– Amancio, creo que deberías volver a España. La situación es…
– Mama!!! – Le interrumpió Audra notablemente enfadada – No le he traído aquí para esto y lo sabes.
Se levantó de la silla violentamente y, con fuego en la mirada, se acercó al perchero donde habíamos dejado nuestras chaquetas.
Nunca la había visto así antes y, aunque ya empezaba a conocer algunos matices de su fuerte carácter, hasta aquel día nunca había pensado que el significado de su nombre, que en Español era tormenta, le hiciese justicia.
Daina miraba al vacío sin proferir palabra. Yo no sabía muy bien cómo actuar y mantuve silencio.
– Vámonos. – me dijo Audra.
– Ven y siéntate por favor. – le contesté. – Tengo derecho a escuchar a tu madre. Si no, no haberme traído hasta aquí.
Su mirada me recordó a la de un tiburón blanco: Fría, inexpresiva e inquietante. En ese momento el consejo que me acababa de dar su madre me pareció bastante razonable y acertado.
– Siéntate por favor. – Le insistí – Tengo la suficiente personalidad para saber lo que tengo que hacer. Y no voy a volver a España, pero me gustaría escuchar a tu madre.
Audra volvió hacia su silla mirando a su madre igual que me había mirado a mí medio minuto antes.
Daina suspiró y se volvió a hacer el silencio. Empezó a hablar de nuevo:
– Amancio, se avecinan tiempos difíciles y convulsos para este país. Van a pasar cosas muy graves y Audra se va a ver envuelta en complicadas situaciones que nadie sabe que final tendrán.
Ayer por la noche vino a visitarle Gabija...creo que te diste cuenta y Audra me ha dicho que ya te ha estado explicando quién fue ella.
Desde que murió, Gabija ha estado visitando a mujeres de nuestro árbol genealógico en diversos y significativos momentos de la historia de este país. La última vez que sucedió fui yo la elegida.
Corría el mes de junio del año 1941 y el ejercito nazi entró en Vilnius.
Dos años antes, Joseph Stalin había invadido Polonia con el ejercito Soviético y devolvió Vilnius a Lituania. Aquella ciudad había sido Polaca desde 1922.
Lituania mantuvo su independencia durante casi un año, pero el contexto de guerra mundial y la más que evidente incapacidad de la pequeña república báltica para defenderse de la inminente llegada de la Alemania nazi, aconsejó a los Soviéticos ocuparla de nuevo.
Pese al tratado Lituano-Soviético de Asistencia mutua y tras valorar pros y contras, las autoridades de Vilnius decidieron colaborar con los nazis.
Hubieron dos grandes motivaciones para aquella decisión: La primera, legítima y comprensible, desde un punto de vista biológico, fue intentar sobrevivir. La segunda, no tan legítima, fue deshacerse de los Polacos que les habían tenido invadidos y a los que muchos allí odiaban.
Si conseguían meterlos en el mismo saco que a los Judíos y arrinconarlos en guetos junto a ellos, los Alemanes los exterminarían a todos juntos.
Ante el imparable avance de los nazis y sus aliados, Stalin hizo un llamamiento radiofónico a toda la unión Soviética. Aquello derivó en el "movimiento Partisano", un frente popular de guerrilleros que representó de forma heroica el emblema de "solo el pueblo salva al pueblo".
Desde la región de Yakutia, situada en una remota zona Siberiana de la Rusia más oriental, un humilde cazador, llamado Fiódor, se alistó al movimiento y, junto a su hermano, viajó desde sus remotas tierras hasta Vilnius.
Allí tenían una hermana de etnia Yakuta, al igual que ellos, y de fuertes convicciones en pro de la defensa de los oprimidos y la justicia.
Fiódor y su hermano sabían que no se quedarían de brazos cruzados ante el genocidio que en Vilnius se estaba gestando.
– Era una fría noche de septiembre de 1941 – prosiguió Daina – Gabija irrumpió en mí a las tres de aquella madrugada. Me explicó el motivo de su visita. No hizo falta que me explicara quién era, ya que ella sabía que mi madre me había preparado para cuando llegara la ocasión.
Me habló de Fiódor, de su hermano y de Leontieva, su hermana.
Me dijo que los dos hermanos de Fiódor morirían en los días siguientes, pero que él debía sobrevivir y que las poderosas y extraordinarias fuerzas del mal que actuaban en aquella situación, dejaban demasiados posibles acontecimientos en el terreno de lo "no escrito".
Si Fiódor no sobrevivía, el futuro de la humanidad era más que incierto.
El hermano de Fiódor murió, tras recibir un balazo en la frente, en unas escaramuzas que sucedieron en los bosques de los alrededores de Vilnius. Allí, partisanos Soviéticos (ciudadanos de Vilnius incluidos), Judíos y Polacos, luchaban, sin apenas oportunidades y en clara desigualdad, contra el ejercito nazi y los auxiliares Lituanos que se habían unido a ellos.
Daina "poseida" por Gabija |
Tras ingerir un brebaje de plantas cuya composición desconocía totalmente y que preparé como una autómata que lo hubiera hecho mil veces antes, salí corriendo desde la casa de Audra, donde vivía yo en aquel entonces, crucé el río Vilnia y llegué a un parque de la calle Trakų.
Leontieva y siete chicas Judías permanecían de pie ante soldados de un destacamento de la Einsatzgruppen, escuadrones de ejecución de las SS nazi.
No podía ver a Fiódor. ¿Donde estaba?, ¿se suponía que debía estar allí?, ¿debía buscarlo?.
Rememorando todo aquello, puedo decir que fue una analogía de lo que es la vida. No había tanto de que preocuparse y todo se fue sucediendo sin más y sin verlo venir del todo. Y acabó bien, No tanto como me hubiera gustado, Pero acabó bien – Concluyó Daina.
Entre el estruendo de los disparos de las ocho balas, los gritos de desesperación del público que deliberadamente fue llevado allí y el silencio sepulcral tras la caída al suelo de aquellos ocho cuerpos inertes que tan solo contaban con dieciséis años de vida, una fuerza ajena a Daina hizo que abordara al hombre que tenía delante.
Fiódor, con sus ojos rasgados empañados por las lagrimas, se había entremezclado con el público y apuntaba a los soldados nazis con una pistola Korovin, un arma Soviética que había resultado ser un fracaso y que el ejercito había desechado para su uso. El pobre Fiódor no había podido hacerse con algo mejor para luchar contra aquellas bestias.
Era un hombre de complexión fuerte, pero Daina se hizo con él con facilidad. Ni si quiera tuvo la sensación de que él luchara un mínimo.
La pistola cayó al suelo y la mujer situada delante de él se dio la vuelta y miró la pistola. Ni a Daina, ni a Fiódor, ya inconsciente en sus brazos.
Daina se dio cuenta de que, con el espíritu de Gabija en su interior, se hacía invisible. Ella y quién ella hiciese suyo. Y de que el tiempo dejaba de medirse en segundos. Y la distancia en metros.
Gabija volvió al "patio de los muertos", Daina volvía a estar en casa, y Fiódor reposaba, aún inconsciente, en la cama de ella.
– Fiódor despertó – Continuó Daina – Totalmente destruido por la muerte de sus hermanos y confundido ante la inverosimilitud de la historia que le expliqué, lloró durante dos días sin que yo pudiese ver lágrima alguna en sus ojos.
Me mantuve a su lado durante su desahogo. Me estuvo explicando lo que había vivido en aquellos bosques durante aquel último mes. El recuerdo de su hermano cayendo abatido a su lado con un agujero en la frente y el de su hermana Leontieva siendo fusilada, junto a aquellas otras siete chicas, lo llenaba de angustia, ira y culpabilidad a la vez.
Me estuvo hablando de la extrema crueldad de aquellos Alemanes y de lo que les había visto hacer con sus propios ojos en los bosques que rodeaban la ciudad.
Yo que hasta aquel entonces no había sido consciente del genocidio que perpetraban aquellos salvajes, abrí los ojos. Nunca dudé de Fiódor. Aquellos ojos rasgados, aunque llenos de rabia y sed de venganza en aquellos días, también irradiaban nobleza, integridad y enorme valentía.
Durante el siguiente año, hicieron crecer juntos la Fareynikte Partizaner Organizatsye (Organización de Partisanos Unidos) en Vilnius. El movimiento partisano había germinado y empezaba a dar sus frutos, con lo que pudo empezar a organizarse.
Las batallas contra los nazis y los policías auxiliares Lituanos, vendidos a su causa y apoyados por el alcalde de la ciudad, ya no eran divertidas cacerías para aquellos nazis asesinos hambrientos de sangre.
Jugándose la vida cada día, Fiódor y Daina alternaron la lucha armada en el campo de batalla, con la organización de una red de contrabando de armas y otras actividades para financiarse, y dieron cobijo en su casa a alrededor de cien judíos durante todo aquel tiempo.
En aquel año, salvaron a miles de ellos, pero de poco sirvió en realidad. 70.000 Judíos y Polacos fueron asesinados solo en la ciudad de Vilnius.
Audra se había calmado horas atrás y, totalmente absortos y cogidos de la mano, estuvimos escuchando a su madre sin apenas pestañear.
Audra se levantó y se dispuso a preparar agounų pienas (leche de Amapola), una sopa hecha con semillas de opio hervidas, muy típica en la celebración pagana de la nochebuena Lituana, llamada Kūčios, donde es tradicional servir doce platos. Entre ellos, unos pasteles de Cannabis.
La noche había caído y la nieve caía suave pero de forma persistente.
Pasear al día siguiente en aquellos bosques, entre nogales y abedules nevados, sería un placer que siempre me ilusionaba.
– Una noche, a principios del mes de agosto de 1942, Fiódor me dijo que debía partir hacía sus tierras – Siguió explicándonos Daina.
Los Alemanes habían llegado a Stalingrado, la actual ciudad de Volgogrado. El mundo dependía de lo que sucediera en el frente oriental en aquellos próximos meses.
Entre besos y lágrimas, Daina y Fiódor se despidieron sabiendo que era muy probable que jamás se volvieran a ver.
Daina debía quedarse en Vilnius. Muchas vidas de Judíos, Polacos y Lituanos seguían en juego, y ella se había erigido en una importante líder moral. Sin ella allí, los ánimos de los partisanos decaerían notablemente.
Fiódor fue afortunado. Dado su pasado de cazador y su pericia en el manejo de rifles de precisión, fue destinado al grupo operativo de Francotiradores del ejercito rojo.
Estos debían demostrar una probabilidad del 50 % de alcanzar a un hombre en bipedestación a ochocientos metros de distancia, del 80 % de alcanzarlo a quinientos, y del 90 % a distancias que no superaran los doscientos metros.
Fiódor pasó más de seis meses en diversas localizaciones elevadas de aquella ciudad.
– La madrugada del 30 de enero de 1943, Gabija volvió a mi habitación y se volvió a meter en mí interior – Continuo Daina.
Ahora ya sabía lo que implicaba estar "poseída" por Gabija. No me extrañó sentirme como teletransportada y de repente me encontré al lado de mi futuro marido.
Fiódor no podía verme a mí. Recuerdo que estaba muy sucio y temblando de frío, pero estaba guapísimo, o al menos así lo recuerdo yo.
Salía el sol en la mañana del día 31 de enero.
La noche anterior, Adolf Hitler, en un intento desesperado de insuflarle ego y orgullo, había ascendido a "mariscal de campo" al comandante del 6º ejercito nazi, un hombre llamado Friedrich.
Nunca en la historia un mariscal de campo Alemán se había rendido en el campo de batalla.
Friedrich, junto a sus hombres, estaba al límite de sus fuerzas, tanto física como anímicamente. Asediados por un ejercito rojo qué, tras haber revertido el rumbo de aquella batalla ayudado por la llegada del frío invierno, tenía cercados los sotanos de un edificio donde Friedrich, los escasos hombres útiles que le quedaban y tres mil nazis heridos, solo deseaban rendirse y que aquel infierno acabase.
Friedrich se dirigió a diez de sus hombres y les ordenó sacar a la calle a algunos de los cadáveres de los soldados que habían perecido la noche anterior.
El nauseabundo olor a carne muerta mermaba el ánimo de los pocos soldados que aún estaban dispuestos a hacer algo más que preguntarse el porqué de que su Führer no les sacase de allí. Otros escribían cartas a sus familias para despedirse.
Ya no tenían ganas de disparar con lanzallamas a los soldados Soviéticos heridos. Tampoco de echarlos a sus Rottweilers para que les despedazasen.
Friedrich, dando ejemplo a sus hombres, salió a la calle arrastrando, cogido por las axilas, al primero de los tres o cuatro cadáveres que le tocaban.
Tras haberse recibido, unos días atrás, un soplo desde el servicio de espionaje Soviético, Fiódor había estado esperando aquel momento.
Nervioso, se posicionó y apuntó con su rifle Moisin Nagant 91/30.
La frase “Si malgastamos balas con la pescadilla, los peces gordos nunca asomarán la cabeza” que sus instructores de tiro tanto le repitieron en su formación, resonaba en su cabeza.
Los otros nueve nazis sacaron un cadáver cada uno. Fiódor esperó paciente. Calculó la distancia y calibró la mira telescópica.
Sus probabilidades de acertar a 1.100 metros de distancia eran mínimas, pero aquel uniforme de comandante y marca Hugo Boss, y la alta probabilidad de que aquel hombre fuese quien él creía que era, hacían que valiese la pena intentarlo.
Friedrich volvió a salir arrastrando su segundo cadáver. Fiódor situó su tórax en el centro de la mirilla y tensionó su dedo sobre el gatillo.
Friedrich dejó el cadáver y, erguido por un momento, indicó algo a alguno de sus soldados.
Tres, dos, uno. Fiódor presionó el gatillo y la bala salió disparada surcando los cielos de Stalingrado.
– "Mierda. Demasiado rápido...he perdido mi oportunidad –pensó Fiódor.
Daina, guiada por el espíritu de Gabija, acompañó a aquella bala en su recorrido hasta el corazón de Friedrich. Fiódor no lo sabía, pero la invisible presencia de su prometida, poseída por Gabija, hacía que el destino estuviera escrito y que no hubiese posible calibración errónea o vientos mal calculados que pudieran evitar que aquella bala no impactara en su blanco.
Dos segundos después el mariscal de campo Friedrich se desplomó y cayó al suelo.
Dos días después el 6º ejercito Alemán se rindió en Stalingrado.
Tres meses después Adolf Hitler se suicidó en Berlin y Belcebú salió de su cuerpo.
Atónito aún ante la historia que Daina nos acababa de relatar, los ladridos del perro de la casa colindante a la de los padres de Audra, me sacaron de aquel ensimismamiento.
Se abrió la puerta y entró el padre de Audra con el abrigo cubierto de nieve. Miré sus ojos rasgados. Audra y Daina me miraban sonrientes y yo las miré totalmente desconcertado.
– Hola, soy Fiódor – me dijo aquel hombre al que yo había conocido como Mikita hasta aquel momento.
Fiódor Ojlópkov, |
Continuará...con la 4º y última entrega.
N. del A.: Fiódor Ojlópkov existió en la realidad y se le atribuyen 429 victimas en la batalla de Stalingrado.
Friedrich Paulus también existió, pero no fue víctima de Fiódor Ojlópkov. Tras rendirse, los Soviéticos fueron piadosos con él. Tras pasar diez años cautivo, fue liberado.
Leontieva no es un personaje real, pero el fusilamiento de aquellas ocho mujeres Judías sí lo es, y marcó el inicio del exterminio Judío en Vilnius.
Esta parte del relato mezcla grandes dosis de realidad, trufada con algo de ficción.
Habrá quien piense que incluye también cuestionables interpretaciones de algunos sucesos clave en la 2º guerra mundial, y un punto de vista algo parcial sobre lo sucedido allí.
Es posible. Desde la observación del mundo actual, prefiero interpretar la historia yo mismo, e incluso, si hace falta (no es el caso), llevar a cabo mi propio revisionismo histórico, antes de que otros lo hagan por mí.
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