se retorcía de dolor con una mano en los ojos, otra en el escroto, la respiración interrumpida y la boca cerrada.

Hacía tiempo que corrían por allí rumores sobre hordas de soldados que aparecían en los pueblos de la zona, acompañados por una especie de jueces portadores de cruces, para impartir justicia bajo los preceptos de una nueva religión que, mediante despiadados castigos como el fuego, pretendían aplacar los actos herejes e impíos que, según ellos y sin dejar muy claro en que consistían, invocaban al diablo y alejaban a Jesucristo.

Gabija había oído hablar de los falsos testimonios y acusaciones que, a veces, provenían de enemistades o conflictos leves entre vecinos.
Pasó la noche aterrada ante la posibilidad de que, con el propósito de vengarse, Mindaugas la denunciara ante aquellos hombres de los que había oído hablar.
La mañana siguiente estuvo preparando un ungüento analgésico que, mediante aquel efecto, el sedante y las alucinaciones que provocaba, era capaz de evadir al cuerpo de los dolores más extremos que se le pudieran llegar a infligir.

Untó aquel preparado en el palo de la escoba y frotó su vagina con él. No pretendía obtener placer con ello.
La ingesta de aquella formula comportaba efectos secundarios tales como vómitos, mareos y gastralgias, mientras que administrada vía vaginal, aquellos efectos no eran un problema, además de que se aceleraba su absorción debido a la alta vascularización de la vagina y su paso más rápido al torrente sanguíneo.

Tal y como su intuición le había anunciado, tres soldados irrumpieron en su casa aquella tarde.
Ella había esperado aquel momento durante todo el día y hasta había imaginado cómo sería.
Tras abrirse la puerta violentamente, Gabija quedó inmóvil y no ofreció resistencia.
Aquellos tres energúmenos, ataviados con extrañas ropajes que ella jamás había visto antes, sucios y malolientes, se le abalanzaron encima. Dos de ellos le forzaron separándole las piernas y sujetándole los brazos.
No hubiese hecho falta. Gabija relajó el cuerpo y no ofreció resistencia.
El tercero le introdujo su miembro y, entre torpes y arrítmicas acometidas, eyaculó en su interior cuando aún no habían trascurrido ni treinta segundos de coito, entre asquerosos jadeos más parecidos a estertores premortem que a cualquier cosa que pudiera indicar placer.
Justo en aquel momento y ante la relajación de los dos soldados que la sujetaban, Gabija echo mano a su vestido y de él sacó un afilado cuchillo, clavándoselo en el cuello al soldado que aún la penetraba.
La sangre empezó a manar a borbotones de una de las arterias carótidas. Sangre rojo intenso, fresca y pulsátil. Cuanto más rápido latía su corazón para intentar hacer llegar a los tejidos una sangre que, en gran cantidad, ya no estaba en aquel cuerpo, más rápidos eran los borbotones.
Con los ojos enfocados en la muerte y cada vez más inmóvil, el cuerpo de aquel infeliz rodó sobre el cuerpo de Gabija para quedar boca arriba, manando sangre cada vez en menor cuantía, más despacio y exhibiendo aquel pene, totalmente flácido ya, fuera de los pantalones.
Con el cadáver al lado y la sangre inundando el suelo, Gabija fue golpeada, vejada y violada dos veces más.
Con toda su ropa y el pelo ensangrentado, los dos soldados la llevaron a la plaza del pueblo y, ante la presencia de aquellos jueces de los que tanto había oído hablar y que la esperaban con biblia en mano y gesto severo, fue sometida a un absurdo interrogatorio donde parecían conocerse las respuestas antes de que las preguntas fuesen formuladas.

Gabija no se amilanó ni mostró atisbo alguno de debilidad, sumisión o arrepentimiento.
Con las pupilas dilatadas y los ojos inyectados en sangre, blasfemó sin cesar y amenazó a aquellos obesos hombres que, estupefactos, con cruz alzada y temerosos ante la posibilidad de estar ante la encarnación del mismísimo diablo, enmudecieron y no llegaron ni a poder formularle todas las preguntas de rigor.
Atada y con el fuego acercándose a su cuerpo, Gabija seguía gritando iracunda y fuera de si: "Lucifer ha estado dentro de mí toda mi vida. He estado sobrevolandoos sobre mi escoba. Sé quienes sois y os atormentaré desde el más allá. Agonizareis con las tripas fuera del cuerpo e implorareis clemencia mientras veis como vuestras familias se consumen en llamas. Los lobos se comerán vuestros intestinos ante vuestros ojos antes de que perezcáis".
Mientras su cuerpo era alcanzado por las llamas y su voz se iba apagando, los asistentes a aquel vil ajusticiamiento vomitaron entre aterradores gritos y un perturbador clima que, en los registros que aún perduran en el vaticano, se describe como coincidente con un episodio de aparición del mismísimo príncipe de las tinieblas.

Llegados a aquel punto de la historia, recuerdo que no sabía que pensar.
Consciente de que aquella mujer me estaba empezando a enamorar, y de que en ese estado se pueden sentir desde mariposas en el estómago a creerte que los burros vuelan o que la brujas existen, procuré mantener la cordura.
Me quedé mirando a la nada y pensé que Audra, ademas de ser epiléptica, podía tener también algún tipo de trastorno psiquiátrico que, hasta aquel momento, no hubiese dado señales de vida. Al fin y al cabo y siendo coherente, apenas la conocía aún.
Me levanté de la silla, cogí una botella de vino y, cuando estaba a punto de descorcharla, Audra se me acercó con mirada penetrante y cara de loca, se empezó a reír, exagerando clara y deliberadamente lo que sería una risa normal, me cogió la botella y me dijo: “¿Necesitas alcohol, eh?. Yo también, pero espera y nos la tomamos con mi madre.”
– "Lo que me faltaba", pensé.

En las dos horas de viaje hasta la dacha de sus padres en Druskininkai , intenté aparentar normalidad y mantener una conversación que la reflejara. No lo conseguí.
Condujo ella, y mis pensamientos oscilaron desde un “bueno, al menos toma la dirección de Druskininkai. Parece que no me lleva a un remoto bosque para asesinarme”, pasando por un “puedo saltar cuando aminore la velocidad en un cruce”, hasta un “¿Quizás empecé a sufrir una pesadilla en la madrugada de ayer y aún no he despertado?”.

Su madre era una mujer encantadora, y en otras circunstancias me hubiera parecido genial tomar vino con ella pero, tras aquella conversación con Audra, no acababa de ver claro que sentido tenía aquello.
Bueno, en todo caso, si Audra estaba iniciando un brote de esquizofrenia o algo así, siempre sería más seguro para mí que estuviéramos acompañados de más gente.

Llegamos y la madre de Audra salió a recibirnos con semblante de circunstancias.
Noté que trataba de mostrarse cordial y amable conmigo pero, tras abrazarnos cariñosamente, ellas dos empezaron a hablar en Ruso mientras se iban apartando de mí e iban endureciendo tanto el tono, ya rudo de por sí, como el gesto.
Traté de disimular y me puse a mirar el cielo. Presagiaba nieve.
De la casa salió el padre de Audra. Me miró con gesto adusto, me ofreció la mano y me la reventó, como de costumbre.
¿Qué podía esperar?. Sin ser padre, empatizaba con él. Un latino, del que apenas conocía nada, se estaba metiendo en la cama con la deliciosa niña de sus ojos.

Mikita parecía un buen tipo y yo lo admiraba. Joder, como para no hacerlo. Había sido uno de los héroes que había acabado con los nazis en la batalla de Stalingrado.
En todo caso, no tenía esperanzas de poder romper el hielo con él, si no era con una botella de vodka de por medio.
Iba abrigado. Salió de la casa y se perdió en el camino que llevaba al río Niemen. Según me había explicado Audra, aquel hombre no salía a pasear si no era para andar veinte kilómetros como mínimo.

Audra y su madre volvieron hacia mí y entramos en la casa.
Daina había cocinado Didžkukuliai, un plato típico en la gastronomía Lituana, también llamado cepelinai (Zepelín) por la forma de disponer en el plato la patata y la carne que contiene.
Regamos aquello con el vino que Audra no me había dejado descorchar en casa y el ambiente se relajó. Con el estomago lleno y algo de vino, siempre es más fácil hablar de paganismo, y de a saber que más, con una bruja y con su madre.

¿Quién dispararía primero?, ¿qué tema ibamos a tratar en aquella sobremesa?, ¿debía sugerir la presencia de la botella de vodka para acompañar el Tinginys que Daina nos había preparado de postre?.
– "Mejor que no", pensé.
Ni Audra ni su madre bebían Vodka durante el día (tampoco lo hacía yo), y lo último que necesitaba en aquel momento era añadir el estrés que me hubiera provocado el imaginar que Mikita volviese y pudiese pensar que, a parte de mancillar el cuerpo de su hija, me bebía su vodka.

Continuará...

N. del A.: El papa Juan Pablo II no puso su ignominiosa e impostora cruz en Šiauliai hasta el año 1993.
Los personajes de esta historia son ficticios. No así gran parte de los datos, acontecimientos relatados y del contexto histórico en que se desarrollan.